Ruth M. Lerga's Blog
February 9, 2014
IV Yo leo RA (no, no es Richard Armitage, es ROMÁNTICA ADULTA).
Uno de mis propósitos de Año Nuevo, de esos que nos hacemos y nunca cumplimos, era darle vidilla a este blog que tan abandonado tengo, y hacer una entrada mensual. Dado que estamos en febrero y es la primera del 2014… pues eso, como el gimnasio, que pagué la cuota de enero y todavía no me conocen.
Cual es mi horror cuando el blog me pide contraseña, tengo que hacer memoria, entro y me muero de vergüenza: desde el 20 de marzo del año pasado no he entrado. Hay cinco personas maravillosas que me han escrito y las he ignorado. Soy una mala persona, sí, a ratos, pero por favor no me lo tengáis en cuenta. Es que no me llevo bien con mi ordenador. Solo lo uso para escribir… Y hablando de escribir…
He encontrado la excusa perfecta para arrancarme de una buena vez: El IV Encuentro YO LEO RA. Confieso que cuando leí RA creí que era Richard Armitage, así que me apunté corriendo, pero luego me acordé que es la pequeña locura de la quijotesca Merche Diolch y su fantástica escudera Noelia Amarillo, ayudadas por una Dulcinea que promete inspirar nuevas batallas, y me hizo más ilusión todavía. A las que nunca habéis ido os daré un dato: más 200 mujeres, y algún hombre, en una misma sala hablando de novela romántica. ¡¡Síiiii!! Sencillamente perfecto.
Editoriales, escritoras y lectoras nos dábamos cita por cuarto año consecutivo, y se nota que cada vez hay más experiencia en el RA. No por las invitadas, sino por la dinámica de las mesas de tertulia, por la soltura de la moderadora, por el respeto con el que se conducen los asistentes… Ha sido el mejor RA, y estoy segura de que el año que viene se superarán.
A destacar dos autoras por encima del resto, por el enorme esfuerzo que hicieron para estar allí, y porque lo hicieron de manera gratuita: Jo Beberly, y Jodi Ellen Malpas. Tuve el honor de compartir mesa y mantel, y magnífica conversación, con la señora Beberly, y aprendí tanto en tan poco tiempo, de literatura y de humanidad, que si ya me gustaban sus novelas ahora me ha cautivado para siempre. Tengo que colgaros una foto con ella, pero me dejé la cámara (de los cuatro pares de zapatos me acordé, pero de la cámara no) así que cuando un alma caritativa me la envíe, la cuelgo, si es que sé hacerlo.
Y además estaban las autoras de casa, las de siempre y las nuevas; seguro que no las saludé a todas, soy un desastre para eso, pero hablé con muchas, y me encantó todo lo que me contaron. Y es que la sala transmitía ilusión, buen rollito, optimismo, y así da gusto ir al fin del mundo si es necesario. ¡Ah!, y con Javier Romero, nuestra representación masculina en el mundo de la pluma. ¡¡Eso ha sonado fatal!! Javier, me disculpas, eres un crack y tu hijo es para mí en cuanto cumpla los dieciocho (ahora tiene dos).
Mención especial a las chicas B: Miranda Kellaway (sexy, sexy), Pilar Cabero (sexy pero después se quitó la falda… eso tampoco ha sonado bien), Ava Campbell, Rowyn Oliver, Marisa Grey, Dana Jordan, Aileen Diolch y mi maravillosa Ana Iturgaiz. Todas son fantásticas, en serio, deberíais conocerlas. Y las editoras Marisa Tonezzer e ilu Vilchez (por fin, por fin, le puse cara, y qué cara). Se masca antología nueva, con historias cruzadas de nuevo; se mascan otros mil y pico e-mails…
Y me encontré con lectoras maravillosas con las que coincido una o dos veces al año, y que saben tanto de romántica que harían enrojecer a la mismísima Austen.
Por lo demás, he dormido con Olga Salar, cómo no, y he llegado afónica.
Cual es mi horror cuando el blog me pide contraseña, tengo que hacer memoria, entro y me muero de vergüenza: desde el 20 de marzo del año pasado no he entrado. Hay cinco personas maravillosas que me han escrito y las he ignorado. Soy una mala persona, sí, a ratos, pero por favor no me lo tengáis en cuenta. Es que no me llevo bien con mi ordenador. Solo lo uso para escribir… Y hablando de escribir…
He encontrado la excusa perfecta para arrancarme de una buena vez: El IV Encuentro YO LEO RA. Confieso que cuando leí RA creí que era Richard Armitage, así que me apunté corriendo, pero luego me acordé que es la pequeña locura de la quijotesca Merche Diolch y su fantástica escudera Noelia Amarillo, ayudadas por una Dulcinea que promete inspirar nuevas batallas, y me hizo más ilusión todavía. A las que nunca habéis ido os daré un dato: más 200 mujeres, y algún hombre, en una misma sala hablando de novela romántica. ¡¡Síiiii!! Sencillamente perfecto.
Editoriales, escritoras y lectoras nos dábamos cita por cuarto año consecutivo, y se nota que cada vez hay más experiencia en el RA. No por las invitadas, sino por la dinámica de las mesas de tertulia, por la soltura de la moderadora, por el respeto con el que se conducen los asistentes… Ha sido el mejor RA, y estoy segura de que el año que viene se superarán.
A destacar dos autoras por encima del resto, por el enorme esfuerzo que hicieron para estar allí, y porque lo hicieron de manera gratuita: Jo Beberly, y Jodi Ellen Malpas. Tuve el honor de compartir mesa y mantel, y magnífica conversación, con la señora Beberly, y aprendí tanto en tan poco tiempo, de literatura y de humanidad, que si ya me gustaban sus novelas ahora me ha cautivado para siempre. Tengo que colgaros una foto con ella, pero me dejé la cámara (de los cuatro pares de zapatos me acordé, pero de la cámara no) así que cuando un alma caritativa me la envíe, la cuelgo, si es que sé hacerlo.
Y además estaban las autoras de casa, las de siempre y las nuevas; seguro que no las saludé a todas, soy un desastre para eso, pero hablé con muchas, y me encantó todo lo que me contaron. Y es que la sala transmitía ilusión, buen rollito, optimismo, y así da gusto ir al fin del mundo si es necesario. ¡Ah!, y con Javier Romero, nuestra representación masculina en el mundo de la pluma. ¡¡Eso ha sonado fatal!! Javier, me disculpas, eres un crack y tu hijo es para mí en cuanto cumpla los dieciocho (ahora tiene dos).
Mención especial a las chicas B: Miranda Kellaway (sexy, sexy), Pilar Cabero (sexy pero después se quitó la falda… eso tampoco ha sonado bien), Ava Campbell, Rowyn Oliver, Marisa Grey, Dana Jordan, Aileen Diolch y mi maravillosa Ana Iturgaiz. Todas son fantásticas, en serio, deberíais conocerlas. Y las editoras Marisa Tonezzer e ilu Vilchez (por fin, por fin, le puse cara, y qué cara). Se masca antología nueva, con historias cruzadas de nuevo; se mascan otros mil y pico e-mails…
Y me encontré con lectoras maravillosas con las que coincido una o dos veces al año, y que saben tanto de romántica que harían enrojecer a la mismísima Austen.
Por lo demás, he dormido con Olga Salar, cómo no, y he llegado afónica.
Published on February 09, 2014 06:33
March 20, 2013
¡¡Por fin!! Ya está en las librerías la hermana pequeña d...

¡¡Por fin!! Ya está en las librerías la hermana pequeña de "Cuando el corazón perdona"-Vergara. B de Bolsillo la ha sacado a la venta. Y por ocho euros, que no está nada nada mal :)
En principio salía en mayo, pues mi siguiente novela sería publicada en septiembre, pero finalmente "Cuando el amor despierta" verá la luz en JULIO, en una apuesta de la editorial que me emocionó, y adelantaron la salida de la edición de bolsillo de Nicole y Richard a hoy, 20 de marzo.
Estoy muy ilusionada, mucho.
Además, también hoy he recibido el visto bueno de... pero no mezclaré temas. Lo que significa que de aquí un montón os lo contaré, porque tengo un despiste con el blog, que si no fuera por una buena amiga, Olga Salar, que me riñe y me recuerda que está aquí...
Un beso.
Published on March 20, 2013 08:29
February 11, 2013
Be my Valentine-B de Books
¡¡Por fin, por fin!!
En el III Encuentro YoleoRA nos dejaron contar lo que llevábamos un mes planeando: ¡¡Una antología!!
Y no es solo un mes para preparar un relato, no. De eso nada. Eso no sería gracioso.
Es que ha sido un mes de cruzar mails con las compañeras de antologías, de conocernos mejor, de aprender cómo escriben otras... y de reírnos un montón. Ahora conozco las manías de algunas, los actores por los que suspiramos... bueno, y otros secretitos que no os puedo contar. Lo que ocurre durante una antología, se queda en la antología. ¿Que quién sale? En el vídeo de arriba lo dice, no me hagáis poner todos los nombres, que son doce, y son MUUUY GRAAANDEEEES.
De hecho lo hemos pasado tan bien que aprovechamos que Marisa Tonezzer venía al RA para pedirle una fecha para la siguiente, pues ya teníamos planes y Ana Iturgaiz, que estrena "Acordes de Seda" en marzo con Vergara, una idea divertidísima para los próximos: hacer unos... ¡ay!, que es secreto. Pues vaya asco, no poderlo contar.
Bueno, de todas formas os recomiendo que os paséis por B de Books a partir del 14 de febrero y os lo compréis. He tenido el placer de leer algunos de los relatos, pues ya que estábamos nos los pasamos, opinamos, toquiteamos... Y son estupendos.
