SIETE LIBROS PARA EVA: Cap��tulo 2


S��bado, 27 de junio de 1999 Catorce d��as antes

Nada hay m��s minucioso en este mundo que una mujer madura acical��ndose a solas para una cita especial. Y aquel d��a, Lina se encontraba sola, estaba dentro del ba��o de su habitaci��n y en unas horas ejercer��a como invitada en un importante compromiso social. Tras dedicar largo tiempo a contemplar el traje comprado para la ocasi��n, al terminar de pon��rselo no pudo evitar mirarse en el espejo durante un buen rato, casi como una adolescente. Primero, de frente; luego, de perfil; y, por ��ltimo, se dio la vuelta sin llegar a apartar los ojos de su imagen. Incluso repas�� con la palma de la mano derecha la curvatura de su trasero. Por primera vez en mucho tiempo se sent��a atractiva y decidi�� que esa era una sensaci��n que deb��a saborearse sin prisa. Era evidente que su cuerpo ya no causaba la misma envidia que en sus a��os de juventud, y que hab��a ido ganando algunos kilos con el paso del tiempo, pero bien mirado, esto ��ltimo motivaba que sus curvas fuesen mucho m��s evidentes y, sabiendo escoger el sujetador y el vestido adecuados, muy sugerentes a los ojos de cualquier hombre. Contempl��ndolas, se hizo un gui��o hacia el espejo y pens��, satisfecha, que tres tardes recorriendo las tiendas m��s caras del centro de Ourense hab��an dado justo el fruto que deseaba.Una vez acabado el examen corporal, se recogi�� el pelo y, abriendo el peque��o malet��n situado encima de su tocador, tom�� uno de los pinceles y un viejo bote de maquillaje para realzar un rostro en el que ya hab��an comenzado a aparecer las primeras arrugas. No es que resultaran muy evidentes, ni que empa��asen la luz que siempre hab��a desprendido su cara, pero ese d��a m��s que nunca deseaba disimular la inevitable huella que hab��a dejado el discurrir de sus cuarenta y cuatro a��os de vida. Sobre todo, porque la mayor parte de ellos hab��an estado repletos de sinsabores, de falta de cari��o y comprensi��n, incluso de sexo rutinario y poco deseado. Y aunque en los ��ltimos meses se sent��a mejor, a veces ten��a la sensaci��n de que ella misma se hab��a ido acomodando a su mon��tona existencia. Mon��tona y, sobre todo, apagada, porque ni siquiera la reciente celebraci��n de sus bodas de plata hab��a conseguido ilusionarla. Y eso que pudo convencer a su marido para irse de viaje a Roma. Pero fue llegar all�� y comprobar que la magia que se presupon��a entre los dos hab��a perdido el billete de avi��n, y que de esa segunda luna de miel, solo iba a sacar en positivo eso: el poder conocer Roma.Sin apartar la vista del espejo, dej�� escapar un suspiro, profundo y lastimoso, y al instante volvi�� a concentrarse en su tarea. Ese d��a era especial porque se casaba Alberto, el ��nico sobrino de Miro, todopoderoso presidente desde hac��a a��os de la Uni��n Democr��tica Ourensana, la UDO, el partido pol��tico por el cual su marido acababa de alcanzar la alcald��a de Cea hac��a poco m��s de un mes. De San Cristovo de Cea, como se empe��aba en decir ��l siempre, como si eso le concediese m��s importancia a su cargo. Sin duda, aquella celebraci��n estar��a a la altura de lo que se esperaba, la ocasi��n perfecta para aparecer radiante en p��blico.En la intimidad de su dormitorio, por un momento, sinti�� que era algo que le apetec��a. E incluso m��s, no solo le apetec��a sentirse guapa, sino que necesitaba volver a sentirse deseada, porque echando la vista