Alberto Garzón Espinosa's Blog
December 14, 2023
De la cumbre del clima y del tiempo perdido
La última cumbre del clima (COP28) acaba de finalizar con otro acuerdo celebrado entre aplausos y abrazos. Las expectativas previas no eran buenas, pues la cumbre ha tenido lugar en Emiratos Árabes Unidos, un Estado que es el séptimo productor mundial de petróleo. No obstante, por primera vez en casi treinta años una cumbre del clima ha terminado con una declaración que insta a reducir gradualmente los combustibles fósiles. En todas las ocasiones anteriores, veintisiete para ser exactos, los intentos de introducir una referencia tan directa habían fracasado.
Hay quien define este acuerdo como histórico. Sin duda, la novedad es sustantiva. Los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) son la principal fuente de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera y, por ello, son también los principales causantes del cambio climático. Igualmente son importantes los compromisos alcanzados para triplicar la capacidad de producción de energías renovables, la mejora sustancial de la eficiencia energética y la supresión de subvenciones a las energías contaminantes. Todos estos avances, aunque aún en la esfera declarativa y probablemente sin que sean suficientes para no rebasar los 1,5º C respecto a la era preindustrial, son positivos y necesarios.
La cuestión es que, si lo ponemos en perspectiva, el panorama es más lúgubre. La concentración de moléculas de dióxido de carbono en el aire fue medida por primera vez en 1958 por Charles Keeling. Unos años más tarde quedó claro que se estaba dando un crecimiento continuado de dicho gas en la atmósfera, y el propio Keeling sospechaba que la causa era la quema de combustibles fósiles. No obstante, las primeras alarmas en el foro público llegaron a finales de los ochenta, cuando el científico James Hansen informó al Congreso de los Estados Unidos acerca de las consecuencias que estas emisiones tenían sobre el clima. Con todo, la primera cumbre del clima tuvo lugar en 1995, el protocolo de Kioto en 1997 y los Acuerdos de París en 2015. Y ahora, gracias a este último acuerdo, la primera mención a reducir los combustibles fósiles ha tenido lugar en 2023. A todas luces hemos perdido un tiempo precioso. ¿Por qué?
Me parece que el retraso hay que explicarlo partiendo de dos elementos interrelacionados pero distintos: la lucha económica que tiene lugar en el tablero de la geopolítica internacional y la estructura cultural propia de un mundo constituido sobre el capital fósil.
En primer lugar, los principales países productores de petróleo, organizados actualmente en la OPEP, han acumulado grandes cuotas de poder e influencia desde hace más de un siglo. Alrededor del capital fósil se han tejido negocios sumamente lucrativos, especialmente en momentos de crisis internacional como la sucedida en los años setenta. Y aunque se sabe desde hace mucho tiempo que la escasez de combustibles fósiles aboca al sector a una inevitable desaparición, son muchos y muy poderosos los actores que se resisten a acelerar ese final. De hecho, el bloque de la OPEP, encabezado por Arabia Saudi, ha sido el más reacio a los compromisos más ambiciosos también en esta cumbre. La Unión Europea, presidida justo ahora por España, y sumamente dependiente de la importación de combustibles fósiles, se ha situado en una posición antagónica a la de la OPEP. Por otro lado, el papel de Estados Unidos, desde hace unos años también un gigante exportador de gas natural, ha sido mucho más ambiguo. La oferta, esto es, el negocio económico vinculado a la extracción, distribución, comercialización y venta de combustibles fósiles nos da un mapa muy útil para entender cuáles son los frenos que existen a la aceptación total de las recomendaciones científicas.
Ahora bien, si el asunto fuera simplemente sustituir las fuentes de energía procedentes de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables o limpias, la cuestión adquiriría una dimensión básicamente técnica. En el proceso habría dificultades, como las comentadas respecto a los poderosos intereses que atraviesan la geopolítica, la falta de financiación o en algunos casos incluso la disponibilidad de tecnología adecuada, pero el problema tendría una solución sencilla: una de esas soluciones que pueden alcanzarse sobre el papel. Sin embargo, me temo que si ampliamos el foco encontramos algo más que convierte al problema en algo bastante más complejo.
Ese algo más tiene que ver con el hecho de que poner en tela de juicio los combustibles fósiles es también poner en tela de juicio las sociedades que hemos construido durante los últimos doscientos años. Al fin y al cabo, vivimos en un sistema económico caracterizado no sólo por la propiedad privada de los medios de producción sino también, y muy especialmente, por fundarse sobre una legión invisible de esclavos energéticos. Todo lo que hemos levantado a nuestro alrededor en los dos últimos siglos, desde las redes de transportes y comunicaciones hasta los edificios y otras infraestructuras físicas, se ha conseguido utilizando las reservas de energías acumuladas en el subsuelo durante millones de años. La inmensa mayoría de los bienes y servicios que hemos naturalizado, como que calentemos nuestro hogar o que tengamos electricidad en casa, dependen todavía hoy de manera abrumadora de esa energía para nosotros invisible. El espectacular incremento de la productividad económica durante los últimos dos siglos no es sólo debido a la conflictiva contribución del capital y el trabajo, sino también a esta dotación brutal de energía extraída esencialmente de los combustibles fósiles. Somos una civilización construida, física y culturalmente, sobre energía fosilizada por las fuerzas geológicas. De ahí que imaginar y construir una sociedad avanzada de alto consumo de energía -y sostenible al mismo tiempo- sea un ejercicio tan inmenso. Sobre todo, si el tiempo corre en nuestra contra.
Pero es que tal sistema económico no sólo produce impactos sobre el clima sino sobre el conjunto del Sistema-Tierra, lo cual afecta de manera mucho más compleja a los delicados equilibrios que hacen la vida posible. Y esto nos lleva a un terreno distinto del de la simple transición energética. Hasta donde sabemos, la Tierra es el único planeta que puede albergar la vida, y desestabilizar esos equilibrios es una muy mala idea. Sin embargo, esa es precisamente una de las descripciones posibles del Antropoceno: la del desequilibrio de las condiciones climáticas que hicieron del Holoceno una etapa fértil para el desarrollo de la civilización. La emergencia de la ciencia del Sistema Tierra -una herramienta transdisciplinar para las enseñanzas de la química, la biología, la física, la geología y tantas otras ciencias consideradas naturales- ha sido fundamental para comprender cómo funciona realmente nuestro mundo, lo que nos ha permitido conocer mejor también sus vulnerabilidades. Ello ha dado lugar a un marco conceptual como el de los límites planetarios, que ha identificado una serie de límites biofísicos que en caso de traspasarse ponen en peligro las condiciones para la vida en el planeta. La mala noticia es que muchos de esos límites se han traspasado ampliamente. La buena noticia es que se trata de trayectorias que pueden ser corregidas.
El problema es que la política y la ciencia económica son la mayor parte del tiempo totalmente ajenas a este avance científico. La ciencia económica es el principal sostén ideológico de las sociedades de mercado, pero al constituirse antes incluso de que tuvieran lugar los descubrimientos científicos centrales de la física y la química, como las leyes de la termodinámica, nació desconectada de las leyes naturales. De acuerdo con el esquema economicista básico, el bienestar humano depende de la producción, y la producción depende de los factores capital y trabajo. Toda nuestra sociedad -y toda nuestra política- se ha inspirado en este sistema de ideas que descarta cualquier papel para la energía y los recursos naturales. Como consecuencia, la cultura constituida en nuestras sociedades de mercado -nuestra forma de ver el mundo- es generalmente ciega ante los impactos ecológicos y los desequilibrios generados en el Sistema Tierra. Eso es lo que cada uno de nosotros hemos interiorizado durante siglos.
Tenemos mucho camino aún que recorrer para que nuestras sociedades asuman realmente la verdadera transición pendiente. No se trata sólo de una sustitución energética que cambie los combustibles fósiles por energías limpias. Esto es una parte necesaria de un conjunto mucho más amplio de tareas. Se trata, más en general, de acometer una transición ecológica que además de reducir también muchos otros impactos ecológicos -como la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos o la contaminación del aire, entre otros-, asuma para nuestras sociedades el único rol que es viable en el medio y largo plazo. Durante siglos el pensamiento occidental ha asumido la idea de que la naturaleza es el objeto, a controlar y explotar, y la sociedad humana el sujeto. Hoy sabemos que la única trayectoria posible es aquella que culmina con una sociedad humana plenamente integrada dentro de los límites del planeta.
Y si bien las cumbres del clima han necesitado casi treinta años para señalar al principal vector del cambio climático, no podemos permitirnos perder tanto tiempo al abordar todas las implicaciones, no sólo las climáticas, de habernos dotado de un sistema económico incompatible con la sostenibilidad del planeta. Por eso es hora de cumplir los acuerdos alcanzados y de ser, al mismo tiempo, más ambiciosos en las tareas pendientes. El tiempo corre.
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November 30, 2023
Las peligrosas tentaciones de la izquierda
Hasta la década de los noventa los resultados electorales de los partidos de extrema derecha europea eran por lo general muy modestos. En muy extraña ocasión alguno de los partidos asociados a esta familia ideológica superaba el 10% en elecciones nacionales o europeas. Sin embargo, desde entonces su dinámica de crecimiento ha sido constante, y hoy en día algunos de esos partidos superan ampliamente el 20%, e incluso han alcanzado el control de sus gobiernos nacionales.
No se trata sólo de un problema cuantitativo. La creciente presencia e influencia de la extrema derecha es tal que presiona a los partidos conservadores tradicionales hacia posiciones radicalizadas. Esto ocurre especialmente en materias donde la extrema derecha es electoralmente más competitiva, como sucede en cuestiones de inmigración, identidad nacional o seguridad militar. Fruto de esta dinámica, y de las alianzas institucionales que suelen fraguarse entre ambas familias, la frontera entre los partidos conservadores tradicionales y los de extrema derecha se ha ido difuminando. El caso paradigmático es el de Fidesz, el partido del primer ministro húngaro Viktor Orbán, que tras su radicalización terminó abandonando el grupo conservador del parlamento europeo -donde está el PP-. Orbán fue, de hecho, uno de los invitados estrella de la reunión ultraderechista organizada por Vox en Madrid hace dos años. Además, la nueva posición pro-OTAN de la mayoría de la extrema derecha está permitiendo un reordenamiento estratégico de las derechas europeas, facilitando así esa mayor porosidad entre las familias conservadoras.
Las causas que están detrás de este crecimiento de la extrema derecha son múltiples, y entre ellas pueden destacarse al menos tres: los efectos asimétricos que la globalización económica y el cambio tecnológico está provocando, tales como el incremento de la desigualdad y el empobrecimiento de las clases medias; la destrucción de los lazos sociales y comunitarios, especialmente en su forma institucionalizada de servicios públicos, los cuales juegan un rol muy importante en la cohesión social; y la reacción cultural ultraconservadora frente a las posiciones progresistas en temas tales como el feminismo o el ecologismo.
No subestimemos los riesgos que todo esto conlleva. Estamos hablando de una seria amenaza a la democracia liberal representativa y a los derechos sociales conquistados por el movimiento obrero socialista durante dos siglos de lucha. El riesgo evidente es el de retroceder a sistemas políticos estrictamente constitucionales, vaciados de todo contenido social, bunkerizados y vallados hacia fuera, y que en esas condiciones difícilmente podrían seguir siendo llamados democráticos. Al fin y al cabo, tras dos siglos de despliegue democrático ya debería ser claro que la democracia es bastante más que la carcasa legal que permite el funcionamiento del Estado liberal.
La respuesta de la izquierda ante esta dinámica está siendo dispar y, por lo general, confusa. Algunos partidos, como es el caso de los socialdemócratas alemanes y los nórdicos, han asumido partes notables de la agenda de extrema derecha, como en el caso de la inmigración. La izquierda radical, sobre todo en el este de Europa, también está desplegando una estrategia similar. El caso de Alemania es significativo, pues la escisión rojiparda de Die Linke está despuntando en las encuestas. Por otro lado, el discurso del temor a la extrema derecha parece encontrarse con límites notables. Esto no es algo que deba extrañarnos, pues laEuropa liberal antifascista que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial ya no tiene una generación que la recuerde, y las nuevas generaciones no tienen anticuerpos propios frente a formaciones políticas que, por otra parte, hacen grandes esfuerzos por no ser vinculadas simbólicamente a la ideología fascista del siglo pasado. Además, en muchos lugares ya se ha normalizado la presencia de estas fuerzas políticas en el gobierno, lo que neutraliza aún más el simple discurso apocalíptico.
Con todo, nuestro país ha estado al borde de ese abismo. Por muy poco España no es hoy gobernada por una alianza entre la extrema derecha y la derecha radicalizada, como sucede ya en muchas comunidades autónomas. Durante toda la campaña electoral este fue el escenario más probable según las principales empresas demoscópica y los analistas políticos. Por suerte, el pueblo español progresista respiró tranquilo la noche del 23 de julio y vio que, efectivamente, contaríamos con otra oportunidad. Pero los riesgos siguen estando ahí, y volverán acrecentados si no trabajamos bien.
En los tiempos en los que languidece la llama de los movimientos democráticos, como me temo está ocurriendo, es mucho más fácil, y quizás lo más inteligente, pasar a posiciones defensivas. Pero hay que andarse con mucho cuidado. El filósofo Manuel Sacristán recordaba que, en este tipo de momentos, en los cuales se perdía la confianza en una fase de avance social -en una fase revolucionaria-, se corría asimismo el riesgo de liquidación del movimiento democrático organizado. Apuntaba a dos posibilidades que creo que es oportuno recordar.
La primera es la pérdida total de confianza en que una transformación social radical fuera realmente viable. Sumidos en la melancolía de lo que pudo ser, pero no fue, hay quienes terminan promoviendo la vuelta al seno de las viejas fórmulas socialdemócratas. Sacristán interpretaba así la transformación del Partido Comunista Italiano, el que fuera el más poderoso de todos los partidos comunistas europeos, en un nuevo partido asimilable perfectamente a la familia socialdemócrata. Casi de la noche a la mañana, una organización que había intentado construir una sociedad alternativa al capitalismo, y que denunciaba los planteamientos de la socialdemocracia, rendía sus armas y se pasaba en masa a un proyecto de simple reforma del mismo sistema que habían combatido con tanto ahínco.
