SIETE LIBROS PARA EVA: Cap��tulo 3



A media ma��ana, el sol calentaba con insistencia en Oseira y todo transcurr��a con total normalidad en el peque��o pueblo. Daba la sensaci��n de que aquel a��o el verano se hab��a adelantado en una zona de monta��a donde lo habitual era que solo hiciese calor de verdad durante los meses de julio y agosto. Por ello, los habitantes m��s madrugadores aprovechaban la jornada para trabajar en sus fincas desde muy temprano, cuando la temperatura a��n era baja, mientras que los dem��s, los que dedicaban el fin de semana solo a descansar, comenzaban a salir a la calle a esta hora. Algo m��s tarde, y de manera escalonada, ir��an llegando los visitantes que se acercaban al pueblo con el ��nico prop��sito de conocer su monasterio. La presencia de turistas nunca hab��a alterado la tranquila armon��a de Oseira, y un coche patrulla, aparcado delante de la casa del alcalde, tampoco supon��a un motivo de alarma en ese momento. Sobre todo, si no estaba acompa��ado de unas noticias que todav��a nadie hab��a difundido.Tan solo unos metros carretera arriba, en el centro del pueblo y con la casa fuera de su radio de visi��n, Manuel y Sergio saboreaban la ��ltima ronda en la puerta del bar ��Escudo��. Lo que en un principio pretend��a ser un breve caf�� mientras Lina se arreglaba, acab�� por convertirse en dos vermuts en Cea y otros tantos en Oseira, estos por iniciativa de un vecino de h��bitos poco sobrios y amistad f��cil con el que los dos hombres hab��an conectado con inusual facilidad ese s��bado. Unos h��bitos, los del hombre, que hac��an que su compa����a fuese intermitente, y que por cada tres tragos que daba a su vaso, solo uno lo tomase en compa����a de ellos.���Hoy vas a comer en una gran fiesta ���reson�� en la empedrada calle, proveniente de la entrada del bar.Manuel, en la puerta, avanz�� un paso hacia el improvisado pregonero, coloc�� una sonrisa forzada en su cara y lo abraz�� por los hombros.���No hace falta que se entere todo el pueblo ���le susurr�� al o��do en tono conciliador.Sorprendido por la indicaci��n, el hombre detuvo su abrupta oratoria y mir�� a Manuel. Tras un instante de duda, se zaf�� del abrazo con cierta dificultad y golpe�� con fuerza la espalda del alcalde como signo de complicidad, o como simple v��a de escape a una situaci��n que le resultaba inc��moda. Sin descuidar el vaso que ten��a en la mano, dio media vuelta y entr�� de nuevo en el local en busca de una compa����a m��s receptiva, mientras Manuel volvi�� al lugar donde se encontraba Sergio.La verdad era que, a pesar de lo que pudiera parecer, Manuel siempre se encontraba a gusto entre sus vecinos y, desde que hab��a sido elegido alcalde, mucho m��s. ��l era un hombre excesivo en todos los sentidos. En el aspecto f��sico, por su altura y gran corpulencia, cercana a los ciento cincuenta kilos de peso; y en el mental, porque nadie que lo conociese pod��a tener alguna duda de que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que se propon��a. Aunque nunca hab��a sido una persona de gran cultura, con su determinaci��n hab��a logrado levantar una de las mayores empresas constructoras de la provincia de Ourense. Una empresa que hab��a labrado su crecimiento no solo con la construcci��n de viviendas nuevas, sino tambi��n adquiriendo locales a precio de saldo que, tras rehabilitar, vend��a a uno mucho mayor. Nadie sab��a con exactitud de cu��ntos inmuebles era propietario Manuel en Cea y Ourense, pero cualquier vecino de la localidad podr��a enumerar una amplia lista si se lo propusiese. Sergio, por su parte, quiz�� buscaba en el alcohol la porci��n de seguridad que se hab��a dejado la tarde anterior en Santiago. Lo que en un principio promet��a ser una jornada especial, acab�� por convertirse en una tarde noche mediocre. O incluso peor. Dos objetivos llevaba en la maleta cuando lleg�� a la ciudad: uno, aprobar una de las dos asignaturas que le faltaban para acabar la carrera de Psicolog��a y otro, forzar un encuentro casual con Eva antes de tomar el camino de regreso a casa. En cuanto al primero, a esas horas su licenciatura segu��a a la espera de los mismos dos aprobados que el d��a anterior y, respecto al segundo, el intento acab�� por convertirse en una empresa imposible. Si por la tarde, en la Facultad, no hab��a conseguido verla, por la noche tampoco corri�� mejor suerte. En busca de una remota posibilidad, a las tres de la ma��ana hab��a