atr��s, ni siquiera lograba recordar la ��ltima vez que hab��a notado como un hombre la miraba con deseo. Eso que en sus a��os j��venes le asqueaba, que le parec��a un comportamiento reservado a borrachos, y que en la actualidad le aportar��a un incre��ble soplo de aire fresco a su triste existencia. Demasiada soledad y demasiado tiempo encerrada en aquella casa, situada en una finca enorme, y casi sin ver nada ni a nadie m��s que a alg��n vecino del pueblo y el imponente monasterio que se erig��a majestuoso al otro lado de la carretera. Cierto que de lunes a viernes Sonia, la asistenta, le hac��a compa����a por las ma��anas, pero a pesar de ello, desde que sus dos hijas se hab��an ido de casa, cada d��a se sent��a m��s sola y encerrada. Por mucho que all�� fuese donde hab��a nacido su marido, nunca debi�� aceptar el irse a vivir a aquella finca situada a la entrada de Oseira, un peque��o pueblo surgido cuando, en el siglo XII, unos monjes cistercienses decidieron construir su monasterio en medio de la monta��a. Lina ech�� una mirada hacia el monumento a trav��s de la peque��a ventana del cuarto de ba��o y pens�� que para aquellos monjes podr��a ser una zona ideal, pero para ella, a menudo aquel lugar era lo m��s parecido a una c��rcel.Estaba dando el ��ltimo retoque a sus p��mulos cuando escuch�� c��mo se deten��a un coche delante de la puerta de entrada a su finca. Pocos segundos despu��s, el sonido del timbre reson�� en la planta baja de la casa, rompiendo el ��ntimo silencio que reinaba en aquel momento. Sin prisa, pos�� la brocha de maquillaje sobre el tocador, descendi�� las empinadas escaleras y descolg�� el telefonillo situado al lado de la puerta:�����Qui��n es?���Guardia Civil. Abra, por favor ���contest�� una voz grave al otro lado.���Espere, voy.Ella colg�� de nuevo, se qued�� un instante con la mano apoyada en el aparato, pensativa, y dej�� escapar un leve gesto de extra��eza. Una expresi��n de sorpresa que no cambi�� durante los casi cincuenta metros que la separaban de la entrada a la finca. Al otro lado del grueso portal��n, un hombre de gran estatura, joven, y otro un poco m��s bajo y m��s mayor, ambos uniformados de manera impecable, esperaban con impaciencia:�����Manuel Rodr��guez V��zquez? ���pregunt�� el mayor, dando un paso al frente en cuanto se abri�� la puerta.���S��, es mi marido. En este momento no est�� en casa, aunque no creo que tarde en volver.�����Es suyo un Peugeot 206 con esta matr��cula? ���insisti�� ��l, mientras le mostraba la primera hoja de un ra��do bloc de notas.Ella ley�� los n��meros anotados.���Bueno, s�� ���no dud�� en contestar���. Pero���El guardia la interrumpi�� con tono serio:�����Podemos pasar?���S��, claro.Los dos hombres entraron al instante y se dirigieron hacia la casa sin dar m��s explicaciones. La mujer los sigui��. Tan solo el otro guardia, el m��s alto y joven, rompi�� por un momento el espeso silencio que se estaba produciendo durante el trayecto:�����Usted se llama���?���Adelina Dacal Iglesias ���dijo���, aunque todo el mundo me llama Lina.Dentro de la casa, fue el primer guardia el que volvi�� a tomar el mando de la conversaci��n:���Antes nos ha dicho que su marido no tardar��a en llegar. D��ganos, ��ha salido hoy con ese coche?