La segunda posibilidad es la puramente inmovilista. Al quedarse sin perspectivas de triunfo rápido, los dirigentes de izquierdas se aferran discursivamente a las viejas consignas, sin adaptar ni su discurso ni su organización al nuevo contexto, con la esperanza depositada en que cualquier accidente social pueda devolver las posibilidades revolucionarias. Algo así como «cuanto peor, mejor». Una vez se asumía la derrota, ningún objetivo intermedio o táctica sería ya legítimo, y sólo quedará el vacío grito del atrofiado izquierdista.
España cuenta con varios ejemplos de ambas tentaciones. Por lo general es bastante conocido que, ante las derrotas sociales y electorales de la izquierda comunista, como ocurrió entre 1977 y 1982, importantes sectores se han pasado a la socialdemocracia, ya fuera como votantes o como cuadros políticos. La historia de la izquierda radical en España está salpicada de procesos similares, con derrotas políticas y electorales a las que seguían escisiones por la derecha. Pero son bastante menos conocidos los casos contrarios, que hoy traigo a colación.
Precisamente en las elecciones de 1982 Santiago Carrillo tuvo que dejar la Secretaría General del Partido Comunista de España tras unos malos resultados. El histórico líder comunista había sido durante la década anterior el principal partidario de la corriente eurocomunista en España, y sus movimientos tácticos, entre ellos todo el proceso de Transición y los Pactos de la Moncloa, habían desconcertado a la militancia comunista. Sin embargo, quien fuera el máximo defensor de esos regates cortos, fundó en 1986 un nuevo partido comunista de intransigencia doctrinaria y radicalismo discursivo. Una vez que el secretario general ya no veía posibilidades de ganar, se retiró a sus viejas proposiciones ortodoxas en las que se sentía cómodo -aun sabiendo probablemente de su inutilidad práctica-. Quien ya había pasado a la historia como padre de la recuperada democracia constitucional española ocupó su tiempo durante aquellos años en defender explícitamente la dictadura del proletariado a la vez que acusaba a la recién fundada Izquierda Unida de ser la liquidación del comunismo español. Aquella actitud le duró poco, porque su partido apenas pasó del 1% y pronto se disolvieron. Curiosamente la mayoría de sus activos pasaron a engrosar las filas del PSOE, si bien no el propio Carrillo.
También desde hace unos meses, y previamente a las últimas elecciones generales, había una sensación parecida en el ecosistema de la izquierda española. El diagnóstico que se trasladaba era que había llegado el tiempo de los reaccionarios también en España, y que lo que tocaba era pasar a las trincheras defensivas de la inocuidad política. Así, lo que hasta ahora había sido vendido como inteligentes movimientos tácticos, incluso de cesiones estratégicas en discursos y prácticas en beneficio de futuros réditos políticos, ahora de repente se convertía todo ello en expresión de la máxima traición a la causa. Este giro de los acontecimientos no es, a pesar de todo, una transformación irracional. Se trata sencillamente de una posible -pero no la única- conclusión lógica ante un pésimo diagnóstico: que está todo ya perdido.
Creo, honestamente, que la izquierda debe trabajar por evitar ambas tentaciones. En ambos casos se trata de una claudicación, aunque con formas diferentes. El escenario político europeo y mundial es de máximo peligro, pero nuestro país tiene por delante una oportunidad crucial, si bien no exenta de riesgos, que debemos aprovechar. España es un país vanguardia en muchas dimensiones, como ocurre respecto a los derechos LGTBI, la legislación laboral, la sanidad pública, el pacifismo y la solidaridad internacional y la lucha contra el cambio climático, entre otros. España es, no lo olvidemos, una referencia que se alza en contraste con las derechas más reaccionarias del continente. Proteger y ampliar todo ello debería ser es el objetivo central de las izquierdas en este ciclo.
Atendiendo a lo ya expresado, creo que nuestro camino pasa por emplear todas las herramientas para erradicar las causas de la dislocación social por la que atravesamos. Por eso es tan sumamente importante el blindaje y ampliación de los derechos y servicios públicos, así como de cualquier otra institución que proteja a los sectores populares. Una estrategia, con sus tácticas correspondientes, de naturaleza constructiva y optimista. Una estrategia con un horizonte que no sea el de contener el aliento presas del miedo.
En definitiva, no creo que sea suficiente con una izquierda que se presente proféticamente como antítesis del caos presente o venidero. Si bien las diferentes izquierdas tienen que colaborar y tejer alianzas, tampoco me parece útil una izquierda incapaz de elevar un proyecto político indistinguible de otras fórmulas ya existentes. Y mucho menos es de utilidad alguna encerrarse en posiciones políticas que a lo máximo que pueden aspirar es a tener razón -la razón más pesimista- pero nunca a tener el poder para construir algo bello.
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November 17, 2023
Carta a la militancia de IU – Despedida como coordinador
Querido/a compañero/a,
Hace unos meses anuncié públicamente que no volvería a ser diputado en el Congreso, tras 12 años representando allí a Izquierda Unida y a Unidas Podemos. Manifesté que continuaba, no obstante, con mis funciones como ministro y como coordinador de IU. Teníamos por delante unas difíciles elecciones generales y era mi responsabilidad continuar dedicando mi energía a lograr el mejor resultado posible para Sumar y para volver a constituir un gobierno de coalición progresista.
A pesar de las dificultades, finalmente lo hemos logrado. Disipamos la amenaza de un gobierno reaccionario la misma noche electoral, pero lo que quedaba por delante era una complicada negociación que, afortunadamente, ha terminado bien. Ahora la política española pasa a una nueva fase, con un nuevo gobierno y con muchos retos que abordar.
Con este cambio de fase quiero completar el paso al lado que anuncié en junio. Eso significa que no solo cederé el testigo dentro del Consejo de Ministros, sino que también cesaré mi responsabilidad como coordinador de Izquierda Unida. Se trata de una decisión muy meditada y que formaba parte de la hoja de ruta que personalmente asumí hace tiempo. He esperado a este momento para sincronizar mi decisión final con el cambio de fase política.
Quiero volver a trasladar el agradecimiento más absoluto a todas las personas que me han acompañado a lo largo de todos estos años. No puedo nombrarlas a todas ellas, porque son demasiadas, pero seguro que saben que yo no hubiera podido abordar mis tareas sin su abrigo y cariño. Son también muchas las experiencias que he vivido en este tiempo, y espero haber contribuido al menos modestamente a mejorar la vida de las familias trabajadoras de nuestro país.
Ha sido un gran honor poder representar a una organización como IU, que me ha brindado la oportunidad de conocer a personas maravillosas. Cuando me afilié con 18 años lo hice con la convicción de que había que sumar manos y mentes a la tarea de transformar nuestras sociedades. Aunque en mi corazón ya latía la rabia por las injusticias cometidas en todas partes del mundo, la decisión específica de militar en IU vino empujada por el ejemplo de quienes estaban luchando, asumiendo un gran coste personal, contra una burbuja inmobiliaria que a comienzos de siglo atropellaba las vidas y la naturaleza de la costa malagueña. Pronto comencé a conocer muchos otros ejemplos similares por toda la geografía española. Esas luchas rojiverdes alimentan mi espíritu militante todavía hoy.
Para ser honesto, nunca hubiera imaginado que llegaría el día que asumiría la coordinación general. Una responsabilidad que habían aceptado antes que yo otras personas que eran para mí una referencia con mayúsculas, como el compañero, y luego amigo, Julio Anguita. Ser coordinador vino de manera atropellada y, antes de eso, ya había asumido la responsabilidad de presentarme a unas elecciones generales que muchos hubieran querido que fueran las últimas para IU. Creo que cada una de nosotras todavía vibra cuando recordamos cómo abordamos aquellos determinantes días de finales de 2015. Desde entonces hemos pasado juntas momentos muy difíciles, y tuvimos que asumir tareas que parecían imposibles. Reconozco que he visto el abismo muchas veces durante todos estos largos e intensos años, como os habrá pasado a la mayoría. Sin embargo, en cada uno de esos momentos hemos sido capaces de reponernos y de construir algo útil y bello al mismo tiempo.
Soy consciente de que yo he sido una consecuencia de esos momentos tan agitados en la política nacional. Con toda seguridad sin las movilizaciones del 15-M y sin la ruptura del tradicional sistema de partidos en 2014, las cosas hubieran sido muy distintas. Aquellos acontecimientos pusieron a IU en un inmenso aprieto, porque nuestra fuerza política encarnaba en gran medida los valores y principios que querían abrirse paso en nuestra sociedad, sobre todo en las generaciones más jóvenes, pero no éramos nosotros como fuerza política quienes rentabilizábamos electoralmente esas nuevas aspiraciones.
Reflexionando sobre este hecho, alguna vez he recurrido a una metáfora que Otto Neurath diseñó para explicar cómo funciona la ciencia, y que yo extrapolo a nuestro propio campo. Rápidamente se entenderá el por qué, pues Neurath decía lo siguiente:
“Imaginemos que somos como marineros que en alta mar tienen que cambiar la forma de su embarcación para hacer frente a los destrozos de la tempestad. Para transformar la quilla de su nave tendrán que usar maderos a la deriva o tal vez tablas de la vieja estructura. No podrán, sin embargo, llevar la nave a puerto para reconstruirla de nuevo. Y mientras trabajan tendrán que permanecer sobre la vieja estructura de la nave y luchar contra el temporal, las olas desbocadas y los vientos desatados”.
Toda la militancia de IU ha sido durante años esa tripulación de marineros y de marineras. Nuestra nave ha tenido que ser reparada en alta mar, con menos recursos y más dificultades que otras embarcaciones que, además, parecían ser siempre mucho más atractivas y poderosas. No nos ha faltado pericia ni voluntad, pero la situación siempre ha sido sumamente complicada.
Y, sin embargo, gracias a nuestros esfuerzos colectivos la situación hoy dista mucho de parecerse a la de hace diez años. Nuestra nave está prácticamente reparada y sigue navegando con soltura siguiendo la brújula que apunta al socialismo. IU está hoy no sólo consolidada, sino que es una fuerza con un capital político imprescindible para el futuro de este país. La seriedad, la experiencia y la responsabilidad de IU es una garantía para nuestra sociedad, pero también es una herramienta fundamental para ensamblar nuestro tan complejo ecosistema de fuerzas de izquierdas. Ojalá todas estas fuerzas no olviden en lo venidero la importancia de una unidad bien construida. Y, a ser posible, tejida sobre la fraternidad y no sobre la simple y bruta correlación de fuerzas.
Será por supuesto la militancia de IU quien tenga que valorar mi gestión al frente de la organización durante estos siete años. Sólo añadiré que personalmente estoy muy orgulloso del trabajo realizado, el cual se ha inspirado en los valores republicanos de diálogo, fraternidad y democracia radical. He intentado que los conflictos, consustanciales a la política, pudieran abordarse desde el diálogo y que, especialmente cuando las diferencias eran grandes, nunca se amenazara al proyecto político. IU había vivido en su historia demasiadas disputas fratricidas, y uno de mis objetivos ha sido siempre preservar la paz interna sobre la base del respeto mutuo. Espero que incluso aquellos que nunca han votado favorablemente mis posiciones políticas puedan al menos compartir este punto. No obstante, no puedo dejar de reconocer que sé que he cometido errores. Algunos de ellos los conozco ya, pues he tenido tiempo para meditarlos, pero otros probablemente los descubriré con el paso del tiempo. Solo espero que sean muchos más los aciertos y que el saldo final permita a la militancia reconocer una contribución positiva de mi paso por la coordinación.
Quiero terminar apuntando a que mi contribución personal a todo esto no ha estado exenta de costes, y ello también ha influido de manera determinante en mi decisión. La militancia es muy sacrificada, y la primera línea de la política no es sino su versión exponencial. Durante todos estos años he visto lo mejor y lo peor de la política, y ambas cosas me han atravesado implacablemente. He empleado demasiado tiempo en tratar con gentes que no cuidan a sus semejantes y para los cuales la política es sólo una forma de aplastar al que piensa diferente. No es esa mi concepción de la política. Por eso creo que uno de nuestros retos para el futuro será el de construir espacios que integren las enseñanzas feministas de manera integral, esto es, asumiendo el papel central que tienen los cuidados en la reproducción de la vida en todas sus dimensiones.
En lo personal, me encuentro muy contento al dar este paso y por poder dedicar más tiempo a cuidar a mi familia y a mis hijas. Como dije hace unos meses, ellas han sufrido más que nadie mis desasosiegos y penas, mis ausencias continuadas y mi irritabilidad estacional. Quiero ahora recuperar tiempo y energía también para poder dedicarme a otras muchas actividades que siempre me han producido más placer y que han estado aparcadas durante demasiados años. Como no puede ser de otra forma, seguiré haciendo política, que es para mí el noble arte de transformar la sociedad, desde la humilde y necesaria trinchera que ofrece el militante de base de una organización como la nuestra. Intentaré, con tantas herramientas como pueda, seguir contribuyendo a construir una sociedad ecosocialista; el único freno viable y democrático ante el avance de la barbarie y la destrucción ambiental.
Gracias y mucha suerte.
Salud y República,
Alberto Garzón
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June 12, 2022
Una sola salud, un solo planeta
¿Tienen algo que ver la pandemia de la Covid-19, la globalización, el cambio climático, las macrogranjas, el modelo capitalista de producción y consumo y la seguridad alimentaria? La respuesta es «sí, mucho». Por esta razón, y con motivo del Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos –que conmemora la importancia de prevenir y evitar las enfermedades transmitidas por los alimentos– me parece oportuno que nos detengamos a analizar el estatus particular de la relación seres humanos-animales-ecosistemas.
En las últimas décadas, nos hemos acostumbrado a analizar y estudiar la realidad compartimentándola en espacios aislados, algo que ha dificultado muchas veces nuestra capacidad de ver la panorámica completa. Este es un fenómeno que, en el mundo científico, se ha denominado hiperespecializacióny, frente al cual, han emergido muchas corrientes y programas de investigación que promueven diferentes enfoques multidisciplinares. Se denuncia, usando un lenguaje coloquial, que cuando te acercas tanto a estudiar un árbol estás también alejando la posibilidad de ver el bosque y puede –y de hecho eso pasa–, que con el tiempo incluso olvides que había un bosque. Como es natural, este fenómeno se ha producido en todas las disciplinas científicas. En el ámbito que nos ocupa, una de estas estrategias que buscan ampliar el foco es la conocida como One Health, una propuesta metodológica que han asumido la OMS y la Unión Europea, entre otras instituciones, y que pretende restaurar la conexión entre el mundo animal, el mundo humano y los ecosistemas.