Os dejo el vídeo promocional que se curró Miranda Kellaway, la autora de "Ecos del Destino", de Vergara, que no solo sabe darnos envidia cuando se larga a Covent Garden a comprar chuches, sino que también sabe hacer cositas de estas.
¡¡Besos!!
Published on February 11, 2013 03:19
November 26, 2012
OCTUBRE Y NOVIEMBRE
Hola a todo el mundo.
Octubre y noviembre han sido dos meses de altibajos, de picos puros y duros. Si pusiera en una balanza esos mismos picos, probablemente haría un plano, sería el equilibrio. Pero desgraciadamente no es así, y me temo que aunque ha habido noticias fantásticas, el dolor me tiene bastante desorientada y no me deja disfrutar de las cosas maravillosas que me han ocurrido últimamente, que han sido muchas.
Así que comenzaré por lo terrible, y de ahí en adelante todo irá cuesta abajo: falleció alguien a quien quería como a un segundo padre, seguramente porque era mi segundo padre, el padre de mi marido, el último barbero de Benifairó. Y se fue como vivió, sin hacer ruido, sin quejarse por nada. Un domingo ingresó porque tenía anemia, que tres días después era un cáncer de todo, y al sábado siguiente, así, en apenas seis días, nos decía adiós. No tuvo tiempo ni de sufrir, afortunadamente. Ni nosotros de hacernos a la idea de que se nos iba, desgraciadamente.
Por lo demás, un ERE de tres meses, esperado, que parece que están tan de moda y que dará descanso a un brazo fatigado de teclear.
Y todo lo demás es maravilloso: estuve dos semanas de viaje en Escocia y una de regalo en Londres donde nos ocurrió de todo, desde estampar el coche hasta perder dos vuelos; ¡¡publico en Méjico!! de hecho Cuando el corazón perdona ya está en las librerías de un país que TODAVÍA no conozco; hice una pequeña presentación en la biblioteca municipal de Sagunto que fue muy emotiva para mí, aunque casi me muero de vergüenza; acabé la historia de Julian, personaje que me ha cautivado y donde Richard Illingsworth ha campado a sus anchas y no solo me ha roto los esquemas de la novela en dos ocasiones, sino que encima me ha vuelto completamente loca; verá la luz en verano; y otra noticia estupenda que la editorial se reserva.
Pero insisto, no lo cuento con la alegría que debiera, así que os propongo un trato, un día de estos, cuando tenga el cuerpo un poco mejor, os lo cuento, y hacéis como que no lo sabías. ¿Hecho?
Octubre y noviembre han sido dos meses de altibajos, de picos puros y duros. Si pusiera en una balanza esos mismos picos, probablemente haría un plano, sería el equilibrio. Pero desgraciadamente no es así, y me temo que aunque ha habido noticias fantásticas, el dolor me tiene bastante desorientada y no me deja disfrutar de las cosas maravillosas que me han ocurrido últimamente, que han sido muchas.
Así que comenzaré por lo terrible, y de ahí en adelante todo irá cuesta abajo: falleció alguien a quien quería como a un segundo padre, seguramente porque era mi segundo padre, el padre de mi marido, el último barbero de Benifairó. Y se fue como vivió, sin hacer ruido, sin quejarse por nada. Un domingo ingresó porque tenía anemia, que tres días después era un cáncer de todo, y al sábado siguiente, así, en apenas seis días, nos decía adiós. No tuvo tiempo ni de sufrir, afortunadamente. Ni nosotros de hacernos a la idea de que se nos iba, desgraciadamente.
Por lo demás, un ERE de tres meses, esperado, que parece que están tan de moda y que dará descanso a un brazo fatigado de teclear.
Y todo lo demás es maravilloso: estuve dos semanas de viaje en Escocia y una de regalo en Londres donde nos ocurrió de todo, desde estampar el coche hasta perder dos vuelos; ¡¡publico en Méjico!! de hecho Cuando el corazón perdona ya está en las librerías de un país que TODAVÍA no conozco; hice una pequeña presentación en la biblioteca municipal de Sagunto que fue muy emotiva para mí, aunque casi me muero de vergüenza; acabé la historia de Julian, personaje que me ha cautivado y donde Richard Illingsworth ha campado a sus anchas y no solo me ha roto los esquemas de la novela en dos ocasiones, sino que encima me ha vuelto completamente loca; verá la luz en verano; y otra noticia estupenda que la editorial se reserva.
Pero insisto, no lo cuento con la alegría que debiera, así que os propongo un trato, un día de estos, cuando tenga el cuerpo un poco mejor, os lo cuento, y hacéis como que no lo sabías. ¿Hecho?
Published on November 26, 2012 03:00
BESOS EN VERSO (TERCERA PARTE)Se maravilló ante la verdad...
BESOS EN VERSO (TERCERA PARTE)
Se maravilló ante la verdad de sus palabras. ¿Se podía amar a un extraño? Su razón, siempre lógica, le decía que no, pero su alma le gritaba que estaba atrapada, y que no podía, ni deseaba tampoco, hacer nada para liberarse. El corazón atiende a razones que la razón desconoce, recordó. Yago no necesitó abrir ninguna novela, leer ninguna página, para responder, al tiempo que avanzaba dos pasos hacia ella, despacio, sin bajar la mirada de sus hermosos ojos. -Quiero tus lágrimas, tus sonrisas, tus besos…, el olor de tu pelo, el sabor de tu piel, el toque de tu aliento en mi rostro. Quiero verte en la hora final de mi vida, para yacer en tus brazos mientras tomo mi último aliento. Te amo. Con la respiración acelerada, tomó otro al azar, y de nuevo buscó en la última página. -Ten cuidado. Si no dices nada, te reclamaré de un modo extraño y presuntuoso. Dime que me marche ahora, si debo irme. Avanzando otros dos pasos, sin dejar de mirarla, respondió con voz suave. -Te echo de menos. Te echo tanto de menos que me duele el alma, pero no sé cómo encontrarte, aunque estás justo enfrente de mí. En apenas dos pasos más estaría pegado a ella. Todo su cuerpo temblaba de anticipación, de pasión. Rugía de deseo. Tomó un último libro, a la desesperada, insegura de si su voz le respondería, siquiera. Se abrió prácticamente solo, al azar, por la mitad, y leyó la primera frase que acudió, providencial, a sus ojos. -Ven, ven conmigo. Hazme feliz y yo te haré feliz a ti. - Y como aquella frase era fiel reflejo de sus anhelos, abrió los brazos, en señal de invitación. Y Yago no necesitó más. Movido por su corazón cerró la poca distancia que les separaba. La tomó de las manos con cálida firmeza, la arrastró hasta su pecho, y la rodeó con sus brazos en un abrazo ardiente, que los hizo suspirar a ambos de deleite. Una de sus manos descansaba en su cintura, sin necesidad de presionar, pues ella no quería estar en ningún otro lugar. La otra subió hasta su mejilla, retiró un mechó de cabello colocándolo detrás de su oreja, y su boca sustituyó a la mano, diciéndole en un ronco susurró. -He soñado contigo todas las noches durante los últimos seis meses. Y francamente estoy harto de soñar. Y sin precipitación, pero con el ímpetu fruto de la pasión que les consumía, unieron sus bocas en un beso que decía, sin palabras, sin citas prestadas, más que todo lo escrito por quienes allí se congregaban a través de sus letras, y que parecían suspirar ante la pureza de su amor. Ninguno de ellos hubiera podido describir la hermosura de aquel abrazo, la pasión de aquel beso, que sería el primero de todos los demás. Pocas veces se recuerda el primer roce con la persona que después se convertirá en tu presente y tu futuro, en tus anhelos y esperanzas, en tu refugio. Pero si Beatriz y Yago algún día lo olvidaban, aquellos célebres, mudos testigos lo relatarían de nuevo con sus frases y sus versos.
Se maravilló ante la verdad de sus palabras. ¿Se podía amar a un extraño? Su razón, siempre lógica, le decía que no, pero su alma le gritaba que estaba atrapada, y que no podía, ni deseaba tampoco, hacer nada para liberarse. El corazón atiende a razones que la razón desconoce, recordó. Yago no necesitó abrir ninguna novela, leer ninguna página, para responder, al tiempo que avanzaba dos pasos hacia ella, despacio, sin bajar la mirada de sus hermosos ojos. -Quiero tus lágrimas, tus sonrisas, tus besos…, el olor de tu pelo, el sabor de tu piel, el toque de tu aliento en mi rostro. Quiero verte en la hora final de mi vida, para yacer en tus brazos mientras tomo mi último aliento. Te amo. Con la respiración acelerada, tomó otro al azar, y de nuevo buscó en la última página. -Ten cuidado. Si no dices nada, te reclamaré de un modo extraño y presuntuoso. Dime que me marche ahora, si debo irme. Avanzando otros dos pasos, sin dejar de mirarla, respondió con voz suave. -Te echo de menos. Te echo tanto de menos que me duele el alma, pero no sé cómo encontrarte, aunque estás justo enfrente de mí. En apenas dos pasos más estaría pegado a ella. Todo su cuerpo temblaba de anticipación, de pasión. Rugía de deseo. Tomó un último libro, a la desesperada, insegura de si su voz le respondería, siquiera. Se abrió prácticamente solo, al azar, por la mitad, y leyó la primera frase que acudió, providencial, a sus ojos. -Ven, ven conmigo. Hazme feliz y yo te haré feliz a ti. - Y como aquella frase era fiel reflejo de sus anhelos, abrió los brazos, en señal de invitación. Y Yago no necesitó más. Movido por su corazón cerró la poca distancia que les separaba. La tomó de las manos con cálida firmeza, la arrastró hasta su pecho, y la rodeó con sus brazos en un abrazo ardiente, que los hizo suspirar a ambos de deleite. Una de sus manos descansaba en su cintura, sin necesidad de presionar, pues ella no quería estar en ningún otro lugar. La otra subió hasta su mejilla, retiró un mechó de cabello colocándolo detrás de su oreja, y su boca sustituyó a la mano, diciéndole en un ronco susurró. -He soñado contigo todas las noches durante los últimos seis meses. Y francamente estoy harto de soñar. Y sin precipitación, pero con el ímpetu fruto de la pasión que les consumía, unieron sus bocas en un beso que decía, sin palabras, sin citas prestadas, más que todo lo escrito por quienes allí se congregaban a través de sus letras, y que parecían suspirar ante la pureza de su amor. Ninguno de ellos hubiera podido describir la hermosura de aquel abrazo, la pasión de aquel beso, que sería el primero de todos los demás. Pocas veces se recuerda el primer roce con la persona que después se convertirá en tu presente y tu futuro, en tus anhelos y esperanzas, en tu refugio. Pero si Beatriz y Yago algún día lo olvidaban, aquellos célebres, mudos testigos lo relatarían de nuevo con sus frases y sus versos.