���No, no, era lo que pretend��a explicarle en la entrada. Mi marido ha salido a tomar un caf�� con Sergio, el chico que es teniente de alcalde. Supongo que habr��n ido a alg��n pueblo de aqu�� cerca, porque ni siquiera ha llevado el m��vil ���explic�� ella, tratando de dar el mayor n��mero de detalles���. Pero la que usa ese coche es mi hija Eva, est�� estudiando en Santiago. ��Por qu�� lo pregunta, le han puesto alguna multa?Los guardias se miraron entre s��.���No.Tras la seca respuesta, el hombre dio un paso lateral y se coloc�� justo enfrente de Lina.���D��game, ��ha hablado hoy con su hija? ���No.�����Cu��ndo habl�� con ella por ��ltima vez? ���insisti��.En ese momento, el rostro de Lina palideci��, desafiando incluso al reciente maquillaje que se hab��a colocado con tanto esmero. Durante unos segundos, cruzaron su cabeza mil ideas, ninguna buena, y empez�� a intuir que algo malo pod��a haber pasado para que le hiciesen aquellas preguntas. Al final, tras unos segundos, solo fue capaz de responder de manera temerosa:���El mi��rcoles. No, el jueves. Pero ha quedado en venir ahora.El guardia volte�� la primera hoja de su bloc y le ense���� la siguiente, con un n��mero de tel��fono anotado:�����Este tel��fono le resulta familiar?Lina volvi�� a mirar aquel cuaderno, esta vez con mucho m��s detenimiento, y a continuaci��n neg�� con la cabeza.���F��jese bien, por favor. ��Est�� segura de que no sabe de qui��n es?���No, no lo s��, no creo que sea de alguien que conozca.�����Puede darnos el de su hija?Ella desgran�� de cabeza los n��meros uno a uno, mientras el guardia apuntaba en la tercera hoja.���Por favor, ��le ha pasado algo malo a mi hija? ���por fin se atrevi�� a preguntar ella con voz temblorosa.���Eso a��n no lo sabemos ���apunt�� el guardia m��s joven, pero sin intenci��n de entrar en m��s detalles.Delante de Lina, el mayor se puso m��s serio a��n de lo que hab��a estado hasta ese momento. Acab�� de escribir, arranc�� aquella hoja y se la pas�� a su compa��ero. Este se march�� con el peque��o papel en una mano y el interfono en la otra en direcci��n al patio. Lina lo sigui�� con la mirada. A su lado, el primer guardia requiri�� su atenci��n:���Se��ora, hemos venido porque nos han llamado los compa��eros de Santiago de Compostela para informarnos de que esta ma��ana se hab��a encontrado este coche en un camino cerca de Vedra. Al parecer, estaba en una cuneta y abierto ���dud�� un momento���, como si alguien lo hubiese abandonado por la noche. Quiz�� no sea nada, pero queremos asegurarnos ���explic�����. ��Sabe usted c��mo pudo ir a parar all��?���No.�����Tiene usted alguna idea de d��nde puede estar su hija?���No.Durante unos instantes, el desconcierto de Lina hizo un forzado y silencioso par��ntesis en la conversaci��n. La mujer se encamin�� hacia el centro del sal��n, en silencio, con el guardia siguiendo sus pasos. Pens�� que hab��a estado tan concentrada en arreglarse que no repar�� en el hecho de que su hija ya deber��a haber llegado hac��a tiempo.El guardia segu��a hablando a su espalda:���Se��ora, ��puede localizar a su hija de alg��n modo? Llamar a alguien que sepa algo de ella, por ejemplo.Lina se volvi�� hacia ��l, como si hubiera retomado el hilo de la realidad de golpe.