Besos en Verso (Segunda Parte)

Silencio que en menos de cinco segundos se había vuelto opresivo para Beatriz. ¿Se habría excedido, siendo tan obvia? Lo dudaba.Lo presintió, más que verlo, y se quedó quieta, como ya hiciera antes. Eran dos desconocidos en una biblioteca, cruzándose en ocasiones, tratando de decidirse por algún libro que los tentara lo suficiente.Dos desconocidos suspendidos por la pasión. Pasó de largo, pero al hacerlo le rozó con el pulgar la cadera de lado a lado, despacio. Apreció como la yema del dedo le quemaba justo por encima de la cinturilla de los pantalones, en el pedacito de carne desnuda que dejaba entrever su camiseta medio levantada, pues tenía ella los brazos en alto, simulando buscar una novela en el último estante. Y notó como el dedo se deslizaba por su piel hasta donde su cuerpo terminaba. Sintió su ausencia casi con más vehemencia que la caricia.-Pronto.Le prometió en un susurro cargado de invitaciones y sensualidad, justo cuando giraba el pasillo.-¿Cuándo es pronto?Preguntó ansiosa, hacia todas partes, sin saber dónde hallarlo. Beatriz estaba excitada. Excitada como nunca se había sentido antes. Como una adolescente a la espera de su primer roce prohibido, de su primer beso.Hacía meses que no había estado con nadie. Desde que le viera por primera, ni siquiera la habían besado. Había perdido interés por cualquier hombre que no fuera Yago. Ninguno tenía la mirada tan limpia, ni la sonrisa tan sincera, ni las pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Ninguno podía colmar sus aspiraciones, ni acercarse a su corazón. Ni enternecer su alma.Ni calentar la sangre de sus venas hasta hacerla hervir de deseo.Y saber que pronto iba a tenerlo, después de meses de fantasías, le aceleraba la respiración.De nuevo la voz de él le acariciaba desde el otro lado del estante. Beatriz apartó tres libros, y lo vio, justo detrás, sonriéndole seductor.-Tú que eres física, deberías saber mejor que yo que la paciencia es la madre de la ciencia.-Max –dijo entre divertida e impaciente –no te pongas estupendo. Colocó los libros donde estaban con más fuerza de la necesaria, y se encaminó hacia los pasillos del fondo de la biblioteca. Era hora de que fuera él quien la buscara, y ella quien le encontrara.Con sigilo, se acercó a los corredores de novela negra, giró a la izquierda, y lo encontró plantado, desorientado incluso, esperando su próximo movimiento. Se sintió poderosa, tanto como vulnerable se hubo sentido cuando creyó que él se había marchado. Con paso lento pero firme, se acercó, atraída por su masculinidad. Yago, imitando lo que Beatriz hiciera antes, fingió buscar alguna novela en los estantes más altos cuando vio que se aproximaba. Ella, en cambio, se agachó hasta la balda más baja de la misma estantería, tomó un libro al azar, y leyó la sinopsis, inclinada, a la altura de la cintura de Yago, de espaldas a él.No quiso moverse, temeroso de romper el momento, esperando lo que ella fuera a hacerle. ¿Podían las palabras estimular más que la vista? ¿Podía un mero roce ser más excitante que la caricia más exigente? En menos de diez segundos obtuvo su respuesta. Beatriz chasqueó la lengua, simulando desinterés en lo que había escogido y que ni siquiera había sido capaz de leer, y lo dejó de nuevo en su lugar, aparentando hastío. Y al levantarse y retirar la mano de la tabla de madera, acarició su rodilla con descuido, su muslo al ascender por su pierna, y antes de que el valor la abandonara, subió por su ingle, rozando apenas un poco más hacia el centro, sintiendo la excitación de él, que rivalizaba con la suya, aunque fuera menos evidente.Escucharle contener la respiración la hizo sentirse una deidad, así que se retiró con su victoria, sin querer presionar, dejándole tan deseoso como ella estaba; esperando que la sedujera.Cuando estaba dos pasillos más lejos, oyó su quejido.