bebido diez copas, visitado unos treinta locales y paseado por otras tantas calles. Tambi��n hab��a montado guardia en m��s del doble de esquinas a la espera de que, siendo un d��a grande de la noche compostelana, las compa��eras de piso hubiesen convencido a Eva para salir, pese a que casi nunca lo hac��a. Fue a esa hora cuando vio a Ana y Rebeca en compa����a de algunos amigos y supo que su b��squeda y sus esperanzas hab��an acabado. Si Eva no formaba parte de aquel grupo, por fuerza ten��a que haberse quedado en casa. De lo que sucedi�� despu��s, prefer��a no acordarse. No se sent��a orgulloso, casi ning��n hombre se sentir��a orgulloso de ello, y ��l no dejaba de pertenecer a ese sexo. Cada vez que la idea asomaba a su cabeza, el chico se esforzaba por encerrarla a la fuerza en ese secreto rinc��n que todos tenemos reservado en nuestra cabeza para los recuerdos inc��modos. Un escondite mental que, en su caso, comenzaba a ocupar demasiado espacio.Hac��a cinco a��os que Eva hab��a roto la relaci��n que hab��an mantenido hasta entonces y Sergio se negaba a aceptar aquella realidad. Le costaba asumir que una cosa hab��a sido conquistarla cuando todav��a era una adolescente y cualquier chico le resultaba interesante, y otra muy diferente conservar la pasi��n cuando los ojos de su amada se abrieron por completo a la realidad. Una realidad, adem��s, que en ning��n caso lo dejaba en buen lugar bajo el criterio de Eva. Pese a todo, Sergio todav��a buscaba un punto, un momento, quiz�� una confluencia perfecta de circunstancias que volviera a unirlos. Y, a poder ser, de una manera definitiva. Pero el fuego de una relaci��n nunca se apaga al mismo ritmo cuando dos personas ya caminan solas, y la idea de Sergio resultaba tan factible en Cea y en sus pensamientos, como imposible en Santiago y en los de Eva. Los dos hombres acabaron esa ��ltima ronda con tranquilidad y decidieron recorrer a pie los trescientos metros escasos que les separaban de la finca. A la boda ir��an en el de Manuel, m��s grande y c��modo, y dejaron el de Sergio aparcado frente al bar. Durante el trayecto de vuelta, nada les result�� extra��o. Manuel estaba radiante porque aquella boda le permitir��a ejercer el papel de alcalde reci��n elegido, uno de los siete con los que contaba su partido en la provincia. Sergio, por su parte, estaba incluso m��s callado de lo que en ��l era habitual y se limitaba a seguir la intranscendente conversaci��n que dirig��a su frustrado suegro. Sin embargo, cuando faltaban pocos metros para llegar a la finca y Manuel buscaba en el bolsillo la llave para abrir el portal��n de entrada, Sergio se qued�� atr��s de manera intencionada. Recorri�� con uno de sus dedos el arcaico muro del monasterio, mir�� un momento de reojo a su acompa��ante y pregunt�� por sorpresa, tratando de no imprimir una importancia especial a sus palabras: �����Qu�� quer��a Miro el viernes? �����En el Ayuntamiento? ���contest�� Manuel con aire rutinario���. Quer��a confirmar que ��bamos a la boda. Tambi��n me pregunt�� por ti.���Os escuch�� hablar algo sobre una reuni��n y me dio la sensaci��n de que estabais preocupados. Por eso te lo pregunto.Sergio esper�� la respuesta con disimulada expectaci��n, pero desde su posici��n, solo apreci�� una peque��a mueca en la cara de Manuel mientras giraba la llave en la cerradura y empujaba el portal��n.���Siempre hay reuniones ���murmur�� tras entrar���. Eso no es cosa tuya. Cuando los dos hombres llegaron a la casa hab��a pasado casi una hora desde la visita de los guardias. Lina se hab��a cambiado el vestido de gala y esperaba en el sal��n, sentada junto a la puerta, al lado del tel��fono y mirando su reloj sin parar. Antes de que ellos pudieran tomar conciencia de la situaci��n, los recibi�� con un escueto sollozo:���Eva ha desaparecido��� ���solo acert�� a decir.La frase, que pretend��a ser una explicaci��n detallada, acab�� convirti��ndose en un corto anuncio. Eso s��, en un anuncio muy elocuente. Los dos hombres se quedaron paralizados en la puerta al o��rlo. Sergio, en silencio, mientras Manuel, tras un breve instante de incredulidad, frunci�� el ce��o como si el significado de aquellas palabras hubiese ejercido de espoleta a un incipiente cabreo.