���S��, espere ���dijo���. Voy a buscar los n��meros de tel��fono.Subi�� a su habitaci��n a buen paso y, al poco rato, baj�� con una agenda en la mano. Eva compart��a piso en Santiago con dos compa��eras, por l��gica, ellas deber��an saber algo. Se sent�� en la silla m��s cercana al tel��fono, tom�� aire intentando tranquilizarse y abri�� el cuaderno m��s o menos por la mitad:���A ver ���murmur�����, Ana o Rebeca. Rebeca, aqu�� est��.Sin perder tiempo, marc�� los nueve d��gitos y esper��, pero nadie respondi�� al otro lado. Volvi�� a ojear la agenda:���Ana. Es su otra compa��era de piso ���aclar�� en alto.Marc�� con toda la rapidez que pudo, m��s que la primera vez, y alz�� la vista hacia el guardia. Este esperaba de pie a su lado, semejando una estatua, mientras en el silencio de la habitaci��n se o��a el sonido de tres largos tonos. Antes de iniciar el cuarto, alguien descolg��.�����Ana? Soy Lina. ��Sabes algo de Eva? ��Est�� ah�� contigo?�����Eh? No, no s��. Espera. ���La chica parec��a intentar desperezarse mientras hablaba���. Voy a mirar en su habitaci��n.De fondo, se escucharon unos pasos alej��ndose y c��mo se abr��a una puerta. Al poco, se oyeron otra vez los mismos pasos. Esta vez de regreso:�����Oye? No, no est�� en su habitaci��n ���respondi�� la chica por el tel��fono���. ��La has llamado a su m��vil?La noche anterior hab��an pasado muchas cosas y no todas eran confesables a una madre que, en teor��a, solo llama enfadada porque deben asistir a un compromiso familiar y su hija se est�� retrasando. Pero la esquiva respuesta de Ana fue cortada por Lina, cuyo tono de voz sub��a a cada palabra:�����Ana! Est�� aqu�� la Guardia Civil y dicen que han encontrado su coche abandonado en una cuneta. ��Sabes d��nde est�� ella?���No.�����Ana! Tenemos que encontrarla. ��La has visto hoy?�����Ostras! ���exclam�� la chica���. Ahora recuerdo que nos hab��a dicho que iba a irse pronto para casa, pero si no ha llegado ah����� ���razon�� al final.Al otro lado del tel��fono, Lina ya gritaba sin disimulo:�����No, no ha llegado! Tambi��n he llamado a Rebeca, pero no me ha respondido. ��Qu�� est�� pasando ah��?���No s�� ���se excus�����. Rebeca est�� aqu��, pero est�� durmiendo y siempre duerme con el m��vil apagado. Ayer por la noche era un d��a grande, uno de los ��ltimos del curso, y salimos las dos. Eva no, nunca sale, y nos dijo que pensaba quedarse en casa. Yo ahora tambi��n estaba durmiendo, no s�� nada ���explic�� temerosa���. Voy a llamar a alguna gente a ver si me dicen algo, ��vale? �����Pero est��s segura de que Eva no sali��?���No lo s��, ella dijo que no sal��a, pero no lo s��. Por favor, dame un minuto y te llamo.Lina sab��a que la chica volver��a a llamar. En el fondo, Ana siempre le hab��a parecido muy formal, la m��s cabal de las tres. Desde luego, mucho m��s sensata que Rebeca e, incluso, m��s que su propia hija. Adem��s, era una chica que ca��a bien. Eso le hizo albergar la esperanza de que, con alguna de aquellas pesquisas, pudiese localizar a Eva.Nada m��s colgar, el guardia quiso saber la direcci��n de Ana, que apunt�� justo despu��s del primer tel��fono. Cuando apenas diez minutos m��s tarde volvi�� a sonar el aparato, fue ��l mismo quien respondi��:�����Ana? ��Es usted Ana?���S��.���Soy Eduardo Salgado, sargento de la Guardia Civil de Cea. D��game, ��qu�� ha averiguado usted?���Pues, nada ���dijo la chica tras un inicial segundo de sorpresa���. A ver, he hablado con mi compa��era Rebeca y ella tampoco la ha visto. Tambi��n he llamado a toda la gente que podr��a decirme algo sobre Eva, pero nadie sabe nada de ella desde ayer por la tarde.En este momento, la chica se par�� un segundo, como si quisiera pensar las palabras que iba a pronunciar. Pese a ello, el hombre esper�� en silencio a que la chica continuara.