Published on November 26, 2012 02:47
November 15, 2012
Besos en Verso (Segunda Parte)
Silencio que en menos de cinco segundos se había vuelto opresivo para Beatriz. ¿Se habría excedido, siendo tan obvia? Lo dudaba.Lo presintió, más que verlo, y se quedó quieta, como ya hiciera antes. Eran dos desconocidos en una biblioteca, cruzándose en ocasiones, tratando de decidirse por algún libro que los tentara lo suficiente.Dos desconocidos suspendidos por la pasión.
Pasó de largo, pero al hacerlo le rozó con el pulgar la cadera de lado a lado, despacio. Apreció como la yema del dedo le quemaba justo por encima de la cinturilla de los pantalones, en el pedacito de carne desnuda que dejaba entrever su camiseta medio levantada, pues tenía ella los brazos en alto, simulando buscar una novela en el último estante. Y notó como el dedo se deslizaba por su piel hasta donde su cuerpo terminaba. Sintió su ausencia casi con más vehemencia que la caricia.-Pronto.Le prometió en un susurro cargado de invitaciones y sensualidad, justo cuando giraba el pasillo.-¿Cuándo es pronto?Preguntó ansiosa, hacia todas partes, sin saber dónde hallarlo. Beatriz estaba excitada. Excitada como nunca se había sentido antes. Como una adolescente a la espera de su primer roce prohibido, de su primer beso.Hacía meses que no había estado con nadie. Desde que le viera por primera, ni siquiera la habían besado. Había perdido interés por cualquier hombre que no fuera Yago. Ninguno tenía la mirada tan limpia, ni la sonrisa tan sincera, ni las pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Ninguno podía colmar sus aspiraciones, ni acercarse a su corazón. Ni enternecer su alma.Ni calentar la sangre de sus venas hasta hacerla hervir de deseo.Y saber que pronto iba a tenerlo, después de meses de fantasías, le aceleraba la respiración.De nuevo la voz de él le acariciaba desde el otro lado del estante. Beatriz apartó tres libros, y lo vio, justo detrás, sonriéndole seductor.-Tú que eres física, deberías saber mejor que yo que la paciencia es la madre de la ciencia.-Max –dijo entre divertida e impaciente –no te pongas estupendo. Colocó los libros donde estaban con más fuerza de la necesaria, y se encaminó hacia los pasillos del fondo de la biblioteca. Era hora de que fuera él quien la buscara, y ella quien le encontrara.Con sigilo, se acercó a los corredores de novela negra, giró a la izquierda, y lo encontró plantado, desorientado incluso, esperando su próximo movimiento. Se sintió poderosa, tanto como vulnerable se hubo sentido cuando creyó que él se había marchado. Con paso lento pero firme, se acercó, atraída por su masculinidad. Yago, imitando lo que Beatriz hiciera antes, fingió buscar alguna novela en los estantes más altos cuando vio que se aproximaba. Ella, en cambio, se agachó hasta la balda más baja de la misma estantería, tomó un libro al azar, y leyó la sinopsis, inclinada, a la altura de la cintura de Yago, de espaldas a él.No quiso moverse, temeroso de romper el momento, esperando lo que ella fuera a hacerle. ¿Podían las palabras estimular más que la vista? ¿Podía un mero roce ser más excitante que la caricia más exigente? En menos de diez segundos obtuvo su respuesta. Beatriz chasqueó la lengua, simulando desinterés en lo que había escogido y que ni siquiera había sido capaz de leer, y lo dejó de nuevo en su lugar, aparentando hastío. Y al levantarse y retirar la mano de la tabla de madera, acarició su rodilla con descuido, su muslo al ascender por su pierna, y antes de que el valor la abandonara, subió por su ingle, rozando apenas un poco más hacia el centro, sintiendo la excitación de él, que rivalizaba con la suya, aunque fuera menos evidente.Escucharle contener la respiración la hizo sentirse una deidad, así que se retiró con su victoria, sin querer presionar, dejándole tan deseoso como ella estaba; esperando que la sedujera.Cuando estaba dos pasillos más lejos, oyó su quejido.-¿Qué se supone que es esto, venganza o reivindicación? ¿O tienes el erróneo concepto de que la una complementa a la otra? Ella se detuvo, dubitativa. Nunca había oído aquella frase, pero por el tono parecía serlo.-Confieso que esta tampoco la conozco.La varonil carcajada reverberó por toda la biblioteca. Así que después de todo la cita de Nora Roberts había sido casual. Si su preciosa Beatriz fuera amante de la novela romántica, conocería a los Malory de Lindsey.Si hubiera habido alguien más allí, les hubiera chistado, insatisfecho con sus voces. Pero, se recordó Beatriz, no había nadie más allí. Se encontraban solos. Solos para lo que pudiera ocurrir en aquella incipiente tarde.-Definitivamente tienes una laguna en tu concepto de la literatura. No todo son clásicos. Hay historias preciosas escondidas, historias que seguro no has leído y que se escribieron hace poco tiempo, pero que versan temas tan antiguos como el mundo. Te puedo ayudar a expandir tus horizontes, Beatriz. –Disfrutaba sencillamente al dejar que su nombre le resbalara por los labios-. Y también tus horizontes literarios.Ante la provocación, rió. Desde dos pasillos más allá, a Yago el sonido musical de su alegría le supo a triunfo.-¿Qué te hace pensar que necesito nuevas aventuras, que no he vivido las suficientes?Había tenido únicamente dos novios, y no era mujer de amantes de una sola noche, probablemente porque vivir con sus padres lo complicaba todo. Pero eso no significaba que fuera una mojigata. Si le diera una oportunidad, ella la aprovecharía. Y se aseguraría de que para él fuera inolvidable.A pesar de lo absurdo de su repentino pensamiento, repasó la ropa interior que llevaba. Un conjunto granate de Calvin Klein con apenas encaje. Sexy sin ser demasiado obvio. Su deseo se acrecentó.Si tan solo él se acercara lo suficiente…
La imaginación de Yago se disparó. La seguridad de sus palabras le hizo pensar en una mujer que sabía satisfacer a un hombre, sí, pero también la de una mujer que sabía satisfacerse al mismo tiempo, que buscaría en el placer de él el placer de ambos. La clase de compañera de cama con la que todo sería espontáneo, natural, y muy, muy caliente.Esa fémina con la que más disfrutaba. Desde que la viera entrar por primera vez en la biblioteca, con sus libros de física que ponían de manifiesto un intelecto superior a la media, siempre con vaqueros y camiseta, como si su apariencia no le preocupar en exceso, se la había imaginado en su cama. Y en su cocina. Y en los baños de la planta baja del aquel edificio. Y en aquel preciso momento, sobre la raída alfombra del último pasillo, donde los rapsodas darían muda aprobación a su romance.Si tan solo ella se acercara lo suficiente…-¿Yago? –dudó-. ¿Dudas de mis aptitudes?Silencio. No sabía qué responderle, deseaba decir que sí, para que ella se ofreciera a mostrárselas. Pero temía ofenderla si lo hacía. O peor, acobardarla. Se acercó al pasillo contiguo, y apartó un libro, esperando encontrarse con sus bellos ojos. Pero Beatriz estaba tres estantes más a la izquierda. Fue la joven quien habló.-Me desgarra usted el alma, soy mitad agonía mitad esperanza… -Susurró, al tiempo que se acercaba a buscarle, allí donde un libro se había movido.-Si he herido tu orgullo, entonces toma el mío. No me sirve de nada si no... –calló de golpe, temeroso de derramar sobre ella el resto de la frase y asustarla con la violencia de sus sentimientos.-¿Si no? –la curiosidad y la certeza hacían brillar sus grades ojos fijos, al otro de la balda.Yago quedó cautivado por aquella mirada, pero necesitaba más. No, se corrigió. Él no podía desearla más de lo que la deseaba en aquel momento. Lo que necesitaba era que ella le deseara tanto como él. Hasta perder la razón, hasta la locura infinita. Hasta olvidar sus propios nombres y que nada más importara que estar uno dentro del otro, de convertirse en un único ser.Respiró profundamente, tratando de relajarse, de no excederse. Bromeó, buscando en el humor la vía de escape al ansia que le inundaba, pero sin separar sus ojos de los de Beatriz.-Definitivamente deberías leer más de los libros que hay justo al otro lado de esta planta.-¿Me los enseñarías tú?Había ruego en su voz, pero provocación en sus ojos. Inevitablemente, sonrió.-Quizá –prosiguió ella-, podría invitarte a un café por cada historia hermosa que me descubras.-Donde podría llevarte hay tantas historias hermosas que serían decenas, cientos de cafés.De nuevo su voz acariciaba. Su suave piel cosquilleó ligeramente, su vello se erizó.-Terminaríamos siendo íntimos, entonces.-Eso espero, Beatriz-. Cada palabra era una esperanza-. Eso espero.Y Yago se escondió de nuevo colocando los libros que había apartado, sabedor de que ella le seguiría hasta el otro extremo, donde sus historias de amor esperaban con tanta paciencia como los poetas de Beatriz.Intrigada, siguió su misma dirección, pero a dos pasillos de distancia, prolongando la agonía por no tenerle, disfrutando de la impaciencia por tocarle, rogando porque él ansiara lo mismo con la misma fuerza. Sus miradas se encontraban en cada cruce, y la violencia de su deseo, el anhelo de sentirse de nuevo, era tan intenso que temió abalanzarse sobre él cuando llegaran a su destino.Pronto, le había prometido.Pronto.Convencida como estaba de que la espera merecería la pena, se dejó guiar.Volvieron a encontrarse en el último pasillo, en el recóndito lugar de la biblioteca donde ya no había ningún otro sitio en el que estar, al que acudir; justo el opuesto al favorito de Beatriz, en el que dormían los poetas. Se hallaban a escasos ocho metros de distancia el uno del otro. Apenas nada, y un mundo a la vez.-¿Dónde estamos? –Susurró, pues en su mirada azul se reflejaba cierto misticismo.-Donde las damas narran lo que versan tus poetas. Donde el amor adopta otra voz, pero es igual de sabio, y mucho más generoso. –Cada palabra destilaba reverencia.Porque Yago era, ante todo, un romántico. Pero no de los de rosas y fechas, no de los de presentes y discursos. Yago era de los que se entregaban en cuerpo y alma, sin exigir nada a cambio, esperando únicamente recibir lo que el otro tuviera para dar. De los que sabían que para que los sentimientos florecieran a veces era necesario esperar. Y que en ocasiones se amaba más de lo que se era amado, y también al contrario. El verdadero amor no era siempre justo, o sencillo. Que en ocasiones era egoísta, y hería. Pero que siempre merecía la pena. Aquellos que renegaban de un amor no sacrificado, no habían amado de veras.No. No reniegues de aquello, al amor no perjures. Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado, pero valió la pena, la pena del trabajo de amor, que a pensar ibas hoy perdido , se dijo.Para él el amor no era algo que quisiera sentir. Era algo que pretendía sentir sin querer.Ajena a la profundidad de su alma, pero no a la intensidad de su mirada, Beatriz solo acertó a decir.-Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero, por tu mirada, que mira y siembra futuro. La emoción rompió algo dentro de Yago, que se sintió incapaz de hablar.Insegura de nuevo por su declaración, que él podía juzgar excesiva, miró los títulos. Algunos le sonaban, muchos de hecho. La casualidad había querido que estuviera en la parte de los clásicos. Tomó el más conocido, y abriendo por las últimas páginas, leyó, valiente.-He luchado en vano, pero ya no quiero hacerlo. No quiero reprimir mis sentimientos. Debe permitirme confesarle lo ardientemente que la admiro y que la amo.

