Tres personajes y un único diálogo entre dos de ellos con el que Marco Polo, viajero de casi todo el mundo, cumple con el propósito de explicarle a Kublay Khan, descendiente del Gran Khan y dueño de casi el mundo entero, cómo son las diferentes ciudades que en el inmenso imperio del Khan se han construido, las que se han destruido y las que se podrían levantar en el futuro sobre el colosal país de países del todopoderoso heredero; ciudades desconocidas para el soberano, sencillamente porque no las ha visto ni las verá jamás. El deseo de saber cómo era cada una de sus poblaciones importantes se despertó al llegar un día en que fue consciente de que él sería el último Khan y que la basta extensión de sus dominios, aunque nadie se había atrevido a revelárselo, estaría próxima a desintegrarse tras su muerte, como todo lo que crece desmesuradamente. Por esta causa sólo confíará en las descripciones que viene a propocionarle Marco Polo, al que ha enviado como su embajador especial a recorrer lo que él sólo ha visto en grandes mapas, pues, quizás, Marco es el único ser humano que Khublay Khan ha conocido procedente del otro lado; el que ha llegado de donde lo más allá: allende a su imperio —si es que es posible que exista lugar alguno detrás de la infinidad de tierras que él gobierna y domina. Ya en el prólogo nos advierte Italo Calvino que ‘Las ciudades Invisibles’ no es una novela, un libro sí, pero no una novela, porque ni su estructura ni su argumento ni su desarrollo siguen ningún canon convencional, pero como en todos los libros —nos dice—, el lector ha de introducirse en él y dejarse seducir, a lo que nosotros podríamos añadir que casi dejarse embriagar por el laberinto de ciudades fantásticas que van surgiendo, situadas en un tiempo impreciso; tiempo que al principio suponemos pretérito por la razón histórica de los dos únicos personajes humanos que en el libro aparecen: Marco Polo y Kublay Khan, pero algunos anacronismos que en ellas asoman nos hacen desistir de la necesidad de saber el ‘cuándo’ y el ‘donde’, aunque en seguida comprendemos que tampoco importa, porque a través del relato vemos que estamos en un espacio atemporal y desubicado de cualquier geografía reconocible, excepto en un caso: Venecia.
Las ciudades que Marco Polo irá detallando aparecen cada una en un apartado distinto, con su nombre y con un título a modo de etiqueta, agrupadas en capítulos y subcapítulos según la calificación del sentido que de cada una de ellas obtiene Marco —o al menos del sentido que el enviado interpreta—. Pero el sentido único de todo el reino que Kublay Khan desea alcanzar a descubrir —caso de que tal sentido universal exista—, sería una idea deformada de su macro feudo, porque no hay ninguna ciudad de las relacionadas que posea hegemonía sobre otra ni que exista dependencia física ni comercial ni histórica ni política que relacione unas con otras, es como si fuesen personas recíprocamente ignoradas, perdidas por el desierto indefinible que media entre las propias ciudades y entre ellas y su dueño desconocido —porque tampoco en ninguna parece influir para nada la existencia del Gran Emperador. Contempladas todas las ciudades como un sólo elemento se convertirían en el tercer personaje: La Ciudad, que, además, también sería el más importante de los tres: todas las ciudades formando una sola realidad repleta de ángulos y esquinas misteriosas que, como los humanos, cambia, se transforma, se duplica, se contradice, se refleja en sí misma, miente, jura, nace, ama, mata y muere hasta que se olvida de su existencia, todo en absoluta soledad, y la soledad es uno de los temas implícitos, el otro tema sería el de la vanidad, representada por el poderoso señor que, en su visión y elevado auto-concepto de la grandeza de su poderío, nunca ha podido detenerse a comprender la pequeñez ni el aislamiento de su propia persona : “Si quieres saber cuánta oscuridad tienes alrededor –le dice en algún momento Marco Polo- has de agudizar la mirada para ver las débiles luces lejanas”.
‘Las ciudades Invisibles’ es un libro que podría situarse en el género imaginativo, pero con un trasfondo realista palpable y lo más próximo posible a Borges o a Kafka. Si fuese un dibujo sería un grabado de geometría imposible e inquietante —a la manera de los elaborados por Escher— en el que una vez en él ya es imposible salir. También podría ser un libro interminable —si quisiéramos—, pues su estructura poliédrica nos lo permitiría porque cada ciudad, en ocasiones sólo explicada en unas pocas líneas, podría dar lugar a una historia completa por las enormes sugerencias que despierta en el lector, o añadir cada quien en el libro sus propias ciudades, como se podría hacer si topásemos con el Aleph o con el verdadero Libro de Arena, y es así porque ciertas ciudades nos parece que ya las teníamos soñadas o imaginadas o intuidas desde hacía tiempo, sólo que no sabíamos cómo manifestarlas, aunque Italo Calvino nos ha enseñado aqui un camino para dejar salir lo que sólo parecía ensoñación o simple fantasía, un camino cuyo lenguaje, a pesar de que él nos dice que nunca ha escrito un libro de poesía, no está demasiado lejos de ella.