���Cuando Rebeca y yo nos fuimos, ella se qued�� en casa. Eran sobre las ocho de la tarde y nos dijo otra vez que no sal��a. Despu��s, cuando volvimos, ten��a la puerta de la habitaci��n cerrada y pensamos que estar��a durmiendo. ���Bien, esc��cheme con atenci��n ���respondi�� el sargento con autoridad���. No se mueva usted de ah�� y d��gale a su compa��era que tampoco lo haga. En unos minutos ir��n los agentes encargados del caso para hablar con ustedes. Van a necesitar hacerles algunas preguntas.�����Los encargados del caso? ���pregunt�� Ana, entre sorprendida y asustada.���S��, ya les explicar��n ellos ���remat��.El hombre colg�� el tel��fono sin dar opci��n a que la chica pudiese seguir preguntando, aunque quiz��, ya no estaba en condiciones de hacerlo.En ese momento, su compa��ero volvi�� a entrar en la casa y se acerc�� a ��l.���El m��vil da se��al de apagado ���dijo���. Ya lo he comunicado a Santiago, pero no saben nada m��s.���S��, tambi��n sabemos d��nde vive. No te preocupes, aqu�� hemos acabado.Luego, el guardia se volvi�� hacia Lina, que continuaba sentada al lado del tel��fono sin saber muy bien qu�� hacer.���Se��ora, ��tiene alguna manera de ponerse en contacto con su marido? ���dijo elevando la voz para llamar la atenci��n de la mujer.���No. Se lo he dicho antes, ha dejado su m��vil en la habitaci��n y no s�� c��mo avisarlo. �����No tiene otra manera? ���insisti�� el hombre.Las preguntas hab��an despertado a la mujer de su desconcierto, pero su nerviosismo iba en aumento.���No lo s�� ���repiti�����. Sali�� con Sergio en el coche de este, para no sacar el suyo de la finca. S�� que fueron a tomar un caf��, pero no s�� a d��nde. Puede que a Cea, o a alg��n bar que haya por el camino, yo qu�� s��. �����Sabe el tel��fono del chico?���No ���dijo, moviendo la cabeza al mismo tiempo���. Yo nunca lo llamo.�����Puede estar en la agenda del m��vil de su marido?���S��, seguro, pero tiene contrase��a.El hombre se tom�� un segundo para pensar.���Se��ora, ��sabe la matr��cula del coche en el que se fueron? ���pregunt�� despu��s.���No ���balbuce�� a duras penas���. Es un Audi blanco, pero no s�� la matr��cula. Solo s�� que es muy nuevo, porque lo compr�� en navidades.Aquel dato pareci�� bastar al guardia para iniciar una b��squeda.���Bien ���dijo���, no se preocupe, nosotros vamos a ir en direcci��n a Cea y buscaremos ese coche por el camino. Si ��l llega antes, d��gale que tienen que desplazarse a Santiago sin perder tiempo.Aquello tranquiliz�� en cierta medida a Lina. Quiz�� por eso, cuando los dos hombres se encaminaban hacia la puerta, los interrumpi�� a su espalda:���Por favor, ��saben algo m��s que no me hayan dicho? ���pregunt�� temerosa.Esto detuvo a los guardias. El primero baj�� la mirada un segundo, guard�� silencio otro, y luego, por un momento, suaviz�� el tono serio que hab��a mantenido desde su llegada.���Se��ora, quiz�� no deber��a decirle esto a usted, pero hay algo en este caso que no me gusta ���confes��, escogiendo las palabras de forma evidente antes de hablar���. Y le aseguro que llevo muchos a��os en el cuerpo.La mujer no se atrevi�� a preguntar m��s. Cuando los hombres abandonaban la estancia, en el reloj del monasterio sonaban las once, campanada a campanada. Tal vez como un aviso, o como una premonici��n. Tras el golpetazo de la puerta de salida, Lina apoy�� su cabeza contra la pared y se dispuso a esperar. Manuel y Sergio no pod��an tardar.
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on January 03, 2017 01:04
No comments have been added yet.