La imaginación de Yago se disparó. La seguridad de sus palabras le hizo pensar en una mujer que sabía satisfacer a un hombre, sí, pero también la de una mujer que sabía satisfacerse al mismo tiempo, que buscaría en el placer de él el placer de ambos. La clase de compañera de cama con la que todo sería espontáneo, natural, y muy, muy caliente.Esa fémina con la que más disfrutaba. Desde que la viera entrar por primera vez en la biblioteca, con sus libros de física que ponían de manifiesto un intelecto superior a la media, siempre con vaqueros y camiseta, como si su apariencia no le preocupar en exceso, se la había imaginado en su cama. Y en su cocina. Y en los baños de la planta baja del aquel edificio. Y en aquel preciso momento, sobre la raída alfombra del último pasillo, donde los rapsodas darían muda aprobación a su romance.Si tan solo ella se acercara lo suficiente…-¿Yago? –dudó-. ¿Dudas de mis aptitudes?Silencio. No sabía qué responderle, deseaba decir que sí, para que ella se ofreciera a mostrárselas. Pero temía ofenderla si lo hacía. O peor, acobardarla. Se acercó al pasillo contiguo, y apartó un libro, esperando encontrarse con sus bellos ojos. Pero Beatriz estaba tres estantes más a la izquierda. Fue la joven quien habló.-Me desgarra usted el alma, soy mitad agonía mitad esperanza… -Susurró, al tiempo que se acercaba a buscarle, allí donde un libro se había movido.-Si he herido tu orgullo, entonces toma el mío. No me sirve de nada si no... –calló de golpe, temeroso de derramar sobre ella el resto de la frase y asustarla con la violencia de sus sentimientos.-¿Si no? –la curiosidad y la certeza hacían brillar sus grades ojos fijos, al otro de la balda.Yago quedó cautivado por aquella mirada, pero necesitaba más. No, se corrigió. Él no podía desearla más de lo que la deseaba en aquel momento. Lo que necesitaba era que ella le deseara tanto como él. Hasta perder la razón, hasta la locura infinita. Hasta olvidar sus propios nombres y que nada más importara que estar uno dentro del otro, de convertirse en un único ser.Respiró profundamente, tratando de relajarse, de no excederse. Bromeó, buscando en el humor la vía de escape al ansia que le inundaba, pero sin separar sus ojos de los de Beatriz.-Definitivamente deberías leer más de los libros que hay justo al otro lado de esta planta.-¿Me los enseñarías tú?Había ruego en su voz, pero provocación en sus ojos. Inevitablemente, sonrió.-Quizá –prosiguió ella-, podría invitarte a un café por cada historia hermosa que me descubras.-Donde podría llevarte hay tantas historias hermosas que serían decenas, cientos de cafés.De nuevo su voz acariciaba. Su suave piel cosquilleó ligeramente, su vello se erizó.-Terminaríamos siendo íntimos, entonces.-Eso espero, Beatriz-. Cada palabra era una esperanza-. Eso espero.Y Yago se escondió de nuevo colocando los libros que había apartado, sabedor de que ella le seguiría hasta el otro extremo, donde sus historias de amor esperaban con tanta paciencia como los poetas de Beatriz.Intrigada, siguió su misma dirección, pero a dos pasillos de distancia, prolongando la agonía por no tenerle, disfrutando de la impaciencia por tocarle, rogando porque él ansiara lo mismo con la misma fuerza. Sus miradas se encontraban en cada cruce, y la violencia de su deseo, el anhelo de sentirse de nuevo, era tan intenso que temió abalanzarse sobre él cuando llegaran a su destino.Pronto, le había prometido.Pronto.Convencida como estaba de que la espera merecería la pena, se dejó guiar.Volvieron a encontrarse en el último pasillo, en el recóndito lugar de la biblioteca donde ya no había ningún otro sitio en el que estar, al que acudir; justo el opuesto al favorito de Beatriz, en el que dormían los poetas. Se hallaban a escasos ocho metros de distancia el uno del otro. Apenas nada, y un mundo a la vez.-¿Dónde estamos? –Susurró, pues en su mirada azul se reflejaba cierto misticismo.-Donde las damas narran lo que versan tus poetas. Donde el amor adopta otra voz, pero es igual de sabio, y mucho más generoso. –Cada palabra destilaba reverencia.Porque Yago era, ante todo, un romántico. Pero no de los de rosas y fechas, no de los de presentes y discursos. Yago era de los que se entregaban en cuerpo y alma, sin exigir nada a cambio, esperando únicamente recibir lo que el otro tuviera para dar. De los que sabían que para que los sentimientos florecieran a veces era necesario esperar. Y que en ocasiones se amaba más de lo que se era amado, y también al contrario. El verdadero amor no era siempre justo, o sencillo. Que en ocasiones era egoísta, y hería. Pero que siempre merecía la pena. Aquellos que renegaban de un amor no sacrificado, no habían amado de veras.No. No reniegues de aquello, al amor no perjures. Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado, pero valió la pena, la pena del trabajo de amor, que a pensar ibas hoy perdido , se dijo.Para él el amor no era algo que quisiera sentir. Era algo que pretendía sentir sin querer.Ajena a la profundidad de su alma, pero no a la intensidad de su mirada, Beatriz solo acertó a decir.-Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero, por tu mirada, que mira y siembra futuro. La emoción rompió algo dentro de Yago, que se sintió incapaz de hablar.Insegura de nuevo por su declaración, que él podía juzgar excesiva, miró los títulos. Algunos le sonaban, muchos de hecho. La casualidad había querido que estuviera en la parte de los clásicos. Tomó el más conocido, y abriendo por las últimas páginas, leyó, valiente.-He luchado en vano, pero ya no quiero hacerlo. No quiero reprimir mis sentimientos. Debe permitirme confesarle lo ardientemente que la admiro y que la amo.
Published on November 15, 2012 04:08
Besos en Verso (Primera Parte)
Beatriz entró en la biblioteca de la universidad cargada de libros, como solía ser habitual. Bajo el brazo izquierdo portaba los manuales que iba a devolver, en la mano derecha mandaba un mensaje avisando de que no la esperara a comer. Tenía veintiséis años y vivía con sus padres, porque no le quedaba otro remedio. Tras licenciarse en Ciencias Físicas participaba en un proyecto de la universidad sobre el cambio climático. Era un privilegio poder investigar en su campo, la meteorología, pero su sueldo de becaria no le permitía pagar un alquiler. Ni siquiera compartir uno.Y aun así no era esa la razón por la que enviaba un SMS a su madre en aquel preciso instante. Rara vez iba a comer a casa, sino que devoraba una ensalada en el comedor de la facultad lo más rápido que la cola de caja le permitía, y aprovechaba el resto de su descanso de mediodía para acercarse a la biblioteca de la universidad, un enorme edificio de ocho plantas donde se reunía un ecléctico y numeroso grupo de estudiantes de todas las carreras. Futuros biólogos, médicos, maestros, abogados, filósofos, arquitectos o artistas tenían cabida en aquel espacio multicultural. La única condición: estudiar en la universidad. Y, desde luego, mantenerse en silencio.
