

“Algo.
En estos días, tienes que ser "algo" con alguien si no quieres ser "nada" con alguien. Por lo mismo, nuestra "relación", si es que puede llamársele "relación" a lo que teníamos, bueh, podía decirse que era clandestina. Poco nos importaba, sin embargo, lo que dijeran los demás. Porque nos teníamos. Nos teníamos y no nos íbamos a dejar ir (...) El consenso entre las diferentes voces que opinaban en mi cabeza había sido atribuir su conducta a las hormonas, pero yo le concedía todas las razones a la voluntad. Veloe era quien era porque así quería ser.
Lo que comenzó como una inocente comida de vengan-a-conocer-a-mi-nuevo-novio, se transformó en un "cándido afecto" que, con el paso de los meses, se convirtió en un "frondoso encanto", el cual terminaría en una "loca infatuación". Un año después de subirme a aquel elevador, Veloe y yo nos amábamos hasta las lágrimas.
Dicen que a las mujeres no hay que entenderlas sino amarlas, y en verdad que su amable y atento servidor no podría estar en desacuerdo con esa sagrada afirmación; pero yo no sólo amaba a Veloe, sino que la leía. Aprendí a leer a Veloe como a nadie; podía leerla con la tibia luz de la lámpara de la mesa de noche o con el sol quemante de las playas de Oaxaca, tirado en un camastro, cavando surcos en la arena con los pies. Podía leerla en el tren subterráneo, rodeado de parroquianos, o en la paz de la santa capilla, tirado en la alfombra, de pie o sentado, de cabeza o sobre las puntas de los dedos, exhausto o recién levantado, en ayunas, después de una pesada comida, lejos, en braille o con letra script.
Entendí que es cosa complicada aprender a leer a una mujer, y que es tarea que puede extenderse por años. Por vidas enteras. Algunas mujeres son libros pequeños, de bolsillo, fácilmente manejables. Otras son pesados, de pasta dura, con el gramaje grueso y poco amable con los dedos. Algunas tienen prólogo y otras epílogo, y unas cuantas ambos. Algunas carecen de forros o están deshojadas. Nadie puede leer a todas las mujeres del mundo así como nadie puede leer todos los libros del mundo. Y del mismo modo que, dicen los románticos, ciertos libros nos escogen, algunas mujeres nos eligen, en silencio, y esperan a que las leamos...
-Pixie (3) de Ruy Xoconostle W. (fragmento)”
― Pixie 3
En estos días, tienes que ser "algo" con alguien si no quieres ser "nada" con alguien. Por lo mismo, nuestra "relación", si es que puede llamársele "relación" a lo que teníamos, bueh, podía decirse que era clandestina. Poco nos importaba, sin embargo, lo que dijeran los demás. Porque nos teníamos. Nos teníamos y no nos íbamos a dejar ir (...) El consenso entre las diferentes voces que opinaban en mi cabeza había sido atribuir su conducta a las hormonas, pero yo le concedía todas las razones a la voluntad. Veloe era quien era porque así quería ser.
Lo que comenzó como una inocente comida de vengan-a-conocer-a-mi-nuevo-novio, se transformó en un "cándido afecto" que, con el paso de los meses, se convirtió en un "frondoso encanto", el cual terminaría en una "loca infatuación". Un año después de subirme a aquel elevador, Veloe y yo nos amábamos hasta las lágrimas.
Dicen que a las mujeres no hay que entenderlas sino amarlas, y en verdad que su amable y atento servidor no podría estar en desacuerdo con esa sagrada afirmación; pero yo no sólo amaba a Veloe, sino que la leía. Aprendí a leer a Veloe como a nadie; podía leerla con la tibia luz de la lámpara de la mesa de noche o con el sol quemante de las playas de Oaxaca, tirado en un camastro, cavando surcos en la arena con los pies. Podía leerla en el tren subterráneo, rodeado de parroquianos, o en la paz de la santa capilla, tirado en la alfombra, de pie o sentado, de cabeza o sobre las puntas de los dedos, exhausto o recién levantado, en ayunas, después de una pesada comida, lejos, en braille o con letra script.
Entendí que es cosa complicada aprender a leer a una mujer, y que es tarea que puede extenderse por años. Por vidas enteras. Algunas mujeres son libros pequeños, de bolsillo, fácilmente manejables. Otras son pesados, de pasta dura, con el gramaje grueso y poco amable con los dedos. Algunas tienen prólogo y otras epílogo, y unas cuantas ambos. Algunas carecen de forros o están deshojadas. Nadie puede leer a todas las mujeres del mundo así como nadie puede leer todos los libros del mundo. Y del mismo modo que, dicen los románticos, ciertos libros nos escogen, algunas mujeres nos eligen, en silencio, y esperan a que las leamos...
-Pixie (3) de Ruy Xoconostle W. (fragmento)”
― Pixie 3