Esta estrategia parece aún más pertinente si observamos que animales y humanos compartimos cerca de trescientas 300 enfermedades, y que un 60% de las enfermedades humanas infecciosas son de origen animal. Las zoonosis, de hecho, son aquellas enfermedades que se transmiten entre humanos y el resto de animales, bien sea directamente o indirectamente (por contacto estrecho entre ambos o a través de la alimentación). Para que nos hagamos una idea, la última pandemia de la Covid ha estado causada por un virus de este tipo.
Las transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de las últimas décadas, esto es, lo que hemos conocido como globalización, han propulsado cambios muy notables en la relación animales-seres humanos-ecosistemas. Una de las consecuencias más evidentes es que se ha elevado el riesgo potencial de transmisión de enfermedades zoonóticas. El contacto estrecho entre animales y seres humanos se ha agudizado por factores como el crecimiento de la población mundial, el desarrollo del turismo internacional que ha permitido visitas a lugares hasta entonces inhabitados por seres humanos, la deforestación que ha provocado el desplazamiento de los animales de sus hábitats, los cambios en los patrones de consumo, las técnicas intensivas de ganadería o la aglomeración masiva de animales en grandes explotaciones, entre otros. Todos estos cambios han mejorado la eficacia con la que los animales vectores de transmisión de enfermedades llevan a cabo esta particular función. De hecho, desde hace unas décadas, es habitual el registro de casos de SARS, del virus del Nilo Occidental o de la viruela del mono en regiones como la estadounidense o la europea, donde esos virus no son endémicos.
Pero si hay un fenómeno que permite visualizar estas interrelaciones de un modo claro es precisamente el cambio climático. El calentamiento global es la consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, gases que retienen el calor procedente de la radiación solar y producen la elevación global de temperatura en la Tierra. Conocida esta realidad, los Acuerdos de París establecieron en 2015 el objetivo de no superar los 1,5 grados centígrados sobre el nivel preindustrial, si bien las actuales previsiones del panel de científicos de las Naciones Unidas son mucho más preocupantes. Al fin y al cabo, el compromiso de los gobiernos nacionales para descarbonizar su modelo de producción y consumo está siendo débil, mientras que el grado de cumplimiento es aún más lúgubre. De hecho, según la Agencia Internacional de la Energía, en el año 2021 se alcanzó un nuevo récord mundial de emisiones de dióxido de carbono.
Lo cierto es que este calentamiento global está ya operando en muchas regiones con efectos muy drásticos. La actual crisis alimentaria global está relacionada con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, pero también con la pérdida de cosechas en Asia (particularmente en India y Bangladesh) como consecuencia de fenómenos climáticos extremos como las sequías y las inundaciones. En efecto, el cambio de temperatura afecta gravemente a la capacidad para producir alimentos. De acuerdo con el último informe de COAG, en caso de alcanzarse una subida de 2 grados centígrados, se perderían en España un 15% de la cosecha de trigo y un 20% de la cosecha de alta calidad del vino.
Estas consecuencias son detonantes de importantes crisis sociales que, a su vez, desatan movimientos migratorios humanos, sobre todo, desde los países más vulnerables. Pero el aumento de temperaturas también altera los ciclos migratorios de ciertos animales, al tiempo que facilita el asentamiento y consolidación de animales que son vectores de transmisión de enfermedades, sobre todo insectos (piénsese en el mosquito tigre en España) en zonas y regiones donde hasta entonces no era posible que sobrevivieran.
Es evidente también que las regiones más afectadas por el cambio climático, como la cuenca mediterránea en la que se encuentra España, serán también las que más expuestas queden a estas otras consecuencias. Así, no se trata sólo del coste económico implicado en la reconstrucción tras los temporales, un enfoque muy del gusto de los economistas convencionales, sino de algo mucho más profundo: la dislocación de todos los ecosistemas y, por ende, también de la relación ser humano-animales-ecosistema.
Desde el Ministerio de Consumo hemos publicado recientemente un informe sobre el impacto ecológico del consumo en nuestro país. Este informe destaca que las presiones e impactos ecológicos -que van más allá del cambio climático- están explicadas hasta en un 52% por las decisiones de consumo relativas a la alimentación. Este es un dato consistente con toda la literatura científica sobre la materia y que abunda en una realidad insoslayable: el modo en que nos alimentamos repercute no sólo en nuestra salud individual (por ejemplo, en enfermedades cardiovasculares) sino también en la salud del planeta (cambio climático) y, como consecuencia de las interrelaciones aquí apuntadas, de nuevo en nuestra propia salud (enfermedades zoonóticas). Así, existe una conexión entre fenómenos aparentemente dispares como son el cultivo para la alimentación o para agrocombustibles, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el tipo de explotaciones ganaderas, el mercado de futuros, las bolsas en las capitales financieras, las emisiones de metano de los animales y las emisiones de dióxido de carbono de los transportes de mercancías o las emisiones asociadas a la fabricación y uso de fertilizantes, el calentamiento global y el capitalismo también global, las élites y caciques empresariales locales y, desde luego, nuestras decisiones de consumo en el supermercado o en la tienda de barrio. Desenredar y desnudar estas conexiones es el primer paso para empezar a ver algo con nitidez.
En definitiva, en tanto que los seres humanos no somos una dimensión al margen de los animales y los ecosistemas, sino que coevolucionamos con ellos, más nos vale proteger y preservar los parámetros que hacen la vida posible. Vivir dentro de los límites del planeta, como hemos apuntado en este reciente artículo, no es sólo una necesidad, sino que también implica la toma de decisiones radicales acerca del modo en que nos organizamos económica y políticamente. Y, por decirlo con brevedad, nuestro modelo capitalista de producción y consumo es insostenible, como también lo es la escala a la que se produce actualmente la explotación y consumo de recursos materiales, así como la degradación ambiental que esta dinámica económica genera.
Continuar como si nada de esto fuera real es la mayor temeridad que podríamos cometer como especie. Por otro lado, corregir los desequilibrios provocados por un irracional modelo de producción y consumo no es tarea sencilla pero, como se puede fácilmente comprender, es tarea urgente.
En el siglo XVII, en pleno despertar de la Ilustración, el filósofo inglés John Locke afirmó que «la Tierra no es un punto sino una mota: nuestra pequeña mota de polvo, esta mota del universo», en claro contraste con la filosofía medieval que pensaba a la Tierra y la Humanidad como el centro del universo. Hoy, tres siglos más tarde y con suficiente evidencia científica acumulada, es hora de que asumamos el lugar que ocupamos dentro del propio planeta Tierra y, por ende, que tomemos las medidas necesarias para preservar la vida.
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June 18, 2020
Entrevista: «La UE debe corregir los desequilibrios entre el norte y el sur»
Publicado en eldiario.es
Por Andrés Gil
Fotografía de Alejandro Navarro
Alberto Garzón (Logroño, 1985) es economista, coordinador general de Izquierda Unida y ministro de Consumo en el primer Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia. En esta entrevista con eldiario.es, reflexiona sobre lo que se juega España y la Unión Europea en estas semanas en las que se decidirá el tamaño, la duración y las condiciones del fondo de recuperación de la UE para combatir las consecuencias de la pandemia.
El ministro de Consumo defiende que ese dinero debe dedicarse a reformas que pasen por la reindustrialización del país y el reequilibrio entre norte y sur de la Unión Europea. «Las reformas estructurales son necesarias, pero no en el sentido neoliberal, no en el sentido planteado en la anterior crisis. Y ese cambio estructural no lo hacen los gobiernos, lo hacen las empresas que innovan. Y el Gobierno, por supuesto, también participa, diseña los incentivos, se arriesga en actividades innovadoras», sostiene Garzón.
Este viernes se celebra la primera cumbre para hablar de la propuesta de la Comisión Europea sobre la reconstrucción. ¿Por qué para España puede ser positiva una propuesta que es la mitad de lo que pedía España?
La caída de la actividad es tan grande que es necesario que la respuesta también lo sea. De lo contrario la economía podría volver a una senda de crecimiento débil y con altos niveles de desempleo, algo que en teoría económica se llama histéresis.
Pero después está el segundo elemento, que es la dirección del estímulo. ¿Para qué es el estímulo? Es decir, ¿es sólo para compensar pérdidas? ¿Es sólo para reactivar la economía? ¿O sirve también para buscar un reequilibrio entre el centro y la periferia? Este es el debate. España hizo una propuesta que era mejor, pero lo que se va conociendo va en la buena dirección: un estímulo macroeconómico potente.
Pero no perdamos de vista la segunda dimensión, para qué va a servir.
¿Para qué cree España que debe ser ese fondo?
Tenemos cosas urgentes, como la crisis sanitaria, la protección del empleo y de las empresas. Pero lo importante es entender que estamos viviendo una Europa de dos velocidades desde hace décadas. Un centro del que es paradigma Alemania, con una base industrial fuerte, orientada a las exportaciones, con productos de alta intensidad tecnológica. Y una periferia con una escasa diversificación industrial.
¿Esto qué hace? Pues que se está agrandando la distancia en PIB per cápita entre el centro y la periferia. Lo que tenemos que ver es cómo tomamos decisiones que reequlibren económicamente, social y políticamente la realidad europea. De lo contrario, la amenaza de implosión es enorme. Y esa es la clave.
¿Para qué lo quiere España? Para acometer un proceso de modernización que busque ese reequilibrio entre centro y periferia. Con un programa de reindustrialización, de transición ecológica, de cuidados, que evidentemente permita a España aproximarse a los estándares salariales y se estructura productiva de los países del centro.
Si España quiere abordar una reindustrialización, eso es porque se entiende que ha habido un proceso de desindustrialización.
Es obvio que en esto [Julio] Anguita [ex coordinador federal de IU, recientemente fallecido] tenía razón cuando decía que una unión monetaria sin unión fiscal y sin unión política estaba condenada a que crecieran las asimetrías en Europa. Y lo que tenemos son una Europa del norte y una Europa del sur en términos no solo geográficos, sino de potencia industrial y económica y cuyas diferencias están creciendo.
Alemania está creciendo con una estructura productiva con un alto componente tecnológico, alto contenido en conocimiento que le permite tener salarios altos y está integrándose en cadenas de valor con la periferia del este y con los mercados emergentes. Eso le está permitiendo tener una distancia creciente sobre una periferia del sur que, además de haber tenido una industrialización tardía en comparación con Alemania, fue sometida a políticas de austeridad no sólo en la última crisis, sino incluso un proceso de desindustrialización desde los años 80 y 90, cuando en España se decía aquello de que la mejor política industrial es la que no existe.
Estamos padeciendo las consecuencias de 40 años sin una política industrial clara y de asimetría de la Unión Europea detrás de la que no hay ninguna conspiración, sino una mala teoría económica y un pensamiento naíf que decía que con una unión monetaria se desarrollarían la unión política y la unión fiscal. No ha sido así y lo que tenemos es una asimetría creciente en la UE que requiere medidas para corregirla.
Si de esta crisis se consigue un programa de reequilibrio entre centro y periferia, estaremos en mejores condiciones. Si cometemos el error de repetir las políticas de austeridad, si cometemos el error de simplemente utilizar esto para compensar las pérdidas pasadas, que está bien y es necesario, pero no es suficiente, pues seguiremos con una creciente asimetría que será insostenible en el tiempo. No es posible sostener políticamente una Unión Europea con dos velocidades.
Ahora se están planteando que esas ayudas sean a cambio de reformas nacionales. Siempre que se habla de reformas se tiende a pensar en las de 2008-2012, que se tradujeron en recortes sociales y no en un ensanchamiento del Estado del bienestar.
El problema es de diagnóstico. Reformas estructurales hacen falta. De hecho hace falta un cambio estructural en la periferia del sur en particular, esa modernización, esa reindustrialización.
El problema es que en la crisis del 2008 lo dominante en el discurso público es la idea de que esos desequilibrios entre el norte y el sur se debían a que en el sur había unos costes laborales unitarios muy elevados, y que Alemania los tenía más bajos y que gracias a eso Alemania estaba mucho más avanzada. Se induce una política en el sur consistente en bajar los salarios, y de ahí la reforma laboral del 2012.
El problema es no haber entendido que Alemania tiene esa fortaleza no por competir vía precio, es decir, con bajos salarios, sino por competir vía producto. Si tú haces el diagnóstico erróneo, lo que haces es someter al sur a unas políticas de recortes, de austeridad, que empeoran la situación económica, social y, lógicamente, empeoran la situación política.
Las reformas estructurales son necesarias, pero no en el sentido neoliberal, no en el sentido planteado en la anterior crisis. Y ese cambio estructural no lo hacen los gobiernos, lo hacen las empresas que innovan. Y el Gobierno, por supuesto, también participa, diseña los incentivos, se arriesga en actividades innovadoras… Eso es una política industrial, son reformas estructurales y sería el camino correcto.
Ahora hay gente que habla de que estamos viviendo un momento hamiltoniano porque por primera vez Europa parece que puede emitir una deuda conjunta, como no había hecho hasta ahora. Otros dicen que estamos en una especie de crisis equivalente a República de Weimar, que no sabemos por dónde vamos a salir. ¿Comparte que estamos en un momento de gran incertidumbre?
Vivimos desde hace bastantes años en una encrucijada determinante sobre el futuro de la Unión Europea y de los países. Se viven muchos fenómenos, el aumento de la extrema derecha, la creciente distancia entre una Europa del norte y del Sur… Muchos debates que se entrecruzan.
La clave es entender que la UE tiene ahora un reto muy específico. Si es capaz de corregir esos desequilibrios entre el norte y el sur, tendrá posibilidad de futuro. Pero si no lo hace, no lo tendrá y dará igual como le llamemos a ese momento. La UE se construyó ignorando la importancia de las estructuras productivas diferentes. Y si no se corrige eso, habrá una Europa del norte donde la gente tendrá salarios mucho más elevados que en la Europa del sur, y eso políticamente es insostenible. Es insostenible sentirte parte de una comunidad donde las desigualdades son tan feroces.