La razón de que enviara un mensaje de texto todos los días, en el instante preciso en el que se acercaba al mostrador para dejar los libros prestados, era la misma por la que enviaba otro mensaje de texto, a sí misma la segunda vez, cuando volvía al mostrador para tomar otros.El encargado de la biblioteca.Cada vez que era él quien estaba sentado frente al ordenador para registrar cualquier entrada o salida de material del centro, tomaba su móvil, evitando así que sus miradas se cruzaran.Yago, según indicaba su tarjeta identificativa, trabajaba allí desde hacía seis meses, y desde el momento en que le vio, se quedó prendada de él. Alto y de hombros anchos, con cuerpo de deportista y mirada sincera, le tenía cautivada. Debía rozar los treinta, y tenía unas arruguitas alrededor de sus ojos azules, fruto sin duda de su perenne sonrisa. Pero lo que más le gustaba a Beatriz era su pelo, negro y revuelto. Le cosquilleaban las manos de avidez. Hubiera pagado por peinar con los dedos abiertos sus rebeldes mechones, que caían hacia delante y le cubrían la frente. Siempre tenía una palabra amable para cualquiera que se acercara, hombre o mujer, a pedir consejo sobre novelas, y parecía haber leído todos los libros que había en la octava planta, lo que hacía que la admiración de Beatriz por él aumentara en cada uno de sus encuentros diarios.Porque la octava planta de la biblioteca universitaria era especial. Allí no había libros de consulta, ni tesis doctorales, ni manuales. Allí se cobijaban las novelas. Había miles de ellas, de todas las temáticas, de todos los autores, de todas las épocas, nacionales y traducidas. La octava planta era el paraíso de cualquier amante de los libros, y el lugar favorito en el mundo de Beatriz. Allí pasaba la hora que le restaba antes de comenzar la jornada de la tarde. Y en los días duros, regresaba incluso tras salir del laboratorio, para relajarse antes de volver a casa.Allí encontraba, algunas veces, a Yago, empujando el carro de los libros, colocando cada uno en su lugar. Sentía celos de aquellos tomos tratados con tano mimo, que casi acariciaba con sus largos y fuertes dedos antes de acomodarlos en la correspondiente estantería. Parecía que para él cada volumen fuera único, y lo trataba como su mayor tesoro.Así que dejó, como todos los días, sus tres manuales sin apartar los ojos de la pantalla del móvil.Executive Council 64th sesión, de la WMO.Guidelines on Ensemble Prediction Systems and Forecasting.Y Alicia en el país de los Cuantos, su capricho mensual, su oasis en un desierto de fríos números e impersonales teorías. Una alegoría de la física cuántica, que sin ser su especialidad le apasionaba, como a todos sus compañeros del departamento y a cualquier físico que se preciara de serlo. Nunca tomaba prestado ningún libro de la biblioteca que no fuera de estudio, pues prefería comprar en una pequeña librería cercana a su casa las novelas con la que evadirse del mundo, y atesorar su pequeña colección en su dormitorio. Además, sus gustos literarios eran para ella tan íntimos como la elección de su ropa interior. Muy privados, y muy selectos. Y aun sí, aquella alegoría basada en el libro de Lewis Carroll le había tentado lo suficiente como para hacer una excepción.Mientras esperaba a que Yago pasara por el lector los códigos de barras, sus dedos se afanaban en escribir cualquier cosa medianamente verosímil que enviar.-Reconozco que este no lo he leído–. Su voz de barítono parecía acariciarle.Beatriz presionó los botones con más fuerza, y siguió tecleando, sin importarle ya si lo que decía tenía sentido o no.-¿Beatriz?Levantó la vista, sorprendida. Sorprendida y emocionada.-¿Sabes mi nombre? –susurró, maravillada.Él sonrió, y las arruguitas de sus ojos se pronunciaron. ¿Desde cuándo eran sexis las arrugas?-Lo dice en tu carné.Se sonrojó violentamente. Una carrera de físicas, una tesina, y no por ello era menos estúpida.Sin decir nada más, roja como la grana, dio media vuelta y huyó a la octava planta, a consolarse entre los versos del primer poeta que encontrara.
Yago la vio volverse y alejarse a toda prisa. Sonrió. Por el bochorno sufrido, parecía que estaba interesada en él. Si pudiera retroceder unos segundos el tiempo, hubiera sido más delicado en su respuesta.Saber que no le era indiferente templó su corazón. No era engreído, pero se sabía atractivo. Muchas jovencitas se le habían insinuado desde que ocupara la plaza de encargado de la biblioteca en la universidad. Y algunas profesoras, también. Pero Beatriz, la becaria del departamento de Meteorología de la Facultad de Físicas, según había averiguado, apenas le miraba. Entraba invariablemente tecleando en su móvil, dejaba los libros y desaparecía por las escaleras. Siempre evitaba el ascensor, lo que le hacía fantasear con unos muslos contorneados y un trasero... Suponía que no escribía a ningún novio, pues tras unas discretas preguntas aquí y allá le habían dicho que no tenía pareja. Pero sabía también, o más bien temía, que la hermosa joven no debía estar interesada en él, dado que apenas le miraba.Hasta hoy. Hoy por primera vez le había sonado alguno de los libros que dejaba, y se había decidido a preguntarle por él, como hacía con otros estudiantes. Por fin encontraba un pretexto para hablarle. Y aunque ella no había contestado, algo en su mirada se le había declarado.Pidió a un compañero que le sustituyera en el ordenador, tomó el carro de novelas todavía medio vacío, y se dirigió hacia el ascensor, tentado a la suerte y a su deseo de verla.Era el único que ordenaba en la octava planta. Cuando se incorporó descubrió que cualquier libro no divulgativo había sido colocado en la última altura, la más alejada para los estudiantes, en estricto orden alfabético, con independencia de su antigüedad, asunto o estilo. Decidió acudir cada tarde, fuera de su horario laboral, a adecuar el lugar como se merecía. Requirió, sin éxito, mejores estanterías, pues las que había eran viejas, y ni siquiera tenían separador entre un lado y el otro. Las enormes baldas daban cabida a dos libros cada vez, uno mirando a cada costado, a uno y otro corredor, sin que siquiera una fina chapa distanciara a las novelas, dándoles la intimidad necesaria para existir con dignidad. Resolvió por último cambiar los libros de lugar, ordenándolos según su propio criterio.Los otros siete pisos eran de estudio, y era necesario que el alfabeto dictara la colocación. Pero la última planta era el templo de la imaginación. Nadie solía entrar allí buscando un libro en concreto, para eso preguntaban en el mostrador de la planta baja si estaba la obra que querían. Quien pisaba aquel lugar casi sagrado, buscaba siguiendo el dictado de su estado de ánimo. Y podía pasearse por los pasillos de intriga, de terror, de comedia o drama, de amor… y dejar que el azar, el destino, o algo tan banal como el color de una portada, eligieran por él.Ahora era Yago quien se encargaba de colocar los libros prestados de aquella planta, cuando los estudiantes los devolvían. Nadie más osaba ordenarlos. Y repasaba, con más frecuencia de la que se consideraría sana, que nadie hubiera sembrado el caos en su territorio. Porque si bien sabía que aquellos tesoros no eran de su propiedad, se consideraba el guardián de todos ellos.Solo en los tres estantes de poesía había consentido la amnistía. Alguna alma sensible cambiaba en ocasiones a alguno de los poetas de lugar. Pero en vez de sentirse ofendido por la intrusión, sonreía con ternura, como si comprendiera el sentimiento que había llevado al extraño a moverlos de un estante a otro. En ocasiones, incluso, compartía esa misma emoción, y se sentía cercano a alguien a quien jamás conocería.
Beatriz deambulaba por los angostos corredores, repletos de libros, extasiada. Cada uno hablaba de una aventura distinta, que cada persona percibía a su modo. Millones de historias con vidas propias se agolpaban en las estanterías, esperando revivir en los ojos curiosos de un nuevo lector.La colocación de las novelas le fascinaba. Sin tener en cuenta autores o fechas, estaban distribuidas para que los amantes de cada género encontraran, casi sin querer, lo que buscaban, con una naturalidad que rozaba la magia, pues ella misma, en más de una ocasión, había estado buscando una novela épica y había terminado eligiendo una pieza de teatro del Lope de Vega, sin percatarse de que poco a poco los libros la habían ido arrastrando hacia otro lugar, aquel que no sabía que le aguarda, paciente. Como si los estantes pudieran dirigirle hacia la novela adecuada, si al finalizar un género no había hallado nada que le tentara.Pero aquella tarde sí sabía donde acudir. Si paseaba por los corredores era no solo por el placer de imbuirse del aroma del papel, gastadas sus páginas al haber sido manejadas por dedos impacientes y ojos exploradores, sino para asegurarse de que estaba sola. Quería sentarse en el suelo, sobre la raída moqueta, a perderse entre versos.Así que cuando llegó al lugar más recóndito de la sala, al pequeño rincón en el que se refugiaban los poetas, suspiró de placer, decidida a que quien fuera que había colocado los libros, le llevara hasta su Ítaca.Navales y Sahagún se mezclaban con Blas de Otero, Quevedo o Manrique, quienes sin ser coetáneos parecían darse la bienvenida los unos a los otros, e incluso disfrutar de silenciosas tertulias en sus tres estantes.Los finos lomos, el menor tamaño de las portadas, la hizo sonreír. Detrás de ellos amenazaban, cual rascacielos a pequeñas casitas de pescadores, novelas de considerable envergadura, aumentada por sus editoriales para intimidar con su importancia. No necesitaba buscar en el otro corredor para saber cuáles eran, pues conocía aquella zona de la sala como la palma de su mano. La Iliada, La Divina Comedia, El Quijote o Macbeth trataban, sin éxito, de amedrentar a los antiguos contadores de sílabas.
