Zarzo Escribano's Blog

April 27, 2023

El farol de Pompeya

Relato negro:

—¡Mi mujer, se la ha llevado el volcán!
Atilio Cano, cincuentón, grande y pálido como la luna, pronunció estas palabras en el puesto de la Guardia Civil de El paso.
Los compañeros confirmaron la gravedad de su estado: el cuerpo lleno de magulladuras y quemaduras. Él y su mujer, Amalia Zurita, estaban por la zona el día de la erupción.
—Queríamos estar lo más cerca posible cuando el volcán erupcionara, ya se lo he repetido más de veinte veces a sus compañeros —dijo Atilio cuando le entrevisté.
—Me hago cargo —dije—. Pero como inspector responsable del caso debo tomarle declaración otra vez.
Atilio contó que a su mujer le encantaban los volcanes desde la erupción submarina en El Hierro, donde pasaban unas vacaciones cuando ocurrió. También viajaron a Islandia y al Etna. En cuanto se enteraron de lo que ocurría en La Palma no tardaron en volar hasta a la Isla bonita. El día de la erupción hacían senderismo, cámara en mano, buscando tomar la mejor foto y vivir la experiencia en primera línea. Tan en primera fila que una roca golpeó a Amalia y Atilio también resultó herido. Le fue imposible asistirla y tuvo que huir dejando a su mujer allí tirada a merced de la lava.
Esta fue su declaración, que concordaba punto por punto con las tres anteriores. Todo parecía una imprudencia de dos aficionados a los volcanes.
Pero unos días antes de entrevistar a Atilio, Olga, mi compañera, dudó de su versión de los hechos.

—Inspector Del Olmo —dijo Olga—. La declaración de Ricardo, el hijo de la fallecida, confirma los viajes pero no sabe nada de la afición de su madre por volcanes.
—No todos los hijos saben todo de sus madres —dije—. Y de sus padrastros menos.
—Bueno, hay más.
Dejó una carpeta sobre mi escritorio con información del portátil del viudo.
—¿Qué significa esto, subinspectora? —pregunté— La gente busca información de volcanes y de cualquier cosa en Internet, ¿no?.
—¿Lo has leído entero?
Negué y, gruñendo, volví a repasarlo.
—¡Hostia!
La miré y ella me miró sonriente.
—Me divierte cuando abres tanto esos ojos enanos, parecen más grises todavía —dijo.
Olga era tan alta que siempre bromeábamos sobre que su talento para fijarse en los detalles se debía a que lo observaba todo desde las alturas.

—Atilio, disculpe —dije—, pero…¿por qué no hay fotos de ustedes en el volcán de Islandia ni en el Etna?
No dijo nada, tosió y se miró las manos.
—Sí que las hay. ¿Por qué?
—Hemos investigado sus redes sociales y su ordenador, y no hemos encontrado imágenes de volcanes. También hay un testigo que afirma que su mujer nunca habló de ello.
—¿Quién es ese testigo? Ah, ya, Ricardo…
Sonrió con malicia y se encogió de hombros.
—Así que Ricardito me hace quedar como un mentiroso, ¿no? O algo peor.
No dije nada.
—Deberían mirar mejor en mi ordenador, encontrarán más fotos, incluso fotos que un hijo no debería ver—dijo.
—Sí, también las hemos visto —dije—. Hablando de fotos…
Le dejé sobre la mesa las que le hicieron el día de la erupción, sus quemaduras, heridas, y el informe del médico que le atendió. Le enseñé una frase subrayada con rotulador fluorescente.
Cuando la leyó volvió a toser, más fuerte.
—¿Tiene algo que decir, Atilio?
Me miró desafiante.
—¿Estoy arrestado, inspector?
Las palabras del informe rezaban: «lesiones incompatibles con quemaduras por lava».
—No, de momento —dije.
—Entonces, con su permiso…
Atilio se levantó de la silla.
—Un momento, por favor.
Solo teníamos indicios, no podía detenerle.
Me levanté y caminé hasta la ventana. Allí estaba el volcán. Llevaba una semana sin vomitar magma de las entrañas de nuestro planeta.
Miré a los ojos a Atilio que no me rehuyó la mirada.
—Usted que sabe tanto de volcanes sabrá que en Pompeya se encontraron cadáveres muy bien conservados, ¿verdad? —dije—. Hoy en día la antropología forense ha avanzado tanto que no sería difícil encontrar restos de violencia en un cuerpo sepultado bajo la lava—. Era un farol, pero tenía que jugármela sí o sí.
Agachó la mirada. Tosió tan fuerte le produjo una arcada. La lágrimas del cobarde vinieron después.
Los habitantes de La Palma ya podrían descansar tranquilos.
Y, quizá, Amalia también.
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Published on April 27, 2023 01:11 Tags: novelanegra