Tres personajes y un único diálogo entre dos de ellos con el que Marco Polo, viajero de casi todo el mundo, cumple con el propósito de explicarle a Kublay Khan, descendiente del Gran Khan y dueño de casi el mundo entero, cómo son las diferentes ciudades que en el inmenso imperio del Khan se han construido, las que se han destruido y las que se podrían levantar en el futuro sobre el colosal país de países del todopoderoso heredero; ciudades desconocidas para el soberano, sencillamente porque no las ha visto ni las verá jamás. El deseo de saber cómo era cada una de sus poblaciones importantes se despertó al llegar un día en que fue consciente de que él sería el último Khan y que la basta extensión de sus dominios, aunque nadie se había atrevido a revelárselo, estaría próxima a desintegrarse tras su muerte, como todo lo que crece desmesuradamente. Por esta causa sólo confíará en las descripciones que viene a propocionarle Marco Polo, al que ha enviado como su embajador especial a recorrer lo que él sólo ha visto en grandes mapas, pues, quizás, Marco es el único ser humano que Khublay Khan ha conocido procedente del otro lado; el que ha llegado de donde lo más allá: allende a su imperio —si es que es posible que exista lugar alguno detrás de la infinidad de tierras que él gobierna y domina.
Ya en el prólogo nos advierte Italo Calvino que ‘Las ciudades Invisibles’ no es una novela, un libro sí, pero no una novela, porque ni su estructura ni su argumento ni su desarrollo siguen ningún canon convencional, pero como en todos los libros —nos dice—, el lector ha de introducirse en él y dejarse seducir, a lo que nosotros podríamos añadir que casi dejarse embriagar por el laberinto de ciudades fantásticas que van surgiendo, situadas en un tiempo impreciso; tiempo que al principio suponemos pretérito por la razón histórica de los dos únicos personajes humanos que en el libro aparecen: Marco Polo y Kublay Khan, pero algunos anacronismos que en ellas asoman nos hacen desistir de la necesidad de saber el ‘cuándo’ y el ‘donde’, aunque en seguida comprendemos que tampoco importa, porque a través del relato vemos que estamos en un espacio atemporal y desubicado de cualquier geografía reconocible, excepto en un caso: Venecia.
Las ciudades que Marco Polo irá detallando aparecen cada una en un apartado distinto, con su nombre y con un título a modo de etiqueta, agrupadas en capítulos y subcapítulos según la calificación del sentido que de cada una de ellas obtiene Marco —o al menos del sentido que el enviado interpreta—. Pero el sentido único de todo el reino que Kublay Khan desea alcanzar a descubrir —caso de que tal sentido universal exista—, sería una idea deformada de su macro feudo, porque no hay ninguna ciudad de las relacionadas que posea hegemonía sobre otra ni que exista dependencia física ni comercial ni histórica ni política que relacione unas con otras, es como si fuesen personas recíprocamente ignoradas, perdidas por el desierto indefinible que media entre las propias ciudades y entre ellas y su dueño desconocido —porque tampoco en ninguna parece influir para nada la existencia del Gran Emperador.
Contempladas todas las ciudades como un sólo elemento se convertirían en el tercer personaje: La Ciudad, que, además, también sería el más importante de los tres: todas las ciudades formando una sola realidad repleta de ángulos y esquinas misteriosas que, como los humanos, cambia, se transforma, se duplica, se contradice, se refleja en sí misma, miente, jura, nace, ama, mata y muere hasta que se olvida de su existencia, todo en absoluta soledad, y la soledad es uno de los temas implícitos, el otro tema sería el de la vanidad, representada por el poderoso señor que, en su visión y elevado auto-concepto de la grandeza de su poderío, nunca ha podido detenerse a comprender la pequeñez ni el aislamiento de su propia persona : “Si quieres saber cuánta oscuridad tienes alrededor –le dice en algún momento Marco Polo- has de agudizar la mirada para ver las débiles luces lejanas”.
‘Las ciudades Invisibles’ es un libro que podría situarse en el género imaginativo, pero con un trasfondo realista palpable y lo más próximo posible a Borges o a Kafka. Si fuese un dibujo sería un grabado de geometría imposible e inquietante —a la manera de los elaborados por Escher— en el que una vez en él ya es imposible salir. También podría ser un libro interminable —si quisiéramos—, pues su estructura poliédrica nos lo permitiría porque cada ciudad, en ocasiones sólo explicada en unas pocas líneas, podría dar lugar a una historia completa por las enormes sugerencias que despierta en el lector, o añadir cada quien en el libro sus propias ciudades, como se podría hacer si topásemos con el Aleph o con el verdadero Libro de Arena, y es así porque ciertas ciudades nos parece que ya las teníamos soñadas o imaginadas o intuidas desde hacía tiempo, sólo que no sabíamos cómo manifestarlas, aunque Italo Calvino nos ha enseñado aqui un camino para dejar salir lo que sólo parecía ensoñación o simple fantasía, un camino cuyo lenguaje, a pesar de que él nos dice que nunca ha escrito un libro de poesía, no está demasiado lejos de ella.
L.L.S.