SIETE LIBROS PARA EVA: Cap��tulo 5
De vuelta a casa, todos los caminos parecen m��s cortos. Es posible que no lo sean, pero acelerados por la satisfacci��n o decepci��n de las expectativas iniciales, siempre nos lo parecen. Lina y Manuel, con la inseparable compa����a de Sergio, partieron sin demora del cuartel y emprendieron el viaje de regreso, mientras Vicky se hac��a m��s peque��a en el horizonte desde la parte de atr��s del coche. Y en efecto, el trayecto, realizado a la misma velocidad y por el mismo camino que el de ida, se apreci�� como m��s breve en el interior del veh��culo. Una brevedad en la que Lina arrim�� la cabeza contra el cristal de su ventanilla, Manuel se concentr�� en la carretera y Sergio decidi�� dormitar un rato estirado en el asiento trasero. El chico ten��a algunas horas de sue��o pendientes y, despu��s de haber librado el d��a anterior gracias a su examen, deb��a reincorporarse a las diez de la noche a su trabajo. Un puesto de celador en la Residencia Sanitaria de Ourense que, en su horario nocturno, requer��a diez horas de permanente concentraci��n y una moderada actividad f��sica. Por suerte para el chico, el cambio de semana traer��a consigo el paso a un mucho m��s descansado turno de tarde.Por su parte, Manuel, con la mirada fija en el asfalto, acompasaba la preocupaci��n por la desaparici��n de Eva con la exigencia de una semana pr��xima que promet��a ser crucial para ��l, tanto en su carrera pol��tica como en la del partido.En la cabeza de Lina, en cambio, Eva acaparaba todos sus pensamientos. Apoyada contra su puerta, hizo repaso a los acontecimientos que hab��an sucedido en un d��a que amenazaba con cambiar toda su existencia de una manera cruel y despiadada. Revivi�� la visita a su casa de la Guardia Civil y la tensa espera por el regreso de Manuel, la esperanza delante del comandante Sarmiento y el posterior terror ante las palabras que el inspector Montero hab��a desgranado sin freno. El sentido abrazo de Vicky, que transmit��a preocupaci��n y solidaridad a partes iguales, y tambi��n la mirada de su marido de vuelta a la comisar��a, una mirada que se clavaba en su cerebro cada vez que la lanzaba contra ella y a la que no hab��a conseguido acostumbrarse con el paso de los a��os.Tambi��n record�� los silencios, los atroces silencios. El que hab��a vivido en el restaurante, el de la corta espera en el aeropuerto y, por ��ltimo, el del viaje a Santiago, tan similar al que ahora estaba sucediendo en la vuelta. En aquel momento, se pregunt�� si alguien m��s en el mundo ser��a consciente de la soledad que se siente dentro de ellos. ����Qu�� clase de familia se queda en silencio ante algo as��?��, grit�� para s��, sin emitir sonido alguno.Lina mir�� a Manuel, se enfad�� mirando a Manuel, y pens�� que quiz�� lo que ella hab��a cre��do como una familia, no era m��s que su familia. As��, en particular. La familia de un tirano de mil caras, moldeada a su gusto y antojo. Un tirano al cual ella hab��a elegido, o aceptado, que igual daba. Un tirano que no dudaba en pisotear todo cuanto tuviese a su lado para emerger sobre los escombros. Lina ten��a claro que si Manuel no le hab��a permitido quedarse en Santiago, hab��a sido tan solo para evitar que alguien en el pueblo pudiera pensar que, por encima de la suerte que hubiera corrido Eva, le importaban unos compromisos pol��ticos que cada d��a le absorb��an m��s tiempo y dedicaci��n.Presa de la impotencia y la rabia, en ese instante decidi�� hacer una ��ltima cosa, tan molesta para su marido como importante para ella: llamar a sus padres. Una simple llamada telef��nica para explicarles de primera mano la desaparici��n de su nieta peque��a, antes de que se enterasen por terceras personas. O mejor dicho, llamar a su padre, porque la relaci��n con su madre se rompi�� el d��a en que, con solo diecisiete a��os, hab��a llegado a casa diciendo que estaba embarazada. Su madre nunca lo super��, pese a que Manuel hab��a asumido la situaci��n de inmediato, manifestando su firme intenci��n de casarse con ella. Entre otras cosas, porque era justo lo que deseaba. Desde entonces, todo el contacto de Lina con su familia se redujo a no m��s de dos o tres llamadas telef��nicas al a��o, y aunque en alguna ocasi��n hab��an intentado recuperar la relaci��n, siempre result�� imposible. Manuel trataba a sus suegros como vulgares aldeanos, y Marisa, la madre, era incapaz de soportar a su yerno. Tampoco este le ca��a bien a Julio, el padre, pero ��l s�� estar��a dispuesto a incluirlo en su vida con tal de tener un mayor contacto con su hija.Julio y Marisa, cercanos a los setenta