La estructura productiva es la clave y en el caso de España significa hablar de I+D, de educación y de incentivos públicos. Pero esto tiene que estar dentro de una estrategia europea. Va a haber muchos fondos disponibles, pero tienen que servir para reequilibrar, no para seguir como se estaba. El descontento tiene también una base económica.
Todas estas cuestiones, incluso cómo gastar ese dinero que ya veremos cómo se reparte, dependen de los Presupuestos Generales del Estado. España todavía está funcionando con los de Cristóbal Montoro de 2018. ¿Habrá Presupuestos? ¿Cuándo podrían estar aprobados?
La idea es contar con la interrelación que existe entre los presupuestos y los fondos europeos. Hay que ir viendo exactamente los plazos de ambas cuestiones, pero los presupuestos se espera que se pueda lograr este año, que era el objetivo en su momento. Y a partir de un acuerdo de Gobierno de coalición hay que ser capaces de adaptarnos a las nuevas circunstancias, hablar con todos los actores políticos y ver cuándo hay agua en la piscina para poder aprobarlos. Es una cuestión que va a ir dependiendo mucho de las próximas semanas y los próximos meses.
Habla del acuerdo de Gobierno de coalición. Una parte del Ejecutivo ha dicho que habrá que modular partidas de gasto. ¿Qué líneas rojas no debe pasar este Gobierno a la hora de hacer algún tipo de recorte en el gasto público?
Creo que es precipitado hablar de todo esto ahora mismo porque desconocemos la aplicación de las reglas fiscales en el ámbito de la UE. La clave está en que asumamos que 2020 es un año de respuesta a una enorme crisis económica derivada de la respuesta a la crisis sanitaria y, por lo tanto, no hay que obsesionarse en absoluto en este momento con esos indicadores. Además hay respaldos, instrumentos como el Banco Central Europeo, que protegen esta posición precisamente porque no hay alternativa en estos momentos salvo el hundimiento de la economía.
Habla de aumentar los ingresos. Estos últimos días los principales empresarios del país, los líderes del Ibex35, han pedido una rebaja de impuestos y que no se lleve a cabo la contrarreforma laboral. Daba la sensación que el discurso había cambiado, ¿temen que se consiga imponer de nuevo un relato de que hay que reducir impuestos, desregular el mercado laboral, ir hacia un contrato único, etcétera?
En el año 2008 y en adelante, y a partir de 2010, en España se respondió a la crisis por la vía de recortes a la clase trabajadora y rescate de grandes empresas. Esta vez ha sido totalmente distinto. Hemos desplegado un escudo social enorme que incluye el ingreso mínimo vital, los ERTE y una serie de medidas que han hecho de esto una crisis totalmente distinta en la forma de la gestión.
Ahora de lo que estamos hablando es de si somos capaces de entender el momento tan crucial en el que nos encontramos, en el que como país tenemos que ser capaces de acometer una serie de reformas para reindustrializarnos y acercar nuestra estructura productiva a la de otros países. Esto es una tarea que necesita del concurso de todos los actores: de las empresas, de los actores sociales, de los actores políticos. Y las empresas cometerían un error si siguieran obcecadas en el discurso previo de la rebaja de salarios y de la política neoliberal que nos han traído hasta aquí, porque las empresas son las principales interesadas en una mejora de la estructura productiva de nuestro país.
Esto es algo que nosotros estamos tratando de explicar en nuestras reflexiones con esos actores. España ahora mismo tiene que hacer de la necesidad virtud. Van a llegar muchos fondos europeos y nos tiene que servir para mejorar nuestra economía. Esto va a requerir cierta altura de miras por parte de todos los actores.
Sin embargo, hay sectores económicos y sectores mediáticos que están pidiendo indisimuladamente la salida de Unidas Podemos del Gobierno, como Felipe González, que reclama ir hacia una gran coalición PP-PSOE. ¿Teme que Pedro Sánchez o el PSOE no aguanten esa presión y se produzca una ruptura de la coalición?
Veo al Gobierno absolutamente estable. Naturalmente, hay que buscar apoyos en cada votación en el Congreso. Pero España atraviesa un momento complejo en el que este Gobierno está siendo capaz de responder de forma muy positiva y tendiendo la mano a todos los actores.
Es verdad que hay algunos que juegan al regate corto, que están pensando en ese cortoplacismo y la rentabilidad política inmediata. Pero no es eso lo que escuchamos en la mayor parte de la gente. Incluso cuando uno escucha a las grandes empresas, y aunque haya diferencias con algunas de ellas, no está escuchando lo mismo que escucha a PP o a Vox. PP y Vox tienen una estrategia cortoplacista de derribo del Gobierno, y las grandes empresas tienen diferencias que se están poniendo encima de la mesa. Pero es otro tono, es otra actitud.
Y yo creo que al final este Gobierno lo está haciendo bien también para poner encima de la mesa que estamos ante una situación extraordinaria y también ante una oportunidad. Vamos a ver si somos capaces de transitar por ese camino de la oportunidad. Y ahí es como yo creo que este Gobierno puede salir muy fortalecido por ser capaz también de mirar más allá, en una estrategia de medio y de largo plazo, y no limitarse a estos regates cortos de los que ya estamos bastante cansados y que ahora mismo España no se puede permitir como país.
Una de las debilidades del Gobierno es la posibilidad de que el apoyo parlamentario se rompa, como pasó en algún momento durante el estado de alarma, cuando se perdió a ERC. ¿Qué pasó con Esquerra Republicana en ese momento para que se perdiera y estuviera a punto de costarle aquella votación al Gobierno, lo que hubiera supuesto prácticamente el final de la legislatura? ¿La geometría variable con Ciudadanos, EH Bilbu Esquerra y PNV, es viable para los Presupuestos y para esas reformas legislativas del modelo de producción que comenta?
Vivimos como Gobierno y como país una crisis sanitaria, económica, territorial y política manifestada por la oposición que tenemos. Son importantes obstáculos y los vamos sorteando de manera adecuada. Y es lógico, por lo tanto, que haya momentos de enorme tensión, de intensidad y volatilidad, y votaciones que sean más complejas que otras porque el Congreso es el reflejo del país.
Pero nosotros estamos convencidos de que el pilar central es el acuerdo de Gobierno de coalición. Y a partir de ahí se constituye todo lo demás. Lo que parece inviable en términos abstractos puede ser viable en términos concretos. El gran reto es cómo lograr hacer reformas estructurales y reformas necesarias para nuestro país en este contexto, y yo creo que eso a veces puede sumar a muchos actores muy diferentes que en la abstracción parecen incompatibles, pero en lo concreto están de acuerdo.
Las primeras votaciones del estado alarma sumaron un gran consenso de muy diferentes partidos. ¿Pues por qué no podría ser así un pacto por la reconstrucción del país, un pacto por la reindustrialización? Son elementos que además nos atañen a nosotros de cara a los próximos 20 años y que pueden conseguir el acuerdo fundamental de muchos actores. Esa es la razón por la que como Gobierno tendemos la mano a todo el mundo, pero nuestro pilar fundamental es el acuerdo de coalición. Ese acuerdo entre Unidas Podemos y el PSOE es la base, y a partir de ahí tendemos la mano a todo el mundo. No podemos predecir el futuro, pero trabajamos para que esta estabilidad que tenemos ahora siga en el futuro.
Precisamente el PP en Bruselas está haciendo campaña para que las ayudas europeas vayan vinculadas a que no se cumplan medidas del acuerdo de coalición. Pero, por otro lado, también es verdad que mientras se está viendo esta barra libre del Pacto de Estabilidad, van aumentando la deuda aumentando el déficit. ¿Qué pasará en un par de años cuando se tenga que volver a activar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y España tenga una bolsa de deuda? Habrá dos opciones: reestructurar la deuda, cosa que nunca ha pasado hasta ahora, o recortar en gastos. ¿Qué hará entonces el Gobierno ante ese dilema? ¿Y qué hará Unidas Podemos ante ese dilema?
Hay dos dimensiones. Una, que tiene que ver con el PP y el tipo de oposición que está haciendo, que es una una oposición para destruir al Gobierno. No es una oposición de naturaleza constructiva como se ve en otros países europeos. Es una oposición que tiene un objetivo nítido, que es acabar con este Gobierno y para la cual utiliza tácticas muy peligrosas, como su discurso, sus hipérboles, su bestialidad a la hora de hablar con el objetivo de caricaturizar y deshumanizar al adversario político. Y eso es muy peligroso, porque al final cala en la población la sensación de que todo vale contra el Gobierno. Esa es una deriva absolutamente peligrosísima que ha tomado la oposición del PP. Su posición sobre la cumbre europea es una expresión más.
Y en segundo lugar está la cuestión de la deuda. Como decía antes, el tipo de respuesta macroeconómica necesaria para abordar una situación así exige necesariamente un incremento del déficit y de la deuda. Pero el problema de la deuda es abordarlo bien. Hay países como Italia, o sobe todo como Japón, que han estado por encima del 200% de la deuda sobre el PIB y no ha pasado nada. El problema no es la ratio en sí, sino la capacidad de hacer frente a esa deuda, es decir, la capacidad de tener ingresos suficientes y, sobre todo, la capacidad de tener crecimiento económico.
Si uno acomete políticas de austeridad, no tiene crecimiento económico. Y, si no tienes crecimiento económico, la deuda en términos de ratio se te puede disparar. Y la paradoja es que los recortes pueden incrementar la deuda. De hecho, lo que pasó en la anterior crisis con Mariano Rajoy es que disparó la deuda. Para acabar con la deuda necesitas obsesionarte con el crecimiento económico y con los ingresos, no con bajar la deuda.
Si somos capaces de utilizar los fondos europeos y nuestra propia capacidad nacional para acometer cambios en la estructura productiva, nuestro país se encontrará con mucho mejor disposición para hacer frente no sólo a los indicadores macroeconómicos de déficit y deuda, sino para tener salarios más altos, para ser más competitivas sus empresas a nivel internacional, etcétera, etcétera.
¿Pero qué pasará si de repente se le piden recortes a España desde Bruselas? Porque puede pasar.
Ahora mismo el debate está abierto. Hay unos cuantos países que prefieren la fórmula de la crisis anterior. Hay otros países que creemos que esto es un momento totalmente distinto y que además debemos aprender de los errores de la crisis anterior. Este es un gran debate abierto, pero yo creo que los hechos apoyan nuestra tesis.
Si nosotros cometemos el error dentro de dos años de ir a recortes y austeridad, como se hizo en la anterior crisis, lo primero que va a pasar es que se va a hundir la economía, la demanda interna, se hunde la demanda externa de los países que tienen comercio bilateral y, en definitiva, tenemos más dificultad para pagar la deuda y para sostener el Estado social. Eso es lo primero que va a pasar.
Y lo segundo que va a pasar es que los países con más margen, que son los países del norte, y que tienen mejor estructura productiva, se van a separar todavía más en términos de desarrollo de los países del sur. Y, como decía al principio, eso es insostenible políticamente.
Es decir, la vía de la austeridad en Europa es la vía para la implosión de la Unión Europea en términos políticos. Y esto es algo que hasta Macron ha reconocido y ha vinculado el crecimiento de la extrema derecha con ese descontento, con esa asimetría europea que tiene su raíz en las visiones económicas.
El Gobierno ha decidido levantar el veto a la publicidad de las casas de apuestas con la vuelta de la Liga de fútbol. ¿Por qué?
Fue una medida acordada para el confinamiento, debido al riesgo que la sobreexposición podía suponer para la salud, porque los anuncios no son sólo de fútbol, también hay de póker, bingo…
La restricción se tuvo que levantar debido a que en el proceso de desescalada ya no se daban las condiciones de sobreexposición que motivaron su aprobación.
¿Se ha sido suficientemente valiente en la regulación de las apuestas? Algunos sectores de la izquierda se quejan de que se han quedado cortos con las prohibiciones.
Estamos comprometidos con el cumplimiento del acuerdo de coalición. Durante el estado de alarma hemos seguido desarrollando el real decreto, cuyos trabajos iniciamos en febrero. Está siendo mejorado respecto al borrador inicial, con aportaciones de la sociedad civil y organismos institucionales, que nos brindan el soporte jurídico. Como ya anuncié en el Congreso el pasado miércoles, estamos valorando jurídicamente hasta dónde se podría acercar el real decreto final al artículo 37 del estado de alarma.
¿Cuánto influyen en el Gobierno los lobbies relacionados con el consumo? ¿Ha notado su presión? ¿Sabe si han presionado en otros despachos del Gobierno?
Nosotros escuchamos a todo el mundo pero nos regimos por el criterio de nuestros votantes y del acuerdo de coalición. En el caso de las aerolíneas, por ejemplo, a las que hemos llevado a los tribunales por incumplir los derechos de los viajeros, ya hemos demostrado que no nos doblegamos ante los intereses de ningún grupo. Tenemos un mandato y velaremos por él: los derechos de las personas consumidoras están por encima de los intereses de cualquier grupo de presión.
¿El Estado debería entrar en empresas, como ocurre en otros lugares? ¿Y de qué manera, en qué condiciones? ¿Con capacidad de decisión o simbólicamente?
Hemos visto desgraciadamente en los últimos años cómo se socializaba las pérdidas. Se utilizaba el Estado para socializar pérdidas de empresas que habían quebrado y que no eran rentables. Yo creo que hay que aspirar a que el Estado pueda participar impulsando empresas en sectores que son innovadores a través de líneas de financiación, a través de actividades arriesgadas. Y llegado el caso, por supuesto, hacer uso de instrumentos de participación directa. No sólo para rescatar empresas, sino también para participar de los beneficios de una actividad en la que asume el Estado riesgos.
Los países asiáticos en los últimos 40 años han pasado de economías totalmente agrarias a autonomías especializadas en un sector de alta tecnología y no lo han hecho siguiendo expresamente las reglas del llamado libre mercado, sino con una participación importante del Estado, impulsando a las empresas a innovar y también participando en algunas de esas actividades. Hay que aprender de esas experiencias y corregir el rumbo de lo que hemos hecho hasta ahora.