Escuchó, con fastidio, la puerta del ascensor. Sintiéndose ultrajada, se resignó a la anónima compañía. Quien quiera que fuese, no se acercaría a su refugio. Nadie tocaba sus libros de poesía. Porque eran suyos. En algunas ocasiones, caprichosa, había cambiado alguno de sitio, según le manejaban los dictados de su alma. Y ningún otro visitante de su rincón, si es que existía alguno, lo había vuelto a colocar en su lugar anterior.Deslizó los dedos por los delicados enveses de los libros de poesía. Se publicaban pocos poemas, reflexionó. No sabía si faltaban poetas de calidad, o ánimas interesadas.-No digáis –susurró a sus trovadores- que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira, podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía. Los dos tomos de El Quijote se hicieron atrás despacio, y en el inesperado hueco generado dos ojos azules le acariciaron.-Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran –exhaló Yago, casi sin poder evitarlo-, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira, mientras sentirse pueda en un beso dos almas confundidas, mientras exista una mujer hermosa ¡habrá poesía! Sin habla, hipnotizada tanto por los versos como por la grave voz de él, vio como de nuevo El Ingenioso Hidalgo regresaba a su lugar.Incapaz de reaccionar, y temerosa de perderle, aunque tal vez lo pudiera poseer durante solo unos segundos que recordar toda una vida, solo pudo repetir, impresionada.-¿Mujer hermosa?-¿A un día de verano compararte? Más hermosura y suavidad posees. Yago aparcó el carro de los libros para que ella no pudiera oír en qué corredor se ocultaba, y continuó en voz alta, pero tono íntimo.-Sorprende que tras los números brillen las letras. –Todos tenemos dentro el cielo y el infierno . -Respondió Beatriz, al tiempo que se movía también, sigilosa, deseosa de verle, temerosa de que él la encontrase primero. -¿Cielo e infierno, Beatriz? Dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia. Yago parecía disfrutar tanto como ella del cruce de citas, así que venciendo su timidez se animó a seguir.-¿La diferencia entre…?De puntillas, él buscaba su voz. Desde que entrara en la sala había sentido un ligero cosquilleo bajo sus costillas. En aquel momento, en cambio, el cosquilleo le inundaba, y era ya un temblor de anticipación, de atroz deseo pendiente de ser satisfecho.-¿La pasión y la lujuria?La cara de Beatriz se transformó en sátira, al tiempo que citaba, socarrona.-Cuanto más sexo consigue un hombre, más piensa en ello. Y cuanto menos sexo consigue, más piensa en ello. Pero, al menos, cuando lo consigue, duerme mejor. La limpia carcajada hizo que se sintiera ingeniosa, llena de vida.Así que Beatriz leía a Nora Roberts. El corazón de Yago se saltó un latido, emocionado. Pero también equivocado, aunque no lo supiera todavía. Ella conocía la cita, que había escuchado a una amiga, pero desconocía a la autora.-La pasión femenina –prosiguió él- es una selva oscura nunca explorada del todo, selva hecha a la vez de desinterés infinito y de ímpetu celoso de la posesión exclusiva. -¡Esa te la has inventado! –Protestó, airosa.Si él quería explorar la pasión femenina, estaría encantada en ser su cobaya. Que hiciera de ella cuanto quisiera. Su pulso se aceleró, al pensar en ser poseída de todos las formas imaginables.-Gregorio Marañón, Beatriz. –Su grave voz sonreía, triunfante.Una suave carcajada la dirigió hacia el pasillo donde las mejores comedias de Shakespeare reposaban. Pero para cuando llegó estaba vacío. Cambió de pasillo, y cogió de su lugar, que conocía de haberlo tomado tantas veces, un libro y lo abrió, buscando el fragmento que quería.Vio de soslayo como él se adentraba en su mismo corredor. Simulando no saber que se acercaba, se pegó al estante, hasta encontrar el pasaje que buscaba, mientras él se situaba justo detrás de ella.Yago estaba a apenas unos centímetros de Beatriz, cubriendo con su ancho torso la suave espalda. La joven podía sentir su cálido aliento en la nuca, respirar su olor, imbuirse de su esencia. Sus caderas se rozaban apenas. Valiente, leyó con voz firme lo que sería sin lugar a dudas una declaración de intenciones, a pesar de que un ligero temblor en sus manos delataba su estado arrebolado.-Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, (…) son besos míos inventados por mí, para tu boca. Devolvió el libro a su lugar y cerró los ojos, esperando.Nada ocurrió, sin embargo. Yago había desaparecido de nuevo. Intrigada, deshizo sus pasos. Y los rehízo una vez más. Pero él ya no estaba.Acongojada, pensó en llamarlo, y no se atrevió. ¿Dónde podría encontrarlo?Paseó por la sala, simulando tropezar, para que el ruido le alertara de su posición y pudiera encontrarla. Pero se mantenía la quietud a su alrededor. Solo había silencio, roto de repente por el sonido de la puerta que daba al corredor de los baños y a la escalera de emergencia.Él se había ido. Una fría soledad la abrazó de repente. Cabizbaja, paseó por entre las estanterías sin rumbo fijo durante varios minutos en busca de consuelo, hasta que sus pies, por iniciativa propia, la devolvieron a su origen, a los poetas.Y delante justo de Quevedo, con Cervantes haciéndole sombra, había una lata de coca-cola light con un post-it amarillo en ella. Con letra clara, se leía.“Nos proponemos complacer, Beatriz”. -Esta no la conozco –confesó en voz alta, sin miedo a que en cada palabra se adivinara el alivio que sentía al saberlo cerca de nuevo-. Pero solo confieso mi ignorancia porque la coca-cola es light.-Si no conoces la cita, es que tienes un abismo en tus conocimientos de literatura. –La oyó resoplar, y se enterneció al imaginarla molesta-. Tal vez decida ayudarte a suplirlo, si te portas bien. Y desde luego que la coca-cola es light. Tú nunca la bebes normal.Efectivamente, así era. Detestaba el sabor dulzón de la cola normal. Y que Yago lo afirmara con tal seguridad la hizo sentirse deseada.-¿Me observas, acaso? -Le preguntó, abandonando su timidez, sus temores. Se sentía bella.-¿Por qué habrá tantas cosas en la tierra que quitan las ganas de mirar al cielo? –Confesó él con más fervor del que hubiera querido mostrar.-El remedio para liberarse de una tentación: sucumbir a ella. Si resistís, vuestra alma enfermará de deseo. –Repuso ella, antes de recapacitar en lo que decía.Había colocado sus cartas sobre la mesa. Era él quien decidiría el destino de su interludio. Pero no se arrepentía. Era la esperanza la que alentaba cada latido frenético de su corazón.Silencio.

Yago la vio volverse y alejarse a toda prisa. Sonrió. Por el bochorno sufrido, parecía que estaba interesada en él. Si pudiera retroceder unos segundos el tiempo, hubiera sido más delicado en su respuesta.Saber que no le era indiferente templó su corazón. No era engreído, pero se sabía atractivo. Muchas jovencitas se le habían insinuado desde que ocupara la plaza de encargado de la biblioteca en la universidad. Y algunas profesoras, también. Pero Beatriz, la becaria del departamento de Meteorología de la Facultad de Físicas, según había averiguado, apenas le miraba. Entraba invariablemente tecleando en su móvil, dejaba los libros y desaparecía por las escaleras. Siempre evitaba el ascensor, lo que le hacía fantasear con unos muslos contorneados y un trasero... Suponía que no escribía a ningún novio, pues tras unas discretas preguntas aquí y allá le habían dicho que no tenía pareja. Pero sabía también, o más bien temía, que la hermosa joven no debía estar interesada en él, dado que apenas le miraba.Hasta hoy. Hoy por primera vez le había sonado alguno de los libros que dejaba, y se había decidido a preguntarle por él, como hacía con otros estudiantes. Por fin encontraba un pretexto para hablarle. Y aunque ella no había contestado, algo en su mirada se le había declarado.Pidió a un compañero que le sustituyera en el ordenador, tomó el carro de novelas todavía medio vacío, y se dirigió hacia el ascensor, tentado a la suerte y a su deseo de verla.Era el único que ordenaba en la octava planta. Cuando se incorporó descubrió que cualquier libro no divulgativo había sido colocado en la última altura, la más alejada para los estudiantes, en estricto orden alfabético, con independencia de su antigüedad, asunto o estilo. Decidió acudir cada tarde, fuera de su horario laboral, a adecuar el lugar como se merecía. Requirió, sin éxito, mejores estanterías, pues las que había eran viejas, y ni siquiera tenían separador entre un lado y el otro. Las enormes baldas daban cabida a dos libros cada vez, uno mirando a cada costado, a uno y otro corredor, sin que siquiera una fina chapa distanciara a las novelas, dándoles la intimidad necesaria para existir con dignidad. Resolvió por último cambiar los libros de lugar, ordenándolos según su propio criterio.Los otros siete pisos eran de estudio, y era necesario que el alfabeto dictara la colocación. Pero la última planta era el templo de la imaginación. Nadie solía entrar allí buscando un libro en concreto, para eso preguntaban en el mostrador de la planta baja si estaba la obra que querían. Quien pisaba aquel lugar casi sagrado, buscaba siguiendo el dictado de su estado de ánimo. Y podía pasearse por los pasillos de intriga, de terror, de comedia o drama, de amor… y dejar que el azar, el destino, o algo tan banal como el color de una portada, eligieran por él.Ahora era Yago quien se encargaba de colocar los libros prestados de aquella planta, cuando los estudiantes los devolvían. Nadie más osaba ordenarlos. Y repasaba, con más frecuencia de la que se consideraría sana, que nadie hubiera sembrado el caos en su territorio. Porque si bien sabía que aquellos tesoros no eran de su propiedad, se consideraba el guardián de todos ellos.Solo en los tres estantes de poesía había consentido la amnistía. Alguna alma sensible cambiaba en ocasiones a alguno de los poetas de lugar. Pero en vez de sentirse ofendido por la intrusión, sonreía con ternura, como si comprendiera el sentimiento que había llevado al extraño a moverlos de un estante a otro. En ocasiones, incluso, compartía esa misma emoción, y se sentía cercano a alguien a quien jamás conocería.