-¿Qué se supone que es esto, venganza o reivindicación? ¿O tienes el erróneo concepto de que la una complementa a la otra? Ella se detuvo, dubitativa. Nunca había oído aquella frase, pero por el tono parecía serlo.-Confieso que esta tampoco la conozco.La varonil carcajada reverberó por toda la biblioteca. Así que después de todo la cita de Nora Roberts había sido casual. Si su preciosa Beatriz fuera amante de la novela romántica, conocería a los Malory de Lindsey.Si hubiera habido alguien más allí, les hubiera chistado, insatisfecho con sus voces. Pero, se recordó Beatriz, no había nadie más allí. Se encontraban solos. Solos para lo que pudiera ocurrir en aquella incipiente tarde.-Definitivamente tienes una laguna en tu concepto de la literatura. No todo son clásicos. Hay historias preciosas escondidas, historias que seguro no has leído y que se escribieron hace poco tiempo, pero que versan temas tan antiguos como el mundo. Te puedo ayudar a expandir tus horizontes, Beatriz. –Disfrutaba sencillamente al dejar que su nombre le resbalara por los labios-. Y también tus horizontes literarios.Ante la provocación, rió. Desde dos pasillos más allá, a Yago el sonido musical de su alegría le supo a triunfo.-¿Qué te hace pensar que necesito nuevas aventuras, que no he vivido las suficientes?Había tenido únicamente dos novios, y no era mujer de amantes de una sola noche, probablemente porque vivir con sus padres lo complicaba todo. Pero eso no significaba que fuera una mojigata. Si le diera una oportunidad, ella la aprovecharía. Y se aseguraría de que para él fuera inolvidable.A pesar de lo absurdo de su repentino pensamiento, repasó la ropa interior que llevaba. Un conjunto granate de Calvin Klein con apenas encaje. Sexy sin ser demasiado obvio. Su deseo se acrecentó.Si tan solo él se acercara lo suficiente…
La imaginación de Yago se disparó. La seguridad de sus palabras le hizo pensar en una mujer que sabía satisfacer a un hombre, sí, pero también la de una mujer que sabía satisfacerse al mismo tiempo, que buscaría en el placer de él el placer de ambos. La clase de compañera de cama con la que todo sería espontáneo, natural, y muy, muy caliente.Esa fémina con la que más disfrutaba. Desde que la viera entrar por primera vez en la biblioteca, con sus libros de física que ponían de manifiesto un intelecto superior a la media, siempre con vaqueros y camiseta, como si su apariencia no le preocupar en exceso, se la había imaginado en su cama. Y en su cocina. Y en los baños de la planta baja del aquel edificio. Y en aquel preciso momento, sobre la raída alfombra del último pasillo, donde los rapsodas darían muda aprobación a su romance.Si tan solo ella se acercara lo suficiente…-¿Yago? –dudó-. ¿Dudas de mis aptitudes?Silencio. No sabía qué responderle, deseaba decir que sí, para que ella se ofreciera a mostrárselas. Pero temía ofenderla si lo hacía. O peor, acobardarla. Se acercó al pasillo contiguo, y apartó un libro, esperando encontrarse con sus bellos ojos. Pero Beatriz estaba tres estantes más a la izquierda. Fue la joven quien habló.-Me desgarra usted el alma, soy mitad agonía mitad esperanza… -Susurró, al tiempo que se acercaba a buscarle, allí donde un libro se había movido.-Si he herido tu orgullo, entonces toma el mío. No me sirve de nada si no... –calló de golpe, temeroso de derramar sobre ella el resto de la frase y asustarla con la violencia de sus sentimientos.-¿Si no? –la curiosidad y la certeza hacían brillar sus grades ojos fijos, al otro de la balda.Yago quedó cautivado por aquella mirada, pero necesitaba más. No, se corrigió. Él no podía desearla más de lo que la deseaba en aquel momento. Lo que necesitaba era que ella le deseara tanto como él. Hasta perder la razón, hasta la locura infinita. Hasta olvidar sus propios nombres y que nada más importara que estar uno dentro del otro, de convertirse en un único ser.Respiró profundamente, tratando de relajarse, de no excederse. Bromeó, buscando en el humor la vía de escape al ansia que le inundaba, pero sin separar sus ojos de los de Beatriz.