Antes hablaba de Julio Anguita. Uno de sus rasgos típicos fue la posición que mantuvo totalmente contracorriente contra el acuerdo de Maastricht. ¿Lo que tenemos ahora casa con aquello que él avisó?
Lo que nos demuestra la actualidad es que Julio [Anguita] tenía razón. Julio tenía razón no porque fuera una persona con un providencia, sino que había un equipo con una gran capacidad de hacer diagnósticos adecuados. Y ellos teorizaron algo que ya se está viendo, que una unión monetaria sin unión fiscal y sin unión política está condenada a repetir las asimetrías.
Alemania ha conseguido una estructura productiva y unas conexiones con los mercados emergentes tipo China e India, y con la periferia del Este, que le da una fortaleza y un liderazgo tecnológico muy por encima de casi el resto de países de la Unión Europea. Esto ya se veía venir con un diseño mal hecho de esa Unión Europea que entonces denunciaba Julio Anguita y que ahora vemos las consecuencias. Se puede corregir si hay voluntad política de ir a ese reequilibrio del que hablaba antes centro-periferia. Yo creo que este es el debate importante.
No es lo urgente en la medida en la que, naturalmente, lo que hay que hacer es proteger los empleos, proteger a la clase trabajadora, como estamos haciendo con el escudo social. Pero si no lo acometemos, dentro de cinco años la diferencia con Alemania será mucho mayor y entonces los países del sur, Grecia, Italia, España y Portugal, nos quedaremos alejados. Y esto es inestable e insostenible políticamente. De ahí que los análisis que se hicieron en los 90 por parte de Julio Anguita y sus equipos fueran tan acertados.
IU y el PCE, más el PCE, han amagado alguna vez con salir del euro y de la UE. ¿Se da ese debate? ¿Cuál es su posición?
El debate se ha centrado siempre en cuestiones meramente monetarias. Creo que la clave es la estructura productiva. Al final tenemos que entender que el diseño de la UE tiene que cambiar. Ir hacia ese reequilibrio en los términos en los que me he planteado antes es la única forma de mantener viva la idea política de la UE, que era una idea bella en el sentido de que su origen tiene que ver con evitar guerras mundiales, luchar contra el fascismo. La Unión Europea se construye políticamente pensando en eso, pero su diseño final económico tenía fallas. Fallas enormes de las que todo el mundo es consciente ahora, incluso aquellos que promovieron esa UE.
Si seguimos empeñados en el error probablemente la extrema derecha siga creciendo sobre la base del descontento, que tiene múltiples factores y múltiples causas. Pero una de ellas, sin duda, es esa sensación de desprotección frente a un entramado institucional que no les protege ni da futuro.
Hablando de la reindustrialización, hace poco en el Congreso hubo polémica por lo que comentó del turismo, la dependencia económica de un sector que supone el 12% del PIB. En aquel momento dijo que una industria sin valor añadido.
El turismo es un sector muy importante para nuestro país. Representa el 12% del Producto Interior Bruto en términos de valor añadido, y más aún en términos de empleo. Y en algunas regiones, como Andalucía o Canarias, es mucho mayor. Por eso hemos acometido una serie de reformas para proteger al sector a través de líneas de crédito específicas, de ERTEs específicos y otro tipo de ayudas.
Pero la cuestión central es si somos capaces de diversificar nuestra estructura productiva para tener salarios más altos y tener mejores condiciones de vida. La pregunta principal es por qué un camarero en España cobra mucho menos que un camarero en Alemania. Y no es porque sea más vago. Es porque Alemania tiene una estructura productiva de mayor intensidad tecnológica, mayor contenido de conocimiento, trabajadores más cualificados. Y eso empuja al resto de la economía.
No hay una oposición entre industria y turismo. Aquí lo que hay es la necesidad de acometer un cambio de estructura productiva que beneficie a todos los sectores. De hecho, ni siquiera es una pelea entre industria y turismo. Nosotros deberíamos apostar por determinadas actividades económicas que tengan esas características de alta intensidad tecnológica y pueden ser también en el turismo. Hay mucho segmento del turismo con esas características. Como decía antes, eso implica inversión y desarrollo y eso implica inversión en educación e incentivos públicos.
El cambio estructural no lo hacen los gobiernos literalmente, son las empresas las que tienen que innovar. La clave es que nuestro país tiene que ser capaz de incrementar su sofisticación en lo que produce, en los bienes y servicios que produce, en su complejidad. Tiene que crear productos nuevos y para eso el Estado participa, empuja, diseña incentivos, asume riesgos que no asumiría el capital privado.
Estos son ejemplos que han hecho otros países para industrializarse y para mejorar su estructura productiva. Tenemos que acometer ese camino. Hay gente que se quiere mantener en el viejo modelo de bajos salarios, y competitividad vía precio en lugar de vía ese producto. Y se equivocan radicalmente. El problema es que si nosotros continuamos con ese viejo modelo, pero otros países continúan desarrollándose como Alemania, las diferencias llegarán a ser explosivas.
Parte del sector recibió aquello como una crítica, como un ataque. ¿Fue así?
Yo estoy convencido de que la mayoría del sector del turismo está totalmente de acuerdo con lo que estamos diciendo, y que hemos dicho siempre, que hay que incentivar la calidad sobre la cantidad. El hecho de que haya más industria y más diversificación en la economía beneficia también al turismo.
Aquí hay un ataque por dos razones. Primero, por determinados actores políticos como el PP, para los que todo vale contra el Gobierno. Y, en segundo lugar, por sectores minoritarios que están cómodos con el viejo modelo. Pero yo creo que en la inmensa mayoría de las empresas, también de las que trabajan en el turismo, son partícipes de la necesidad de hacer cambios estructurales que permitan diversificar nuestra economía porque va en beneficio de todos. Es verdad que como estamos en un clima de hostilidad contra el Gobierno, todo se utiliza y a veces nos encontramos con circunstancias como las de esta supuesta polémica.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha reclamado más controles en el aeropuerto de Barajas para las personas que vengan de fuera de España, pero al final son los madrileños los que más se mueven por todo el país. ¿El Gobierno se plantea algún tipo de control a la movilidad interior?
Desde el Gobierno seguimos siempre las indicaciones de los científicos, que se están aproximando al virus como hace la ciencia, aprendiendo a través de los diferentes estudios y poco a poco, con certezas siempre provisionales. Ojalá hubiéramos encontrado mayor colaboración en algunas Comunidades Autónomas a la hora de enfrentarnos a esta pandemia inesperada para todo el mundo. Pero a pesar de ello en el Gobierno estamos haciendo un desembolso brutal. Y como decía el otro día el presidente con acierto, es la primera vez que el Estado se ha endeudado para financiar programas específicos de las Comunidades Autónomas por cantidades superiores a los 20.000 millones de euros.
Durante la pandemia se ha hecho pública una investigación contra el ex jefe del Estado. Unidas Podemos ha pedido una investigación en el Congreso de los Diputados, pero el dictamen de los letrados dice que al rey emérito no se le puede investigar, ni antes ni después de su abdicación. El PSOE se ha opuesto a la comisión parlamentaria. ¿Esto afecta de alguna manera a la coalición con el PSOE? Y segundo, ¿cree que en España se puede investigar a Juan Carlos de Borbón?¿Este país está preparado?
El Gobierno tiene una enorme estabilidad y la va a tener. Trabajamos para ello en cualquier circunstancia.
Y en segundo lugar, todo el mundo conoce ya mi republicanismo activo, por supuesto, pero yo creo que aclarar los posibles casos de corrupción que haya va en beneficio de todo el país. El país está preparado perfectamente para conocer la verdad y al final la verdad se conocerá.
El PNV ha pedido otra vez, lo pide prácticamente en todas las legislaturas, reformar la Ley de Secretos Oficiales, ahora a cuenta de que saliera a la luz un informe de la CIA que apuntaba, en un informe con partes tachadas y las fuentes poco claras, al papel de Felipe González en la creación y en el manejo de los GAL. ¿Es partidario de cambiar esa ley?
Izquierda Unida siempre ha promovido que se acorten los plazos necesarios para poder desclasificar información que es buena que conozca la población, especialmente los historiadores, porque es bueno que conozcamos la verdad. No hace daño a nadie y creo que todo lo que ayude a clarificar épocas del pasado es positivo.
IU tenía previsto una asamblea en junio. ¿Cómo se reanudará ese proceso? Y ahora que Unidas Podemos está en el Gobierno, ¿cómo camina ese espacio político?
La Asamblea de Izquierda Unida se ha retrasado por la pandemia. Somos una organización con una enorme implantación territorial y necesitamos de debates presenciales para que la Asamblea sea eficaz.
Yo estoy contento con el trabajo que hemos realizado. Hace cinco años IU era una organización al borde de la desaparición electoral, con enormes problemas financieros a punto de quiebra. Y hoy somos parte del Gobierno, estamos saneados económicamente y vamos a una Asamblea para plantear qué hacemos en los próximos años.
Y estamos construyendo la unidad política con otras fuerzas aliadas, particularmente con Podemos. En este espacio que hemos construido hemos aprendido muchas cosas. Una de ellas es que ese camino es irreversible. La apuesta clara de IU y del espacio que yo he representado hasta este momento es claro en ese punto. La unidad no es la panacea, pero es absolutamente irreversible en este punto
El camino en Unidas Podemos tiene que ir un poco en lo que decía Julio Anguita días antes de fallecer, y es la necesidad de desplegar alianzas por abajo. Que nuestros territorios, nuestras gentes de Podemos e IU trabajen codo con codo con otros actores sociales y económicos. Esto es lo que yo particularmente he defendiendo durante muchos años y todavía tenemos muchas tareas pendientes ahí. Pero desde el punto de vista de las grandes consignas, está claro que todo el mundo ha asumido ya que este camino de Unidas Podemos es irreversible y es el camino que tenemos que continuar mejorando.
La entrada Entrevista: «La UE debe corregir los desequilibrios entre el norte y el sur» aparece primero en Alberto Garzón.
June 13, 2020
Entrevista: «Tenemos que ser capaces de reindustrializar el país»
Publicado en El Mundo
Por Carlos Segovia
Fotografía de Javier Barbancho
La OCDE sitúa a España a la cabeza del desplome económico mundial ¿Cómo salir de esta crisis?
Lo prioritario lo hemos cumplido que es el despliegue de un gran escudo social que protege a las familias trabajadoras, pero ahora hay que reactivar la economía. Eso es lo urgente, pero al mismo tiempo, tenemos que preparar el cambio del modelo de nuestra economía y ser capaces de reindustrializar nuestro país.
¿Le parecen suficientes las medidas de estímulo tomadas hasta ahora?
Los Gobiernos hemos tenido margen gracias a las medidas heterodoxas de un Banco Central Europeo que ha evitado una crisis de deuda, pero tenemos que ser más ambiciosos. Los pasos que se están dando en la Unión Europea son positivos, pero tenemos que ser conscientes de que el impacto económico ha sido muy importante e igual de importante debe ser el estímulo.
¿Cómo conseguir esa reindustrialización que menciona?
Es que si queremos aproximarnos a los niveles de salarios de Alemania tenemos que tener una estructura productiva con más intensidad tecnológica y más alto contenido de conocimiento. Es un largo proceso, pero si no nos reinventamos en un momento como éste ¿cuándo lo vamos a hacer? Por eso hay que invertir más en innovación, en educación y utilizar los instrumentos del Estado para una política industrial que casi no se ha utilizado en 40 años. . Hace falta un Pacto de Estado por la industria o por la reindustrialización. Es un momento extraordinario en el que al final, el Gobierno no hace el cambio de modelo productivo, lo hacen las empresas. El Gobierno debe fijar objetivos prácticos para conseguir que tenga más peso el sector de bienes avanzados y eso sólo es posible mirando más allá de las siguientes elecciones. Si seguimos empeñados en el viejo modelo será difícil combatir la precariedad.
Eso que dice usted de que son las empresas y no el Gobierno los que cambian el modelo productivo no suena muy comunista ¿ha cambiado usted de opinión desde que es ministro?
No. En absoluto. Como economista formado en la tradición comunista entiendo la necesidad de una estructura productiva sólida y diversificada. No podemos depender de un solo sector, necesitamos sectores de alto valor añadido. En las viejas experiencias del llamado socialismo real fueron capaces de entender que no se trata de distribuir la pobreza, sino de crear riqueza. Para eso la clave es la política industrial. Cuando hablo con las empresas tecnológicas y grandes empresas veo niveles de acuerdo muy superiores a los que veo en el Parlamento.
¿Pero se sigue sintiendo comunista?
Si, me sigo sintiendo así. El comunismo es un movimiento político y social de transformación de la realidad que sigue teniendo vigencia. Sin él no habría democracia en España, está en el ADN de la tradición democrática de este país y me siento muy honrado de pertenecer a ello. Pero para mí no es una cuestión del pasado, sino de cómo somos capaces de cristalizar todas estas identidades en un proyecto de futuro. Lo que me interesa es qué economía vamos a dejar a las generaciones posteriores.
¿No es contradictorio con su pensamiento comunista decir que sean las empresas privadas las que reindustrialicen el país?
La experiencia reciente de industrialización de los países asiáticos, por ejemplo, demuestra que la mejor vía para mejorar las condiciones de vida de un país es no sólo la participación de las empresas tecnológicas, sino el empuje e incluso la participación del Estado. Lo estamos viendo estos días para el rescate de algunas empresas. Me gustaría que la participación del Estado no sólo fuera para socializar pérdidas, sino para diseñar un futuro mejor. Y esa palanca también la puede utilizar el Estado.
Pero usted no plantea un amplio plan de nacionalizaciones para lograr ese cambio de modelo ¿no?
Lo razonable es ver caso por caso. Cuando se aborda una empresa en quiebra hay que evaluar por qué lo está. En el sector automovilístico por ejemplo en que hay razones de fondo hay que ver las mejores opciones, no valen soluciones simplistas. Hay que analizar qué lugar ocupa en la cadena de valor global, dónde se toman las decisiones…Pero sí creo que España debe asumir todos los instrumentos que están a disposición y tenemos la Sepi [Sociedad Estatal de Participaciones Industriales] con empresas participadas por el Estado que podría cumplir un papel muy importante para dinamizar y promover este plan industrial.