Beatriz deambulaba por los angostos corredores, repletos de libros, extasiada. Cada uno hablaba de una aventura distinta, que cada persona percibía a su modo. Millones de historias con vidas propias se agolpaban en las estanterías, esperando revivir en los ojos curiosos de un nuevo lector.La colocación de las novelas le fascinaba. Sin tener en cuenta autores o fechas, estaban distribuidas para que los amantes de cada género encontraran, casi sin querer, lo que buscaban, con una naturalidad que rozaba la magia, pues ella misma, en más de una ocasión, había estado buscando una novela épica y había terminado eligiendo una pieza de teatro del Lope de Vega, sin percatarse de que poco a poco los libros la habían ido arrastrando hacia otro lugar, aquel que no sabía que le aguarda, paciente. Como si los estantes pudieran dirigirle hacia la novela adecuada, si al finalizar un género no había hallado nada que le tentara.Pero aquella tarde sí sabía donde acudir. Si paseaba por los corredores era no solo por el placer de imbuirse del aroma del papel, gastadas sus páginas al haber sido manejadas por dedos impacientes y ojos exploradores, sino para asegurarse de que estaba sola. Quería sentarse en el suelo, sobre la raída moqueta, a perderse entre versos.Así que cuando llegó al lugar más recóndito de la sala, al pequeño rincón en el que se refugiaban los poetas, suspiró de placer, decidida a que quien fuera que había colocado los libros, le llevara hasta su Ítaca.Navales y Sahagún se mezclaban con Blas de Otero, Quevedo o Manrique, quienes sin ser coetáneos parecían darse la bienvenida los unos a los otros, e incluso disfrutar de silenciosas tertulias en sus tres estantes.Los finos lomos, el menor tamaño de las portadas, la hizo sonreír. Detrás de ellos amenazaban, cual rascacielos a pequeñas casitas de pescadores, novelas de considerable envergadura, aumentada por sus editoriales para intimidar con su importancia. No necesitaba buscar en el otro corredor para saber cuáles eran, pues conocía aquella zona de la sala como la palma de su mano. La Iliada, La Divina Comedia, El Quijote o Macbeth trataban, sin éxito, de amedrentar a los antiguos contadores de sílabas.
Escuchó, con fastidio, la puerta del ascensor. Sintiéndose ultrajada, se resignó a la anónima compañía. Quien quiera que fuese, no se acercaría a su refugio. Nadie tocaba sus libros de poesía. Porque eran suyos. En algunas ocasiones, caprichosa, había cambiado alguno de sitio, según le manejaban los dictados de su alma. Y ningún otro visitante de su rincón, si es que existía alguno, lo había vuelto a colocar en su lugar anterior.Deslizó los dedos por los delicados enveses de los libros de poesía. Se publicaban pocos poemas, reflexionó. No sabía si faltaban poetas de calidad, o ánimas interesadas.-No digáis –susurró a sus trovadores- que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira, podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía. Los dos tomos de El Quijote se hicieron atrás despacio, y en el inesperado hueco generado dos ojos azules le acariciaron.-Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran –exhaló Yago, casi sin poder evitarlo-, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira, mientras sentirse pueda en un beso dos almas confundidas, mientras exista una mujer hermosa ¡habrá poesía! Sin habla, hipnotizada tanto por los versos como por la grave voz de él, vio como de nuevo El Ingenioso Hidalgo regresaba a su lugar.Incapaz de reaccionar, y temerosa de perderle, aunque tal vez lo pudiera poseer durante solo unos segundos que recordar toda una vida, solo pudo repetir, impresionada.-¿Mujer hermosa?-¿A un día de verano compararte? Más hermosura y suavidad posees. Yago aparcó el carro de los libros para que ella no pudiera oír en qué corredor se ocultaba, y continuó en voz alta, pero tono íntimo.-Sorprende que tras los números brillen las letras. –Todos tenemos dentro el cielo y el infierno . -Respondió Beatriz, al tiempo que se movía también, sigilosa, deseosa de verle, temerosa de que él la encontrase primero. -¿Cielo e infierno, Beatriz? Dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia. Yago parecía disfrutar tanto como ella del cruce de citas, así que venciendo su timidez se animó a seguir.-¿La diferencia entre…?De puntillas, él buscaba su voz. Desde que entrara en la sala había sentido un ligero cosquilleo bajo sus costillas. En aquel momento, en cambio, el cosquilleo le inundaba, y era ya un temblor de anticipación, de atroz deseo pendiente de ser satisfecho.-¿La pasión y la lujuria?La cara de Beatriz se transformó en sátira, al tiempo que citaba, socarrona.-Cuanto más sexo consigue un hombre, más piensa en ello. Y cuanto menos sexo consigue, más piensa en ello. Pero, al menos, cuando lo consigue, duerme mejor. La limpia carcajada hizo que se sintiera ingeniosa, llena de vida.Así que Beatriz leía a Nora Roberts. El corazón de Yago se saltó un latido, emocionado. Pero también equivocado, aunque no lo supiera todavía. Ella conocía la cita, que había escuchado a una amiga, pero desconocía a la autora.-La pasión femenina –prosiguió él- es una selva oscura nunca explorada del todo, selva hecha a la vez de desinterés infinito y de ímpetu celoso de la posesión exclusiva. -¡Esa te la has inventado! –Protestó, airosa.Si él quería explorar la pasión femenina, estaría encantada en ser su cobaya. Que hiciera de ella cuanto quisiera. Su pulso se aceleró, al pensar en ser poseída de todos las formas imaginables.-Gregorio Marañón, Beatriz. –Su grave voz sonreía, triunfante.Una suave carcajada la dirigió hacia el pasillo donde las mejores comedias de Shakespeare reposaban. Pero para cuando llegó estaba vacío. Cambió de pasillo, y cogió de su lugar, que conocía de haberlo tomado tantas veces, un libro y lo abrió, buscando el fragmento que quería.Vio de soslayo como él se adentraba en su mismo corredor. Simulando no saber que se acercaba, se pegó al estante, hasta encontrar el pasaje que buscaba, mientras él se situaba justo detrás de ella.Yago estaba a apenas unos centímetros de Beatriz, cubriendo con su ancho torso la suave espalda. La joven podía sentir su cálido aliento en la nuca, respirar su olor, imbuirse de su esencia. Sus caderas se rozaban apenas. Valiente, leyó con voz firme lo que sería sin lugar a dudas una declaración de intenciones, a pesar de que un ligero temblor en sus manos delataba su estado arrebolado.-Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, (…) son besos míos inventados por mí, para tu boca. Devolvió el libro a su lugar y cerró los ojos, esperando.Nada ocurrió, sin embargo. Yago había desaparecido de nuevo. Intrigada, deshizo sus pasos. Y los rehízo una vez más. Pero él ya no estaba.Acongojada, pensó en llamarlo, y no se atrevió. ¿Dónde podría encontrarlo?Paseó por la sala, simulando tropezar, para que el ruido le alertara de su posición y pudiera encontrarla. Pero se mantenía la quietud a su alrededor. Solo había silencio, roto de repente por el sonido de la puerta que daba al corredor de los baños y a la escalera de emergencia.Él se había ido. Una fría soledad la abrazó de repente. Cabizbaja, paseó por entre las estanterías sin rumbo fijo durante varios minutos en busca de consuelo, hasta que sus pies, por iniciativa propia, la devolvieron a su origen, a los poetas.Y delante justo de Quevedo, con Cervantes haciéndole sombra, había una lata de coca-cola light con un post-it amarillo en ella. Con letra clara, se leía.“Nos proponemos complacer, Beatriz”. -Esta no la conozco –confesó en voz alta, sin miedo a que en cada palabra se adivinara el alivio que sentía al saberlo cerca de nuevo-. Pero solo confieso mi ignorancia porque la coca-cola es light.-Si no conoces la cita, es que tienes un abismo en tus conocimientos de literatura. –La oyó resoplar, y se enterneció al imaginarla molesta-. Tal vez decida ayudarte a suplirlo, si te portas bien. Y desde luego que la coca-cola es light. Tú nunca la bebes normal.Efectivamente, así era. Detestaba el sabor dulzón de la cola normal. Y que Yago lo afirmara con tal seguridad la hizo sentirse deseada.-¿Me observas, acaso? -Le preguntó, abandonando su timidez, sus temores. Se sentía bella.-¿Por qué habrá tantas cosas en la tierra que quitan las ganas de mirar al cielo? –Confesó él con más fervor del que hubiera querido mostrar.-El remedio para liberarse de una tentación: sucumbir a ella. Si resistís, vuestra alma enfermará de deseo. –Repuso ella, antes de recapacitar en lo que decía.Había colocado sus cartas sobre la mesa. Era él quien decidiría el destino de su interludio. Pero no se arrepentía. Era la esperanza la que alentaba cada latido frenético de su corazón.Silencio.
Published on November 15, 2012 04:07
November 3, 2012
Novedades

Tras muuuuuuuucho tiempo sin postear, hoy, por fin vengo cargada de noticias. Y es que me estreno en varias cosas, la primera es que por fin Cuando el amor perdona tiene página en Facebook, si queréis pasaros por aquí sois bienvenidos.
Y la segunda noticia es que he escrito mi primer praise, para la novela de Olga Salar, Un amor inesperado. Os resumo en una frase mis impresiones.