-Definitivamente deberías leer más de los libros que hay justo al otro lado de esta planta.-¿Me los enseñarías tú?Había ruego en su voz, pero provocación en sus ojos. Inevitablemente, sonrió.-Quizá –prosiguió ella-, podría invitarte a un café por cada historia hermosa que me descubras.-Donde podría llevarte hay tantas historias hermosas que serían decenas, cientos de cafés.De nuevo su voz acariciaba. Su suave piel cosquilleó ligeramente, su vello se erizó.-Terminaríamos siendo íntimos, entonces.-Eso espero, Beatriz-. Cada palabra era una esperanza-. Eso espero.Y Yago se escondió de nuevo colocando los libros que había apartado, sabedor de que ella le seguiría hasta el otro extremo, donde sus historias de amor esperaban con tanta paciencia como los poetas de Beatriz.Intrigada, siguió su misma dirección, pero a dos pasillos de distancia, prolongando la agonía por no tenerle, disfrutando de la impaciencia por tocarle, rogando porque él ansiara lo mismo con la misma fuerza. Sus miradas se encontraban en cada cruce, y la violencia de su deseo, el anhelo de sentirse de nuevo, era tan intenso que temió abalanzarse sobre él cuando llegaran a su destino.Pronto, le había prometido.Pronto.Convencida como estaba de que la espera merecería la pena, se dejó guiar.Volvieron a encontrarse en el último pasillo, en el recóndito lugar de la biblioteca donde ya no había ningún otro sitio en el que estar, al que acudir; justo el opuesto al favorito de Beatriz, en el que dormían los poetas. Se hallaban a escasos ocho metros de distancia el uno del otro. Apenas nada, y un mundo a la vez.-¿Dónde estamos? –Susurró, pues en su mirada azul se reflejaba cierto misticismo.-Donde las damas narran lo que versan tus poetas. Donde el amor adopta otra voz, pero es igual de sabio, y mucho más generoso. –Cada palabra destilaba reverencia.Porque Yago era, ante todo, un romántico. Pero no de los de rosas y fechas, no de los de presentes y discursos. Yago era de los que se entregaban en cuerpo y alma, sin exigir nada a cambio, esperando únicamente recibir lo que el otro tuviera para dar. De los que sabían que para que los sentimientos florecieran a veces era necesario esperar. Y que en ocasiones se amaba más de lo que se era amado, y también al contrario. El verdadero amor no era siempre justo, o sencillo. Que en ocasiones era egoísta, y hería. Pero que siempre merecía la pena. Aquellos que renegaban de un amor no sacrificado, no habían amado de veras.No. No reniegues de aquello, al amor no perjures. Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado, pero valió la pena, la pena del trabajo de amor, que a pensar ibas hoy perdido , se dijo.Para él el amor no era algo que quisiera sentir. Era algo que pretendía sentir sin querer.Ajena a la profundidad de su alma, pero no a la intensidad de su mirada, Beatriz solo acertó a decir.-Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero, por tu mirada, que mira y siembra futuro. La emoción rompió algo dentro de Yago, que se sintió incapaz de hablar.Insegura de nuevo por su declaración, que él podía juzgar excesiva, miró los títulos. Algunos le sonaban, muchos de hecho. La casualidad había querido que estuviera en la parte de los clásicos. Tomó el más conocido, y abriendo por las últimas páginas, leyó, valiente.-He luchado en vano, pero ya no quiero hacerlo. No quiero reprimir mis sentimientos. Debe permitirme confesarle lo ardientemente que la admiro y que la amo.
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Published on November 15, 2012 04:08
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Ruth M. Lerga
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