Pero no cree que se pueda nacionalizar Nissan que es una multinacional de Japón ¿no?
La producción está enormemente fragmentada y hay que examinar qué lugar en la cadena corresponde a cada unidad de producción y ver qué conviene más. No estoy capacitado para dar a una respuesta porque no he estudiado este caso específico.
¿Ve posible pactar con Ciudadanos, por ejemplo, esta reindustrialización que menciona?
En esta cuestión yo creo que puede haber espacios comunes.
Pues Pablo Iglesias descarta pactos con Ciudadanos para hablar del nuevo modelo económico y dice que hay que hacerlo con la izquierda…
Dependerá del tema qué estamos tratando. Es más difícil estar de acuerdo en fiscalidad con el PP, por ejemplo, pero ¿por qué no en política industrial? Esto no va de luchas partidistas. Esto va de conseguir más altos salarios en España.
¿Comprende que los salarios sean menores en España que en Alemania o hay explotación, digamos, por parte de los empresarios?
El Gobierno no decreta los salarios, tienen su formación en el ámbito de cada empresa en función de diferentes variables. El elemento central es la estructura productiva. Si Alemania paga más no es porque los españoles seamos más vagos, sino que sus empresas con alta intensidad tecnológica se pueden permitir salarios y beneficios más altos. Eso tiene un efecto arrastre. Tenemos que ser capaces de ir modernizándonos
¿Cómo obtener dinero público para todo esto con una deuda que puede llegar al 130%?
Hay países como Italia y Japón que han llegado a un nivel del 200%. La clave está en la capacidad de hacer frente a esa deuda y crecer. Si uno se obceca en reducir de forma brusca los niveles de déficit y deuda lo más probable es una situación económica mucho más lamentable.
Pero mientras el déficit se dispara ¿Descarta usted recortes en esta legislatura?
Se dispara por los estabilizadores automáticos y una nueva inversión, pero sin ella y sin la respuesta europea el déficit sería mucho mayor. Si hacemos un buen diseño del estímulo europeo, va a permitir generar ingresos suficientes para reducir el déficit como consecuencia del crecimiento. Si reducir el déficit es el objetivo prioritario destruye la economía.
Por tanto, usted ve la futura reducción de déficit vía más ingresos y no a través de recortar gastos…
Por supuesto y hay que hacer un doble esfuerzo en ingresos para recuperar la actividad económica y otro adicional para mejorar la capacidad recaudatoria para el cambio de modelo.
Con los impuestos especificados en el programa del Gobierno de coalición como la Tasa Google no basta ni de lejos para reducir el déficit que se está generando…
Hay muchas tareas pendientes en el ámbito fiscal, pero está por dilucidar cuál será el estímulo europeo.
¿Mantiene su plan de subir impuestos a la comida basura?
Tenemos un plan integral para incentivar el consumo saludable que incorpora un área de fiscalidad con el Ministerio de Hacienda entre otras. También el etiquetado frontal con información clara para que el consumidor conozca bien lo que está consumiendo. En otros países se han anticipado. También en comunidades como Cataluña la experiencia fiscal en bebidas azucaradas ha sido positiva. Pero eso no son impuestos para recaudar.
¿Con qué impuestos debe haber fines recaudatorios?
Los directos que son los más justos y se pagan en función de la renta. Debería ser la columna vertebral del sistema fiscal, pero desgraciadamente en las últimas décadas han tenido cada vez peso los impuestos indirectos. Éstos los paga igual Ana Patricia Botín que una persona en desempleo y eso no es justo.
¿Hay que retomar el impuesto a la banca?
En los próximos Presupuestos habrá que evaluar incorporar el impuesto a la banca como una posibilidad. La banca tiene una deuda patriótica con el resto del país. Recibió un rescate que no vamos a recuperar.
Varios organismos piden ya un plan de ajuste a medio plazo para dar una señal de confianza al mercado…
El mercado no es el problema. El Banco Central Europeo se está ocupando. El problema son los niveles de desempleo y de falta de actividad. Lo que hay que hacer es un plan de estímulo que permita relanzar la economía. Volver a las políticas de austeridad es hundirla
¿Coincide con Calviño en que es «absurdo y contraproducente» hablar ahora de derogar la reforma laboral?
La derogación de la reforma laboral es un acuerdo del Gobierno de coalición y tiene que cumplirse. Además, incorpora elementos del menú de la austeridad del que estamos en contra. Claro que hay que derogarla en diálogo con los agentes sociales.
¿Y si CEOE no acepta acuerdos para derogarla?
El Gobierno tiene naturalmente sus prerrogativa de legislar, pero la prioridad es llegar a acuerdos. No hay que adelantar acontecimientos
¿Qué tal está funcionando el diálogo dentro del gobierno de coalición en el área económica?
Es obvio que es un gobierno de coalición en el que hay diferencias, pero somos capaces de alcanzar consensos en beneficio de todos
Y cuando las diferencias son insalvables ¿acatan los de Unidas Podemos la visión de la vicepresidenta Calviño?
Nunca hemos llegado a una votación lo que da idea de que hay sensibilidad a los planteamientos que hace el resto.
Pero hay contraste por ejemplo en la contundente medida que ha tomado usted de llevar a 17 aerolíneas a los tribunales por los reembolsos de los billetes y la pasividad del Ministerio de Transportes…
No sé si hay un contraste. Lo que sí sé que son competencias distintas. En el Ministerio de Consumo hemos visto que se estaba ejerciendo una mala práctica por parte de algunas aerolíneas: no ofrecieron la información de forma clara sobre los derechos de los consumidores que establece el reglamento europeo y que en caso de cancelación tiene que ofrecer el reembolso del billete en siete días. Hicimos una petición de corrección de esa información a las aerolíneas, pero la mayoría hizo caso omiso. Por eso decidimos llevar el caso a los tribunales para que los ciudadanos de este país tengan su derecho protegido por este Ministerio.
En Iberia se declaran «perplejos» con usted y niegan que no hayan hecho caso a su carta…
No hay que despistarse con las comunicaciones, sino entender que hay que informar bien a los consumidores. Entiendo que las aerolíneas tenga otra estrategia, pero hay que cumplir la ley.
Iberia ha solicitado apoyo del Estado ¿lo condicionaría usted a que cumplan la normativa?
Es que cumplir la ley no está condicionado y para muchas familias es un presupuesto importante.
Usted no cree que haya que depender tanto del turismo ¿Cuánto peso debe perder el turismo en el nuevo modelo económico?
El sector turístico tiene que crecer en términos absolutos para proteger los empleos y el sector. Es un momento para que los españoles ayudemos al turismo nacional. Pero a la mayoría de las empresas del turismo el hecho de que nuestro país cambie de modelo y haya reindustrialización les beneficia, porque de una nueva estructura se beneficiarán otros sectores de la economía. No hay confrontación sino sinergias
¿Va a actuar también con los servicios de atención al cliente con el teléfono 902?
Queremos hacer una reforma en estos servicios para proteger a los consumidores de determinados abusos que se pueden producir. Estamos diseñando un programa para el próximo semestre.
¿Está de acuerdo con haber derogado ya la limitación de la publicidad del juego en el fútbol?
La limitación fue una medida extraordinaria que, como el resto de medidas, tiene su propia desescalada. Lo importante es que hemos aprendido que la limitación de la publicidad tiene efectos en el consumo del juego que puede derivar en problemático. Ahora desarrollamos el Real Decreto que está siendo valorado en la UE y esperemos que en los próximos meses se pueda poner en marcha para que lo ha sido extraordinario, pueda ser permanente.
¿Son tantas las presiones que recibe en este Ministerio?
Consumo afecta a muchas multinacionales y muchas no están de acuerdo con nuestra línea política, pero este Ministerio nunca va a ceder en nuestros objetivos políticos. Para eso nos han votado.
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June 2, 2020
El cambio estructural que necesita España
Durante la crisis de 2008-15 las instituciones europeas y los Gobiernos nacionales promovieron políticas esencialmente en forma de recortes de gasto público y nuevas reformas laborales cuyo objetivo último fue rebajar los salarios. Se argumentaba que nuestro tradicional déficit comercial expresaba nuestra menor capacidad para competir internacionalmente, y se esperaba que las medidas propuestas redujeran los costes laborales unitarios, elevaran la competitividad y encaminaran nuestra economía al estándar de países más ricos como Alemania. Sin embargo, había algo fundamentalmente erróneo en ese razonamiento.
Durante la construcción de la Unión Europea sus impulsores perdieron de vista la importancia de la composición de las estructuras productivas. El heterogéneo grado de desarrollo de los países había sido motivo de preocupación al inicio del proceso, pero a lo largo de los años ochenta se tendió a considerar por igual todas las actividades económicas y se subestimaron sus diferencias cualitativas. Desde este punto de vista, la diferencia entre una economía que exporta aviones y otra que exporta patatas no sería relevante. Al final, se decía, la convergencia de los países en PIB per cápita se conseguiría con independencia de sus diferentes estructuras productivas.
Sin embargo, ya en 1990 Paul Krugman sugirió que esta interpretación podía estar equivocada. Según el economista estadounidense, si se consideran los rendimientos crecientes —la capacidad de una empresa para aprovechar su mayor tamaño y ofrecer productos más baratos y de mejor calidad; aspectos característicos de la industria— lo que se podía esperar dentro de un mercado único no es la convergencia entre regiones sino la concentración de ciertas actividades industriales en las partes del territorio que previamente estaban más desarrolladas, esto es, el noroeste de Europa. En la práctica, es lo que realmente ha ocurrido.
En efecto, mientras la periferia del sur de Europa se ha desindustrializado progresivamente, los países del norte han concentrado crecientemente el capital más intenso en tecnología. Las últimas crisis han provocado la migración de trabajadores altamente cualificados desde el sur al norte, agudizando el problema. Treinta años después de Maastricht, la convergencia norte-sur apunta a fracaso: en 1991, el PIB per cápita respecto de Alemania era del 93% para Francia, 91% Italia, 63% España, 52% Grecia y 49% Portugal, pero en 2018 esos datos son del 88% para Francia, 73% Italia, 64% España, 44% Grecia y 49% Portugal.
Debemos comprender que si en Alemania los salarios son más altos que en España no es porque los trabajadores de aquí seamos más vagos. La razón es que la estructura productiva de Alemania está especializada en sectores de alta intensidad tecnológica y con alto contenido en conocimiento, lo que funciona como tracción del resto de la economía. El camarero español es igual de productivo que el alemán, pero la estructura productiva es diferente y eso explica el diferencial de salario en toda la economía. Esto opera igual entre regiones dentro de cada país, donde una misma normativa laboral implica tasas de desempleo diferentes por la distinta estructura productiva.
El economista Nicholas Kaldor ya avanzó esta idea en los años sesenta, cuando explicó el papel crucial de las manufacturas sobre el crecimiento. Pertenecía a ese grupo de economistas del desarrollo que prefirieron anteponer los hechos a la teoría. Como recuerdan Erik S. Reinert y Ha-Joon Chang, los países hoy ricos crecieron por emulación de los que iban en cabeza, particularmente haciendo uso de la política industrial y protegiendo sus industrias como motor de desarrollo. En las últimas décadas los países que más han avanzado en PIB per cápita, como los asiáticos, han sido quienes más tuvieron presente la importancia clave de la industrialización.
La pandemia obliga ahora a nuestro país a repensarse. La clave estratégica es el peso de las actividades sujetas a rendimientos crecientes y alta intensidad tecnológica, es decir, manufacturas y servicios avanzados. Una economía que quiera tener salarios dignos debe incrementar su sofisticación y complejidad. De hecho, el concepto central no es la competitividad (que, como sabemos en España, puede ser tan precaria como los bajos salarios) sino la productividad de los sectores motor de la economía. Hablamos de un proceso que exige la colaboración y adaptación de todas las instituciones políticas, empresariales y sociales.
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Entrevista: «Necesitamos un modelo de más alta intensidad tecnológica»
Realizada por Mercedes Serraller para Expansión
Alberto Garzón (Logroño, 1985), al frente del primer Ministerio de Consumo, advierte de que el impuesto a las grandes fortunas que programa Podemos no será suficiente para cubrir todo el gasto previsto, con lo que el Gobierno maneja un pack o pool de medidas que incluyen, pero no agotan, el impuestos a las grandes fortunas y que se dirigen en primer lugar a que paguen más grandes empresas y grandes tenedores de patrimonio.
¿Qué supone para usted el Ingreso Mínimo Vital? ¿Cree que 3.000 millones son suficientes para 850.000 hogares y en una crisis tan profunda?
Es una medida histórica que acabará con la extrema pobreza en España. Pero además estamos hablando de familias que ahora mismo tienen dificultades para comer, de modo que desde esta perspectiva es revolucionario y llega justo en el momento más difícil para las familias trabajadoras. La cantidad es suficiente para arrancar protegiendo a más de dos millones de personas, y ayudará a estimular la economía, pero yo aspiraría a ir mejorando la prestación según nuestra economía vaya modernizándose.
– CEOE critica que el ingreso mínimo no ha estado en el diálogo social y se opone a “montar un país subvencionado”. ¿Cómo ve estas críticas en un momento de tensión con la patronal?
Son absolutamente desafortunadas y el resultado de un mal análisis. Estamos hablando de una medida que legítimamente diseña el Gobierno en colaboración con las comunidades, que tiene como objetivo primero erradicar la pobreza extrema, lo que se va a conseguir. Estamos hablando de un muy buen diseño de un instrumento de renta bajo la lógica de no dejar a nadie atrás; y en segundo lugar, por supuesto, yendo más allá de aspectos ético-morales que siempre están vinculados a la cuestión de la pobreza. Estamos hablando de un sostenimiento de rentas que es un estímulo de la demanda muy notable. Lógicamente es un ingreso que va a ser empleado en reactivar la economía y las propias empresas que están en CEOE van a beneficiarse de esta reactivación.
– ¿Es partidario de nacionalizar empresas?
Creo que cada medida tiene que atender a su contexto, y habrá que ver de qué empresa y en qué contexto hablamos. En este país se han nacionalizado muchas empresas en los últimos años, empezando por Bankia y, desde luego, otras muchas más, siempre bajo la lógica de socialización de pérdidas y privatización de beneficios, una política que podía tener sentido para evitar desastres mayores. Pero evidentemente hay que atender a cada caso específico, creo que así es como debe funcionar una buena política pública.
