

“Había un grupo de personas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, todos vestidos con los trajes más extraños y sin hablar. En el suelo había un montón de grandes dados, y en los seis lados de cada dado había letras. Una y otra vez, aquellas personas revolvían los dados y luego los contemplaban fijamente largo tiempo.
- ¿Qué hacen? -susurró Bastián-. ¿Qué clase de juego es ése? ¿Cómo se llama?
- Es el juego de la arbitrariedad -respondió Árgax. Les hizo señas a los jugadores y gritó-: ¡Bravo, muchachos! ¡Adelante! ¡No os detengáis!
Luego se volvió a Bastián y le cuchicheó al oído:
- Ya no saben narrar. Han perdido el lenguaje. Por eso he inventado ese juego para ellos. Como ves, los entretiene. Y es muy fácil. Si lo piensas, tendrás que admitir que todas las historias del mundo, en el fondo, se componen sólo de veintiséis letras. Las letras son siempre las mismas y sólo cambia su combinación. Con las letras se hacen palabras, con las palabras frases, con las frases capítulos y con los capítulos historias. Mira, ¿qué pone ahí?
Bastián leyó:
HGIKLOPFMWEZVXQ, ZXCVBNMASDFGHJKLÑ, QWERTYUIOP...
-Sí -se rió sofocadamente Árgax-, casi siempre pasa eso. Pero si se juega mucho tiempo, durante años, surgen a veces, por casualidad, palabras. No palabras especialmente ingeniosas, pero por lo menos palabras. «Calambrespinaca», por ejemplo, o «choricepillo», o «pintacuellos». Sin embargo, si se sigue jugando cien años, mil años, cien mil años, con toda probabilidad saldrá una vez, por casualidad, un poema. Y si se juega eternamente tendrán que surgir todos los poemas, todas las historias posibles, y luego todas las historias de historias, incluida ésta en la que precisamente estamos hablando. ¿Es lógico, no?
- Es horrible -dijo Bastián.”
― The Neverending Story
- ¿Qué hacen? -susurró Bastián-. ¿Qué clase de juego es ése? ¿Cómo se llama?
- Es el juego de la arbitrariedad -respondió Árgax. Les hizo señas a los jugadores y gritó-: ¡Bravo, muchachos! ¡Adelante! ¡No os detengáis!
Luego se volvió a Bastián y le cuchicheó al oído:
- Ya no saben narrar. Han perdido el lenguaje. Por eso he inventado ese juego para ellos. Como ves, los entretiene. Y es muy fácil. Si lo piensas, tendrás que admitir que todas las historias del mundo, en el fondo, se componen sólo de veintiséis letras. Las letras son siempre las mismas y sólo cambia su combinación. Con las letras se hacen palabras, con las palabras frases, con las frases capítulos y con los capítulos historias. Mira, ¿qué pone ahí?
Bastián leyó:
HGIKLOPFMWEZVXQ, ZXCVBNMASDFGHJKLÑ, QWERTYUIOP...
-Sí -se rió sofocadamente Árgax-, casi siempre pasa eso. Pero si se juega mucho tiempo, durante años, surgen a veces, por casualidad, palabras. No palabras especialmente ingeniosas, pero por lo menos palabras. «Calambrespinaca», por ejemplo, o «choricepillo», o «pintacuellos». Sin embargo, si se sigue jugando cien años, mil años, cien mil años, con toda probabilidad saldrá una vez, por casualidad, un poema. Y si se juega eternamente tendrán que surgir todos los poemas, todas las historias posibles, y luego todas las historias de historias, incluida ésta en la que precisamente estamos hablando. ¿Es lógico, no?
- Es horrible -dijo Bastián.”
― The Neverending Story

“You are the Queen. You get to decide what is best for you and this kingdom.”
”
― To Be a Fae Queen
― To Be a Fae Queen

“Mead.
O sweet elixir,
Ye bless the lips and steal the wits.
”
― Sheever's Journal, Diary of a Poison Master
O sweet elixir,
Ye bless the lips and steal the wits.
”
― Sheever's Journal, Diary of a Poison Master
Felecia’s 2024 Year in Books
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