�����C��mo desaparecido? ���dijo casi a gritos, mientras avanzaba hacia dentro���. ��No le has dicho que ten��a que estar aqu�� a las doce? Lina se pas�� una mano por los ojos ante aquel arrebato y continu�� su explicaci��n inicial:���No, no ha llegado. Acaba de venir la Guardia Civil, han encontrado su coche abandonado cerca de Santiago y nadie sabe nada de ella desde ayer por la tarde. Tiene el m��vil apagado y no han querido decirme por qu��, pero creo que se temen que le haya podido pasar algo grave. Tenemos que ir a Santiago a hablar con la Guardia Civil, porque lo est��n investigando.���Pero, que le haya podido pasar ��qu��? ��Has llamado a Ana y a Rebeca?���S�� ���contest��, elevando el tono de voz hasta el que hab��a usado su marido, con intenci��n de reafirmarse���. No est�� en casa y desde ayer por la tarde no la han vuelto a ver ���dijo de un tir��n.Despu��s, cogi�� aire y a��adi�� casi con desesperaci��n:�����Tenemos que irnos!Manuel se qued�� parado un segundo, como aturdido por el inusual tono de voz de Lina.�����Joder, esta chica siempre meti��ndose en l��os! ���sentenci�� despu��s.Y a��adi��:�����Est��s segura de que te dijeron que ten��amos que ir all��?���S��, y cuanto antes.En el centro del sal��n, Manuel oscureci�� su semblante de manera definitiva y se dirigi�� hacia la posici��n de Lina para descolgar el tel��fono que ten��a al lado. Esta se apart�� ante su avance. El hombre marc�� un n��mero con decisi��n y esper�� apenas un tono. Cuando desde el otro lado alguien salud�� anunciando que hab��a entablado comunicaci��n con el cuartel de la Guardia Civil, Manuel dijo con voz seca y firme, como si estuviera iniciando un discurso:���Soy Manuel Rodr��guez, el alcalde. Creo que han estado en mi casa hace un momento.La respuesta del guardia fue una corta y precisa explicaci��n que se resum��a en la necesidad de personarse en el cuartel de Santiago sin falta y a la mayor brevedad. Tan concisa que cualquier posible r��plica estar��a predestinada al fracaso. As�� lo entendi�� Manuel, que tras colgar el tel��fono con un forzado ��de acuerdo��, tom�� camino de las escaleras. ���Voy un momento arriba a avisar a Miro ���dijo pensativo���. Despu��s vamos para all�� ���a��adi�� antes de salir del sal��n.���Yo voy a llamar a Vicky, que a��n no he hablado con ella.���S��, dile que venga.Vicky era la hija mayor del matrimonio. Muy educada y comedida, desde peque��a siempre hab��a sido la preferida de Manuel. A sus veintis��is a��os y reci��n casada con Roberto, resid��a en Bilbao desde entonces. La chica no tard�� en contestar la llamada de su madre y, nada m��s escuchar la noticia, fue ella misma la que resolvi�� que deb��a trasladarse de inmediato hasta Oseira. Sin abandonar el tel��fono, oje�� un peri��dico y, tras unos segundos, anunci�� que a las cinco de aquella misma tarde llegar��a al aeropuerto de Santiago de Compostela para quedarse el tiempo que fuese necesario. All�� la recoger��an sus padres.A��n no hab��a acabado la conversaci��n Lina cuando Manuel sali�� de su dormitorio pensativo, con su tel��fono m��vil en la mano y concentrado en la breve charla que acababa de mantener. Miro era un hombre de gran diplomacia en las distancias cortas y su respuesta hab��a sido tan breve como cordial. No hab��a preguntado grandes detalles, ni pedido muchas explicaciones, tan solo se limit�� a responder que no se preocupase y que esperaba que la localizaran pronto. Tambi��n hab��a a��adido que tratar��a de excusar su ausencia ante los dem��s invitados con toda la discreci��n que estuviese a su alcance. Esto ��ltimo fue lo que en realidad desconcert�� a Manuel. Por m��s vueltas que le daba en su cabeza, no lograba interpretar el tono con el que el presidente de su partido hab��a pronunciado aquellas palabras finales.Sin dejar de pensar en ello, baj�� al sal��n y esper�� al lado de la puerta a que Lina acabase de despedirse. Una espera que, en alg��n momento, trat�� de hacer m��s breve apremi��ndola a poner un punto final precipitado a la conversaci��n. Cuando esta colg�� el tel��fono, los dos salieron sin demora. Afuera esperaba Sergio, sentado en el porche de la casa. El chico se levant�� en cuanto los vio aparecer. Ni Manuel ni Lina hab��an reparado en su ausencia dentro de la casa, ni en qu�� momento hab��a abandonado el sal��n, como tampoco oyeron que hab��a dicho que quer��a acompa��arlos a Santiago. Daba igual, los dos lo conoc��an y, en el fondo, no les extra���� su comportamiento, ni tampoco su inter��s. 
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Published on January 03, 2017 01:04
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