– ¿Cómo se puede acabar, como se argumenta desde el Gobierno, con que la presión fiscal en España sea 7 puntos inferior a la media de la UE, unos 80.0000 millones? ¿En qué plazo?
Es obvio que tenemos que ir corrigiendo algunas fallas que tenemos en nuestro sistema fiscal para hacerlo acorde a lo que dice el artículo 31.2 de la Constitución: que tiene que pagar más quien más tiene, y hay algunas fallas evidentes que se han puesto de relieve durante los últimos años. A veces tiene que ver con el ámbito nacional y a veces con el internacional. Necesitará obviamente una progresión, no puede ser inmediato, pero tenemos que ir convergiendo a esos niveles. No obstante apuntaría un elemento central: para que esos niveles puedan converger, también tiene que converger el elemento central, la productividad, la estructura productiva del país. Es nuestro caso, tenemos mucho y largo recorrido que hacer en ese ámbito.
– En este sentido, ¿dónde hay más posibilidades, en las empresas, en las grandes fortunas?
Durante los últimos años, los inspectores de Hacienda han puesto de relieve que había algunas fallas importantes entre las grandes empresas y los grandes tenedores de patrimonio por ejemplo y evidentemente eso hay que corregirlo, y creo que la clave, más allá del diseño concreto, es entender la progresividad. Y creo que hay que hacer mención a los impuestos directos, mucho más que a los indirectos; los indirectos son regresivos, los directos, progresivos. La recaudación tiene que emplearse bien y que no sea un lastre para la economía, sino que pueda tener una utilización productiva.
– ¿Qué le parece el impuesto a las grandes fortunas? Desde Podemos se cree que hay margen para convencer al Gobierno…. ¿Es así? ¿Cree como Pablo Iglesias que las grandes fortunas están deseando pagar el impuesto por patriotismo fiscal?
Yo creo que algunas grandes fortunas desde luego no lo verían mal porque tienen una conciencia asimilable a la que han tenido en el mundo, en Estados Unidos, Warren Buffett o Bill Gates. Seguro que hay ejemplos. Yo no lo he escuchado públicamente, pero seguro que hay ejemplos, aunque sólo sea por estadística, pero es una idea que se tiene que incorporar dentro de un pack, y siempre tener que responder para qué lo quiero. A mi juicio, este dinero tiene que servir por supuesto para mitigar el impacto de la crisis y, sobre todo, para iniciar un cambio estructural en este país: tenemos que ser capaces de modernizar nuestro país, una palabra que no me gusta mucho pero nos entendemos bien, y tenemos que ser capaces de modernizar nuestra estructura productiva. Y para eso necesitamos dinero, financiación, en los mercados, como está haciendo el BCE, las emisiones de deuda, hay varias líneas de trabajo ahí, o naturalmente, el sistema impositivo.
– ¿Y dentro del Gobierno usted cree que hay un debate que puede llevar a implantar el impuesto a las grandes fortunas o lo ve descartado?
Creo que hay una conciencia de que ahora mismo con esta crisis se desploman los ingresos, vamos a un déficit superior al 10% previsto para este año, consecuencia de la propia crisis, de los estabilizadores automáticos, y tenemos que ser capaces de hacer política fiscal de estímulo. Todo eso hay que financiarlo, y por lo tanto cabe ingresar dinero por la vía impositiva y hay un debate sobre qué medidas concretas van a ir ahí. Lo que está claro es que un impuesto a las grandes fortunas no es suficiente para acometer todas las medidas de estímulo fiscal que necesitamos, por eso hablamos de un pack, una cartera, un pool de medidas, que lógicamente incluyen pero no agotan el impuesto a las grandes fortunas.
– Antes de la crisis del coronavirus, usted presentó en el Congreso su plan de crear un impuesto a la comida procesada y a la denominada basura, Sanidad preveía subir la fiscalidad del tabaco, hablaban de gravar el plástico, ¿tiene sentido en la crisis?
Lo que sucede con nuestro país es que los problemas que teníamos antes no se han agotado, al contrario, algunos se han radicalizado. Esto vale para todos, el ingreso mínimo vital estaba previsto para aprobarlo a lo largo de la legislatura; lo hemos tenido que agilizar por cuestiones evidentes. Qué ocurre con la estrategia del Ministerio de Consumo: tenía como objetivo abordar un problema de salud pública y alimentación, junto con otros Ministerios, como es la obesidad infantil, y una de la medidas, no la única, junto con una campaña de concienciación, era el instrumento fiscal, diseñar un sistema que incentive el consumo saludable y desincentive el no saludable. No hay que verlo por el lado de la recaudación, aunque evidentemente es un elemento recaudatorio, sino por el lado de los incentivos. Las experiencias en Europa y, en particular, en nuestro país, en Cataluña, donde hay un impuesto menor, pero que obedece al consumo no saludable de bebidas, que está funcionado bien, y que organizaciones como la FAO reconocen que es necesario, también cabe dentro del paquete, pero no con carácter recaudatorio sino de diseño de incentivos para estimular un consumo saludable.
– ¿Hay muchos ministros en este Gobierno? ¿Debería reducirse dada la situación?
Es un Gobierno que lo que ha hecho es incrementar la eficiencia, la descentralización, que mejora mucho la calidad que se presta en cada sector y se ha hecho siguiendo el criterio de austeridad en la medida de lo posible. Consumo ha ahorrado en subdirecciones generales. La austeridad está bien, pero el objetivo es cumplir los objetivos que marcó Pedro Sánchez de un Gobierno nuevo.
– ¿Es suficiente el fondo europeo para la necesidad de gasto de España?
La propuesta original de España era mucho más importante, más ambiciosa, más útil; no obstante, esto va en la buena dirección, puede ayudar de manera muy importante a compensar los enormes gastos y aquellos otros de estímulo fiscal, no sólo a compensar las rentas que se han caído, sino a poner en marcha un estímulo que evite el riesgo de histéresis, volver a tasas de crecimiento con desempleo mucho más alto. Debe servir como escudo social, que ya hemos puesto en marcha, y para hacer converger la UE. Si no, se agudizarán sus asimetrías y eso se está viendo con el mayor margen de los países del Norte para hacer frente a esta situación. Tenemos que acometer estos fallos institucionales, si no, iremos a un modelo de dos velocidades, de Norte y de Sur.
– ¿Qué reformas y políticas económicas acertadas va a ofrecer España, como le exige la Comisión, a cambio?
Ésta es la clave de todo. Hay una vertiente neoclásica, neoliberal, que entiende que los países del Sur tienen que hace política de austeridad, recortar salarios y servicios públicos y devolver la deuda, lo que se hace desde 2010. Creo que es un diseño erróneo, el problema aquí es la asimetría entre la estructura del Norte y del Sur, no puede ser que el valor añadido del Norte sea muy superior al del Sur, es insostenible. Sí creo que debe haber políticas condicionadas a estos fondos, pero de una naturaleza totalmente distinta a las que proponen estos países del Norte. Italia tiene ahora una distancia más grande respecto a Alemania que en 1992, las cosas no han funcionado bien, en una UE políticamente viable tiene que haber convergencia, las propuestas que tratan de condicionarlo de manera liberal se equivocan radicalmente.
– ¿Es el turismo un “sector de bajo valor añadido, estacional y precario” como dijo en el Congreso? ¿Y la hostelería? ¿Qué quería decir? ¿Entiende el malestar?
Lo que yo estaba explicando es cómo la UE no ha permitido la convergencia entre las estructuras productivas, y hay países que tienen una especialización como Alemania en sectores de alta intensidad tecnológica y mayor dotación de conocimiento y eso implica salarios más altos, y tenemos que aspirar a ello. Desgraciadamente en esa distribución internacional España no se ha especializado en esos sectores, sino que ha tenido otras fortalezas. Yo no hablaba peyorativamente de ningún sector, sino sencillamente de lo que dice la contabilidad nacional, el sector del turismo es muy importante para nuestro país. Pero evidentemente si tenemos salarios dos o tres veces menores que Alemania no es porque seamos más vagos, sino que Alemania tiene una estructura productiva de mayor intensidad tecnológica y nuestra política tiene que estar encaminada a potenciarla. Ahora hay voces que dicen que hay que reindustrializar y creo que aciertan, pero ni siquiera es un problema entre industria o turismo, sino de sectores y actividades de alto valor añadido, alto componente tecnológico, alto capital humano, y eso se puede dar en segmentos del turismo también. Sobre todo se da en segmentos industriales de alta tecnología que tienen políticas y economías de arrastre que hacen que todos los sectores se beneficien. Estaba explicando un poco de macroeconomía elemental, pero se utilizó para atacar dentro de un clima de enorme hostilidad y entiendo que hay algún sector, algunos empresarios que son minoría en nuestro país, que están contentos con el modelo que hay, que implica altas dosis de precariedad y temporalidad, y cuando escuchan hablar de la necesidad de hacer cambios, se resisten legítimamente.
– ¿Cree que hay que derogar de manera íntegra la reforma laboral y con urgencia como se pactó con Bildu?
Creo que es un problema semántico más que práctico. Las reformas laborales están compuestas de una serie de artículos que modifican artículos anteriores. Si a lo que nos referimos es a que la mayoría de artículos aprobados por el PP en 2012 deben modificarse, creo que sí, pero tiene que ser para mejorar las condiciones de la clase trabajadora. Habrá algunos artículos de esa reforma que serán positivos, y hay que atender a ellos también, pero creo que el problema no es la reforma laboral: con la misma normativa laboral, en País Vasco y otras regiones tenemos tasas de desempleo muy dispares, vuelvo a que se trata de la estructura productiva, la que permite luchar contra el desempleo y precariedad. Pero en lo que se refiere a la reforma laboral, creo que la mayoría de artículos son nocivos, se aprobaron con un único objetivo: rebajar la masa salarial, la capacidad de negociación de los sindicatos, dentro de una lógica de ganar competitividad creo que mal diseñada, el problema no son los salarios, sino la estructura productiva.
– ¿En el pacto con Bildu se está utilizando la reforma laboral de manera electoral?
Desgraciadamente en este momento se está usando todo de manera electoral, aunque no haya elecciones. Tenemos un problema de incentivos, el corto plazo; las miras cortas de determinada manera de entender la política, frente al medio y largo plazo que requiere la política que resuelve nuestros problemas. La estructura productiva no se cambia de un día para otro, sino en 5, 10, 25, 50 años, y requiere un acuerdo con esa perspectiva generacional. Desgraciadamente no estamos enfocando la política así y hay sectores que prefieren el toma y daca de obtener votos rentables en el corto plazo, lo que genera una tensión que al final deja la casa sin barrer.
– Usted es economista y hace no mucho aseguraba que “hoy el marxismo tiene más actualidad que hace cuarenta años”. ¿Lo mantiene?
Absolutamente. El marxismo es una herramienta analítica además de una tradición política, cuyo origen es Carlos Marx, filósofo, economista, que ayudó a comprender el mundo en que vivimos. No dio todas las claves, no creo que nadie lo haga, hay cuestiones que dejó sin responder, pero arrojó luz sobre muchas formas en las que funciona el capitalismo y nos permite comprender por qué estamos donde estamos; es una inspiración académica,incluso para sus adversarios. Hay una frase que dice: “Se puede ser promarxista o antimarxista pero no premarxista”, el conocimiento de Marx es necesario en todos los niveles.
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May 16, 2020
Julio y el hilo rojo
En cierta medida, Julio Anguita no era de este mundo. Al menos no del mundo de la política actual: ese ecosistema inundado de gritos, aspavientos, hipérboles, demagogia y descalificaciones que ahoga nuestro día a día. El estilo con el que Julio transmitía siempre fue otro: el de la pedagogía, la explicación detallada y la discrepancia respetuosa. Y armado con esos instrumentos y con un profundo bagaje de cultura general, él se adentró con convicción en la gigante tarea de cambiar este mundo de base. No es poca cosa.
Este no es lugar para repasar apresuradamente su compleja y completa biografía política. Hay registros suficientes en los libros que escribió –solo o acompañado– así como en las crónicas políticas de las últimas décadas. Sin duda, siempre es buena idea leer sus textos y escuchar sus discursos, los mismos que animaron a miles de personas a interesarse por la política. A contribuir a mejorar este país. Entre ellos, al que escribe estas letras: le debo a Julio haberme convencido, sin él saberlo, de militar en el Partido Comunista de España. Cuando bastantes años más tarde se lo recordé, me contestó con su acidez habitual: “A mí no me eches la culpa de eso, carga tú solo con esa responsabilidad”.
Aquella responsabilidad creció de manera exponencial cuando nuestros compañeros me eligieron para ocupar el cargo que él en otro tiempo había ostentado, el de coordinador general de Izquierda Unida. Era comprensible sentirse pequeño a su lado. Siendo Julio coordinador, contribuyó de manera mucho más que notable a dignificar la política. Su elocuencia era manifiesta, pero sobre todo destacaba de él el fuerte apego a los valores y a los principios de la izquierda cívica, democrática y comunista. Él era un profesor, un hombre de virtudes republicanas que nunca dejó de querer aprender y tampoco de querer enseñar.
Aunque los problemas del corazón le alejaron de la primera línea política, Julio siguió siendo un referente principal en este país. Desde esa posición más sosegada, “de retaguardia” como a veces gustaba de decir, impartía enseñanzas a través de sus artículos, de sus apariciones en prensa y de algunos pocos actos públicos que hizo en los últimos años. Incluso participó en algún que otro mitin electoral, apoyando a Izquierda Unida y más tarde a Unidas Podemos. Todavía hace unos pocos días nos mandaba ánimos a quienes ahora estamos en el Gobierno y nos recordaba que lo más importante, “lo prioritario”, era la construcción de una sociedad civil activa y formada, capaz de frenar a la extrema derecha y de alumbrar una nueva sociedad que hiciera del cumplimiento de los derechos humanos el eje de todo proyecto político. Ese era su objetivo.