“-El boxeador se enfrenta a un contrincante que es una distorsión onírica de sí mismo en el sentido de que sus debilidades, posibilidad de error y de ser gravemente herido, sus desaciertos intelectuales, todo, puede ser interpretado como puntos fuertes pertenecientes al Otro.
-El tiempo, al igual que la posibilidad de muerte, es el adversario invisible del cual los boxeadores son profundamente conscientes. Cuando un boxeador es noqueado no significa, como suele pensarse, que haya quedado sin sentido, o incluso incapacitado; significa, más poéticamente, que ha sido sacado del tiempo.
-El dolor, en el contexto adecuado, es algo distinto al dolor.
-La diferencia obvia entre el boxeo y la pornografía es que el boxeo, a diferencia de la pornografía, no es teatral.
-El boxeo es un deporte tan refinado y al mismo tiempo tan crudo que no hay combate que pueda perderse intencionalmente con éxito.
-La vida se como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo sólo se parece al boxeo.”
―
-El tiempo, al igual que la posibilidad de muerte, es el adversario invisible del cual los boxeadores son profundamente conscientes. Cuando un boxeador es noqueado no significa, como suele pensarse, que haya quedado sin sentido, o incluso incapacitado; significa, más poéticamente, que ha sido sacado del tiempo.
-El dolor, en el contexto adecuado, es algo distinto al dolor.
-La diferencia obvia entre el boxeo y la pornografía es que el boxeo, a diferencia de la pornografía, no es teatral.
-El boxeo es un deporte tan refinado y al mismo tiempo tan crudo que no hay combate que pueda perderse intencionalmente con éxito.
-La vida se como el boxeo en muchos e incómodos sentidos. Pero el boxeo sólo se parece al boxeo.”
―

“Clarissa habla conmigo durante exactamente cuarenta y cinco minutos, pero no es psiquiatra cualificada; es estudiante de psiquiatría. De modo que oficialmente es una visitante que tiene los ojos verdes..."
"Si estaba en una misión de recopilación de datos o coqueteaba conmigo, no habría sabido decirlo. Pero que supiera qué fármacos corrían por mis privadas venas era algo profundamente íntimo."
"Hay una tradición solemne en torno a lo clandestino..."
"Ya no pude permitirme crear un código cuando sabía en todo momento que su último fin era ser decodificado."
"Toda ella era una colección de colores pastel, y su piel, con el brillo rosa que irradiaba, contrastaba con la arena blanca y el azul turquesa de su blusa. A partir de su imagen y de los recuerdos que tenía de ella me hice una idea clara de su cualidad más conmovedora: su negativa a estar triste."
"No sabía si los gestos de Clarissa hacía mí eran platónicos, aristotélicos, hegelianos o eróticos. De modo que me quedé allí, unido a ella por tres puntos: su mano en mi nuca, mi mano en su espalda y su pelo acariciándome el costado. Miré el cielo y me pregunté cómo podía estar enamorado de alguien cuyo nombre no era un anágrama..."
Fragmentos de El Placer de mi Compañía,
escrito por Steve Martin”
― The Pleasure of My Company
"Si estaba en una misión de recopilación de datos o coqueteaba conmigo, no habría sabido decirlo. Pero que supiera qué fármacos corrían por mis privadas venas era algo profundamente íntimo."
"Hay una tradición solemne en torno a lo clandestino..."
"Ya no pude permitirme crear un código cuando sabía en todo momento que su último fin era ser decodificado."
"Toda ella era una colección de colores pastel, y su piel, con el brillo rosa que irradiaba, contrastaba con la arena blanca y el azul turquesa de su blusa. A partir de su imagen y de los recuerdos que tenía de ella me hice una idea clara de su cualidad más conmovedora: su negativa a estar triste."
"No sabía si los gestos de Clarissa hacía mí eran platónicos, aristotélicos, hegelianos o eróticos. De modo que me quedé allí, unido a ella por tres puntos: su mano en mi nuca, mi mano en su espalda y su pelo acariciándome el costado. Miré el cielo y me pregunté cómo podía estar enamorado de alguien cuyo nombre no era un anágrama..."
Fragmentos de El Placer de mi Compañía,
escrito por Steve Martin”
― The Pleasure of My Company
York’s 2024 Year in Books
Take a look at York’s Year in Books, including some fun facts about their reading.
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