«Leer Un amor inesperado es como tomar un café con tu mejor amiga y hablar de amores: te debates todo el tiempo entre zarandear a Emma e irte de copas con ella en busca de una mejor segunda vez»
Published on November 03, 2012 10:30
July 1, 2012
DIEZ RAZONES PARA IR AL PRIMER CONGRESO DE LITERATURA ROMÁNTICA CIUDAD DE LA CORUÑA

2.- Porque lo organiza Trini Palacios, a quien todas las aficionadas a la novela romántica conocemos bien. Trini es garantía de que la cosa irá en serio, que cualquier tema se tratará con la debida formalidad, aunque no por ellos será sobrio. Al contario, seguro que nos lo pasamos “teta”.
3.- Porque quienes fueron el año pasado al encuentro que ella organizó lo pasaron tan bien, que van a repetir este año, y yo no puedo perdérmelo, que luego hablan en los chats de todo lo que hicieron, de lo bien montado que estaba todo y del buen tiempo que hizo, y me entra la envidia mala por habérmelo perdido, y de tanta envidia mala me salen arruguitas alrededor de los ojos, y parezco más vieja.
4.- Porque van escritoras importantes, que seguro nos enseñan un montón de cosas a las novatas. Y reconozco que me hace “ilu” conocer a las entendidas del género (recordatorio, llevarme ejemplares de sus libros y que me los firmen).
5.- Porque irán un montón de lectoras, que saben más de romántica que nadie en el mundo mundial, y que aportarán sus opiniones, enriqueciendo las charlas.
6.- Porque la editoriales escuchan en estos eventos, y es la mejor manera de comunicarnos con ellas y que nos tomen en serio (recordatorio dos, pedir que bajen el precio de las novelas, que con esto de la crisis hay que apretarse el cinturón).
7.- Porque se hablará de romántica, el género literario que mayor aumento de ventas tiene año a año (recordatorio tres, preguntar si mi novela también se está vendiendo, que si la compran luego la editorial me paga unas pesetillas que invertiré en más novelas para mí).
8.- Porque es la primera vez que se monta un congreso como Dios manda, que ya iba siendo hora de tomarnos en serio a nosotras mismas. Siempre con encuentros, encuentros. Estaba haciendo falta un congreso, ¡leches!
9.- Porque igual nos reciben las autoridades, lo que sería un auténtico privilegio (recordatorio cuatro, llevar ropa divina de la muerte, por si finalmente encuentran un huequito en su agenda y nos honran con su presencia).
10.- Porque aunque hubiera un tornado en Riazor, se hundiera el techo del hotel, Francia intentara invadirnos por mar, o cualquiera de otras esas cosas que a veces nos sueltan en las noticias para asustarnos, igualmente sé que disfrutaría como una enana (recordatorio cinco, mirar las noticias esa semana, a ver si hay un nuevo Napoleón por ahí suelto y yo no me entero, que parece que siempre soy la última en enterarse de todo).
DIEZ RAZONES PARA NO IR AL PRIMER CONGRESO DE LITERATURA ROMÁNTICA CIUDAD DE LA CORUÑA
1.- Porque igual me quedo afónica de tanto hablar.
2.- Por si me da ciática de tanto comer marisco.
3.- Porque empiezan los Sanfermines ese día, y no sé programar el video para grabar los encierros (reflexión ¿cuándo cumpliré algún propósito de año nuevo?).
4.- Porque igual mientras estoy fuera mi príncipe azul llama a mi puerta, y al ver que no estoy llama a la puerta de mi vecina (sí, esa lagarta a la que mi ex le miraba el escote).
5.- Porque el ribeiro me vuelve loca, y a lo peor me pongo piripi y canto la Rianxeira delante de todo el mundo (y con lo mal que canto, me declaran persona non grata en Galicia).
6.- Porque es el primer encuentro que se celebra de este calado, y no sé que me tengo que estudiar (¿habrá un temario?).
7.- Porque no conozco a todas las que van, y a lo peor ese día tengo un arranque de timidez (jusjus).
8.- Porque hará buen tiempo, querré bajar a la playa, y aún no me he quitado los kilitos que cogí en Navidades.
9.- Porque si vienen autoridades me pondré nerviosa, y seguro que delante de alguien importante tropiezo, me caigo al suelo, y todo el mundo se ríe de mí.
10.- Porque igual me quedo afónica de tanto hablar (vaaaale, esta es repe, pero es que es taaaan difícil encontrar razones para quedarse en casa cuando en A Coruña se está liando lo mejor que le puede pasar a una amante de la literatura romántica).
Published on July 01, 2012 08:13
May 22, 2012
MEME primaveral

Ya hace algunos días que sentía que la red estaba alterada. Todas las amigas que comparten pluma y papel andaban algo revolucionadas. Pensé que tal vez tuvieran alergia al polen, una alergia que en lugar de hacerles estornudar les provocara sonrisas y la necesidad de compartir algo de sí mismas, y con la llegada de la primavera dicha alergia maravillosa se había acentuado.Pero no podía estar más equivocada.¡¡Eran los MEME!! Han invadido la red y nos entrevistan, nos retan, nos ayudan a darnos a conocer.Olga Salar, escritora de "Melodía Inmortal", además de reconocida bloggera y amiga personal, me pasó unas preguntas hace unos días, y ahora que parece que mi ordenador y yo comenzamos a entendernos, las he respondido.Aquí os las dejo, espero que os sirvan para conocerme un poquito más...
Una palabra que te defina... ¿Una sola? (risas) ¡Esta es trampa! Nadie puede ser definido en una sola palabra, joooo. Pero bueno, si tuviera que escoger una, sería SOÑADORA. Desde niña paso horas en mi mundo imaginario, uno al que rara vez invito a alguien. Me gusta quedarme allí, inventando otras historias, soñando otras vidas... Pasaría días enteros mirando al infinito, abstraída, sin hacer nada más que imaginar.El problema es que a aquellos que me rodean suele fastidiarles mi distracción casi constante (más risas).
Un sueño recurrente... Bueno, como me paso el día soñando podría contarte cientos... pero si te refieres a soñar dormida, y no despierta... creo que cualquiera en el que salga Richard Armitage. Desde que vi "Norte y Sur" que este señor se cuela en mis horas de descanso sin pedirme permiso. Pero bueno, reconozco que dejo la puerta abierta...
Un libro recurrente... Podría contar con los dedos de una mano las novelas que he leído dos veces, y todavía me sobrarían dedos. Tengo buena memoria -o la tenía- así que no vuelvo a leer algo porque no me sorprende, y por mucho que me guste una historia, siempre me gusta más una que aún no he leído. Disfruto conociendo nuevos personajes...De todas formas releo de vez en cuando los dramas de Shakespeare, especialmente Macbeth y Ricardo III, son mis favoritos.
¿Qué novela te hubiera gustado escribir? Uy, uy, uy, esto sería como ponerme a pisar charcos, y no llevo botas (risas). Creo que ninguna. No porque no haya leído novelas admirables y haya pensado que me gustaría ser capaz de transmitir tanto, sino porque si escribiera yo una de esas novelas, ya no sería la misma historia (y así, en voz bajita, te diré que probablemente perdería).¡Ya lo tengo! Querría escribir una novela que inspirara a otros, como otros escritores me inspiran a mí.
¿Cuál es la novela que nunca has podido terminar? De nuevo esquivando preguntas difíciles (risillas). En realidad no tengo que pensar, pues solo son dos, y son dos grandes novelas, tanto que me avergüenzo de haberlas apartado. Son... OPSSS... La Celestina y Cien años de soledad.Lo siento, lo siento, pero es que no logré pasar de la tercera página. Si es que ya lo decía mi abuela, de donde no hay no se puede sacar, y de mí se puede sacar bien poquito...
¿Qué hace que te decidas por una novela en una librería? Pues ni lo sé, ni quiero disertar sobre ello, la verdad. Prefiero pensar que es algo mágico.Cuando entro en una librería voy, aunque suene ridículo, a dejarme seducir. Paso por delante de los libros, aquellos que me llaman la atención (sí, porque quien se encarga de colocarlos los deja a mi vista, el muy canalla), acaricio sus portadas, miro de soslayo alguno, con disimulo cojo otro y leo la sinopsis, descarto unos cuantos que no me atraen del todo, rebusco por si hay algún tesoro escondido, sonrío... y ZAS, estoy perdida. Para cuando me quiero dar cuenta estoy en casa, con una nueva adquisición y una sonrisa feliz pegada en la cara.
Un género que no puedas dejar de leer... ¡¡¡¡El romántico!!!! Esa era fácil, menos mal, porque empezaba a tener sudores fríos con tatas preguntas insidiosas.
¿Qué personaje literario te hubiera gustado ser? Lady Macbeth, ¡¡pero no hubiera inducido a mi marido a cometer un regicidio, que conste en acta!! Me gusta porque es un personaje fuerte, aunque equivocado, y con una capacidad dramática impresionante. Su último monólogo me encoge el estómago cada vez que lo leo. La imagino con un candil, bajando las escaleras, ida... Y me imagino con un candil, bajando...
¿Qué libro tienes en tu mesilla de noche? En este momento Persuasión de Jane Austen. Taaaaan dulce.
¿Cuál es tu mayor virtud? Uy, eso no me corresponde decirlo a mí (risillas). Pero si hay algo en lo que me he esforzado es en no juzgar a nadie. Procuro conocer a las personas antes de formarme una opinión, y de no criticar a la ligera (de no criticar en absoluto, de hecho). Es como me gustaría que me trataran a mí, y procuro comportarme con los demás tal y como quiero que ellos se comporten conmigo.
¿Ya?, menos mal, MEME, que esto estaba empezando a darme miedo...
Published on May 22, 2012 02:47
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