Julio aspiraba a que la política se convirtiera en el arte de la deliberación racional, del legítimo choque de ideas del que saldría triunfante la posición correcta. Sin embargo, no era un hombre ingenuo y su paso por la política activa le había proporcionado suficientes enseñanzas como para reconocer que su ideal distaba mucho de parecerse a la realidad. A mí personalmente me alertó de las eternas disputas internas en los partidos, de los documentos congresuales que se aprueban y no se cumplen, de las banderas que se usan para enfrentar a los pueblos olvidando las clases sociales y del negativo papel que en la formación ciudadana tenía cierto embrutecimiento mediático. Sabía que necesitábamos fomentar en la sociedad el pensamiento crítico, alimentar la curiosidad innata que tenemos todos por aprender cómo funciona el mundo y, sobre todo, quería estimular la capacidad de los de abajo para movilizarse frente al abuso de los de arriba. Su causa era una causa justa.
Julio siempre tuvo muy identificados los riesgos de quiebra de nuestra sociedad. Desconfió de la modernización española de los años ochenta, a la que supo reconocer sus aciertos, pero a la que no perdonó sus errores. Su visión crítica del proyecto europeo resuena hoy como un eco terrible sobre las realidades cotidianas de los pueblos del sur. La lucha de Julio contra el neoliberalismo europeo ha sido y será, sin duda, uno de los ejemplos más evidentes de su propia lucidez. Él no era adivino, sino un hombre inteligente que supo rodearse de gente inteligente. Por eso Julio se alzaba sobre todos los demás con el uso del entendimiento, sin dogma alguno. Y la gente le escuchaba; le escuchábamos. Incluso sus más fervientes críticos sabían reconocer en él su firmeza y capacidad; infundía respeto.
Conviene recordar que Julio nunca sacralizó nada. No lo hizo con su partido, pues detestaba el patriotismo de siglas, aborrecía de los continuos idus de marzo que tenían lugar dentro de las organizaciones, y prefería la lealtad a las ideas y a la razón. Pero tampoco sacralizó su propia figura y dedicó muchos esfuerzos a estar alerta frente a ese riesgo. Ni siquiera le gustaba que le pidieran hacerse una foto con él y no en pocas ocasiones respondía con sequedad que no era un cantante de rock. Él, Julio Anguita, era un servidor público. Nada más y nada menos. Y gracias a eso es un ejemplo que deberíamos ser capaces de extender.
Hoy el hilo rojo de Julio Anguita se ha apagado. Estoy convencido de que, si nos pudiera ver aquí y ahora, llorando y lamentando no haber aprendido aún más de su sabiduría, nos echaría la bronca. Probablemente nos diría que ese hilo rojo tiene que continuar y que la responsabilidad de esa tarea recae en cada uno de nosotros. Sea así. Amigo Julio, allá donde estés, te queremos y te echaremos de menos. Salud y República.
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September 12, 2019
No esperen al BCE
En las últimas semanas se ha extendido la idea de que estamos abocados a una nueva crisis económica. No sólo leemos ese pronóstico en la prensa especializada, sino que también lo hemos visto en las negociaciones para formar gobierno en Italia y en España. Y a buen seguro ha sido uno de los temas abordados en la pasada reunión del G-7. Muchas miradas se dirigen ahora hacia el Banco Central Europeo, con la esperanza de que su presidente obre de nuevo un milagro que aleje esos horizontes sombríos, y tranquilice de paso a las empresas, gobiernos, inversores, familias y otros actores de nuestro mundo económico.
De dónde venimos
En julio de 2012 el presidente del BCE, Mario Draghi, pronunció unas palabras que detuvieron la hemorragia en las economías de la zona euro, especialmente en las economías mediterráneas. Desde el inicio de la crisis y hasta ese día, el BCE había mirado hacia otro lado mientras la especulación asaltaba los mercados de deuda pública y dificultaba la financiación pública. Grecia y España fueron las principales víctimas, pero la amenaza de destruir la moneda común fue muy seria. Así que cuando la situación se hizo casi insostenible el economista italiano a los mandos del BCE aseguró públicamente que su institución estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para preservar el euro. Y con eso bastó, al menos al principio.
Aquellas palabras se concretaron más tarde en la puesta en marcha de un proceso de expansión cuantitativa (QE, Quantitative Easing en inglés), que replicaba lo que casi cinco años antes habían hecho otros bancos centrales como el de Inglaterra o el de Estados Unidos -la Reserva Federal- para enfrentar la crisis financiera de 2007. La acción del BCE consistía en inyectar miles de millones de euros cada mes al sistema financiero. Es decir, crear dinero. En efecto, durante los últimos años el BCE ha emitido una media de 50.000 millones de euros al mes, con picos de hasta 80.000 millones. Una ingente cantidad de dinero destinada a bajar los tipos de interés a largo plazo y cuyo objetivo final es incentivar la inversión y de ese modo el crecimiento económico. Por el camino esa política ha provocado la inundación de los mercados financieros, incrementándose aún más el dinero que las entidades financieras tienen en sus balances y que teóricamente deben prestar a otros agentes económicos como, por ejemplo, las familias.
El giro del BCE en 2012 fue el resultado de las insuficiencias de la política monetaria convencional, es decir, de la gestión de los tipos de interés por parte de los bancos centrales. En los últimos diez años estos tipos de interés de referencia se han reducido hasta el entorno del cero tanto en la eurozona como en EEUU e Inglaterra. Con ello se busca hacer atractivo el endeudamiento y que así la inversión pueda reactivarse. Pero para 2012 era evidente que no era suficiente, y como los tipos ya no se podían bajar más la QE era una alternativa no demasiado radical. No gustaba, decían, pero era tolerable. Aún así, ponerla en marcha no fue un paso sencillo para un BCE que defendía la ortodoxia monetaria y que tiene el mandato exclusivo, por vía estatutaria, de controlar el nivel de inflación. El miedo de los llamados halcones era y es que la enorme cantidad de dinero inyectada desembocara en procesos inflacionarios. Hubo desde luego muchas resistencias, sobre todo desde la órbita alemana.
La inflación, sin embargo, no se ha visto por ningún lado en la economía productiva. Eso sí, los mercados financieros sí han visto cómo los precios de sus productos se han disparado, y no sólo los de deuda pública. Como es lógico, eso ha elevado la riqueza financiera de las familias que disponen de esos productos, como bonos, acciones, fondos, etc., y que son una minoría en España y en todo el mundo. De acuerdo con la encuesta financiera de las familias del Banco de España, la mitad más pobre de la población tiene el 68% de su riqueza financiera en cuentas corrientes y sólo un 1,8% en fondos de inversión. Por el contrario, el diez por ciento más rico de España tiene poco más de un 20% de su riqueza en cuentas corrientes frente a un 10,5% en fondos de inversión. Esto es obvio: tener una amplia cartera de activos financieros especializados es mucho más habitual en los patrimonios altos, y la enorme cantidad de liquidez en los mercados financieros está creando burbujas especulativas que aprovechan, en particular, los actores especializados como los fondos de inversión. Las mayores rentabilidades están, como es sabido, en las actividades más arriesgadas, y como ha subrayado el economista Bill Mitchell, los activos financieros gestionados por la llamada banca en la sombra han crecido un 430% desde 2002 y a un ritmo mucho mayor que los que gestiona la banca convencional. Es decir, el casino está desbordado de fichas para que apuesten y ganen los más ricos. Pocas cosas son menos neutrales que la gestión del dinero.
La política de austeridad
Al mismo tiempo las instituciones europeas y los gobiernos nacionales han promovido una política de consolidación fiscal, es decir, de recortes en la inversión pública. Al empeoramiento de la cantidad y calidad de los servicios públicos hay que sumar el pernicioso efecto que tiene esa política, común y erróneamente llamada de austeridad, sobre la actividad económica. Así que mientras el dinero se creaba de manera desproporcionada, la demanda interna se ahogaba concienzudamente al calor de la ideología neoliberal. El argumento oficial es que era necesario para reducir la deuda pública y los déficits generados tras la crisis, incluso aunque como en el caso de España éstos no hubieran sido los causantes de la crisis. En todo caso, en un momento en el que la demanda privada se estanca o incluso retrocede, disminuir también la demanda pública es garantía de recesión. Sólo la demanda externa puede tirar de la economía en esas situaciones y, como es sabido, no es posible que todos los países sean exportadores netos. Y cuando el viento sopla en contra, como ocurre con el panorama comercial internacional, entonces la situación económica se torna insoportable.
No es casualidad, por tanto, que la economía muestre ahora signos claros de ralentización e incluso de recesión. El índice PMI (Pursaching Manager’s Index), que mide el nivel de actividad económica en el sector privado, cae en España desde junio por debajo de 50. Ello significa que hay una contracción en el sector industrial, lo que no sucedía en nuestro país desde 2014. En Alemania, la economía líder de la Unión Europea, esto mismo viene sucediendo desde inicios de 2019. Hay signos inequívocos de que la inversión está estancada y que, por lo tanto, es probable que el crecimiento económico se resienta en los próximos meses.
Muchos notables economistas neokeynesianos, como Larry Summers, hablan abiertamente de «estancamiento secular» y proponen soluciones más ambiciosas que las ejecutadas en los últimos años. Los neokeynesianos, poskeynesianos y partidarios de la teoría monetaria moderna proponen pasar ya a una más decidida política fiscal, es decir, incrementar la capacidad del Estado para estimular la economía directamente a través de la inversión pública. En esta línea también se ha manifestado recientemente el ministerio de finanzas alemán, aunque el Bundesbank le ha enmendado la plana. Se trata de contradicciones entre una visión pragmática de la gestión económica y una ideología de hierro ordoliberal que se pontifica desde instituciones ajenas al criterio democrático.
En estas condiciones el BCE tiene que decidir qué hacer para estimular la inversión. Y a la luz de los hechos parece obvio que no funcionan ni la política monetaria convencional ni la política monetaria no convencional. Si se subieran los tipos de interés con casi toda seguridad se aceleraría la recesión. Pero si se mantienen bajos los tipos de interés o se incrementan los estímulos de la QE únicamente se conseguiría una huida hacia delante. En definitiva, frente a los problemas que asoman en nuestras economías la política monetaria no sirve y, por tanto, el BCE no puede obrar milagros.
La recesión puede manifestarse en todo momento a partir de cualquier detonante, sea este el de la llamada guerra comercial entre EEUU y China, el Brexit o una subida repentina de los tipos de interés de referencia. Pero no deberíamos confundir estos detonantes con las causas últimas de la crisis. En última instancia lo que está sucediendo en nuestras economías es que no hay condiciones para una inversión que estimule el crecimiento económico. Es verdad que el sistema de incentivos es perverso, y el BCE tiene buena culpa de ello cuando ofrece más gasolina a los pirómanos. También es verdad que el diseño institucional está sesgado en algunos países hacia la especulación y el rentismo, como ocurre en España con la vivienda. Según datos del Banco de España en 2018 la rentabilidad bruta por alquiler era del 4% mientras la de los bonos del Estado era del 1,4%. No es de extrañar que muchos fondos de inversión prefieran especular con la vivienda a invertir en el largo plazo. Pero, con todo, debe tenerse presente que bajo el capitalismo es la expectativa de beneficio la que permite a la inversión privada arrancar. Y eso es lo que está estancado.
Recuperar la inversión y el crecimiento
Una vez se constata que la inversión no arranca con dinero gratis, el objetivo de recuperar el pulso de la inversión sólo puede hacerse por dos vías. La primera, con una rebaja de los costes salariales de las empresas. Este es el camino neoliberal que al aplicarse ha llevado a contratos de precariedad sin parangón, y a un mercado laboral que es el paraíso de los modelos neoesclavistas como Deliveroo o Uber. Sin embargo, es sabido que los salarios no sólo son un coste a nivel de empresa sino también una fuente de demanda a nivel agregado. Por eso una reducción sistemática de los salarios reduce la demanda y, paradójicamente, reduce los beneficios empresariales presentes -y con ello la expectativa de beneficio. No se trata de que el neoliberalismo nos lleve a un país más injusto, que también, sino que es un modelo que se agota a sí mismo en el tiempo y que no puede generalizarse. La otra vía, sin embargo, exige un mayor dinamismo de la demanda interna, vía incrementos salariales o incrementos de inversión pública. Como no pueden subirse los salarios por decreto, es evidente que los gobiernos enfrentan la tesitura de invertir para estimular la economía. Este es, de nuevo, el debate central en estos momentos.
El principal problema es que mientras Inglaterra y Estados Unidos tienen ciertos márgenes para actuar a partir de este debate, en los países de la zona euro nos hemos dotado durante las últimas décadas de mecanismos institucionales que ahora son verdaderos lastres. Desde la naturaleza del Banco Central Europeo hasta el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, pasando por las nacionales reformas del artículo 135 de la Constitución española o la Ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera, en este tiempo hemos creado un edificio enorme para limitar nuestra capacidad de maniobra. Hemos construido nuestra propia camisa de fuerzas, nuestro propio mástil al que atarnos para no escuchar a las sirenas. Así que el debate económico europeo pasa por este punto: deconstruir el entramado institucional que nos impide hacer lo que tenemos que hacer, es decir, usar la política fiscal expansiva con apoyo de un banco central cuyo objetivo sea sostener el crecimiento y la creación de empleo.
Todo esto es de lo que se está debatiendo en las altas instancias económicas, con correlaciones de fuerza desiguales entre los contendientes, y bajo un contexto internacional de disputa de la hegemonía estadounidense sobre la economía-mundo. En España, sin embargo, el debate no acaba de arrancar porque estamos sumidos en una vertiginosa tormenta literaria donde se construyen ficciones narrativas que buscan permitir a las organizaciones políticas poder reproducirse en el tiempo. Es como si la demoscopia hubiera sustituido a la política, como si la táctica hubiera acabado con la estrategia y como si, por arte de magia, los juegos de manos y los golpes palaciegos pudieran sostenerse en el vacío. Sin embargo, convendría recordar que todo gobierno, independientemente de su orientación ideológica, está sujeto a la dependencia estructural del capital o, dicho de otra forma, todo gobierno bajo el capitalismo depende de que exista un beneficio esperado que estimule la inversión. En suma, todo gobierno o partido que aspire a gobernar debería tener un plan. Y ahora mismo, lamentablemente, no tengo muy claro que eso esté siquiera encima de la mesa.
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