a��os, conformaban el t��pico matrimonio rural gallego: humildes, hogare��os, sacrificados en el cuidado de sus hijos y con un sexto sentido para conocer el trasfondo de las personas. Toda su vida hab��a estado dedicada al cuidado de su granja de aves en Vilamar��n, a solo quince kil��metros de Oseira. Una distancia peque��a en el espacio, pero que las diferencias entre ellos hab��an convertido en una monta��a insalvable. Desde que naci��, Lina, hija ��nica, hab��a sido el centro de todos los sue��os de la anciana pareja, y quiz�� por ello, en cierta medida sent��an que Manuel se la hab��a arrebatado a traici��n y de la peor manera posible.Dentro del coche, Lina record�� sus a��os de ni��a, aquellos en los que su cara nunca estaba triste y la flor m��s insignificante pod��a convertirse en el regalo m��s bonito del mundo. Record�� el olor a tabaco de su padre cuando la llevaba a misa cogida de la mano y el orgullo se le ca��a de los bolsillos al pasar delante de sus vecinos. A��os aquellos en los que la herida m��s peque��a recib��a los cuidados m��s grandes y que cualquier inocente dificultad activaba monta��as de ayuda a su alrededor sin necesidad de pedirla. Lina esboz�� una sonrisa hacia el exterior y pens�� que, en este mundo, todos tenemos un hueco reservado en nuestro coraz��n para la familia, que tal vez en alg��n momento podamos reducir su tama��o, pero que nunca conseguiremos llenarlo con el cari��o de otras personas. Y sinti�� que quiz�� su rinc��n llevaba demasiado tiempo vac��o.Al llegar a Oseira, se dirigi�� a la casa, sin dar explicaci��n alguna, con intenci��n de coger el tel��fono, mientras los dos hombres se quedaban en la entrada. Tras unas breves palabras de despedida, se dieron un fuerte abrazo y Sergio se dirigi�� carretera arriba en busca de su coche. Para ��l, el d��a empezaba de nuevo en forma de jornada laboral.Cuando Manuel entr�� en casa, Lina ya estaba hablando con su padre. El hombre cerr�� la puerta, atraves�� el sal��n sin decir nada y fue directo a la cocina. All�� se prepar�� dos s��ndwiches con especial calma, mientras o��a la conversaci��n de fondo. Al acabar, cogi�� una pieza de fruta y, con todo en una mano, subi�� a su habitaci��n apoy��ndose con la otra en el pasamano.Lina no le dio importancia a la presencia de su marido y su conversaci��n familiar dur�� casi una hora. Nada m��s iniciar la llamada, hab��a descubierto que el hombre no estaba al tanto de lo ocurrido y esto, que para Lina era un alivio, para Julio supuso un shock tremendo. Al otro lado del tel��fono, no supo qu�� decir, ni qu�� hacer, ni c��mo pod��a consolar a su hija. En ocasiones, cuando se est�� experimentando el mismo dolor que se desea mitigar, las palabras de ��nimo suelen resistirse. La conversaci��n entre los dos termin�� de manera precipitada en el momento en que Lina oy�� la voz de su madre hablando a la espalda de su padre. Julio le dar��a la noticia durante la cena.Sentada al lado del tel��fono, Lina se apoy�� en la mesa que lo sosten��a y se imagin�� la escena en su casa paterna, reviviendo la voz de su madre cada vez que entraba por la puerta interes��ndose por todo y todos. Pero en esta ocasi��n, su padre le contestar��a de manera esquiva, sentado a la peque��a mesa que utilizaban en la cocina a modo de comedor. A continuaci��n, sin respirar, se levantar��a e ir��a al ba��o fingiendo que nada pasaba. Al salir, con los ojos enrojecidos y la cabeza gacha, colocar��a los enseres necesarios para cenar mientras su madre, entretenida en los fogones, terminaba de preparar la comida.Es posible que pudiera ocultar que algo le carcom��a por dentro durante esos primeros minutos. De ser as��, se sentar��a primero y esperar��a a Marisa, que lo har��a a continuaci��n. Justo despu��s de servir la comida, ella se levantar��a a encender la televisi��n, reproch��ndole que no lo hubiera hecho con anterioridad.A los tres minutos, le preguntar��a por primera vez qu�� le pasaba. ��Nada��, contestar��a su padre, mientras buscaba las palabras adecuadas para contarle que algo s�� ocurr��a. Poco despu��s se repetir��a el proceso una segunda vez. Antes de que se cumpliesen diez minutos de cena, llegar��a el tercer intento, acompa��ado de un ��t�� no est��s bien��, al que seguir��a un ��no has mirado la tele�� unido a un no menos inquisitivo ��no has dicho nada��. Aqu�� su padre se quedar��a callado un momento, agitar��a la cabeza al siguiente y acabar��a por confesar: ��Me ha llamado la ni��a��. Entonces, su madre callar��a, expectante, hasta que ��l a��adiese un fat��dico ��han perdido a Eva��.Perdido, dura palabra. En esta vida, se pierde lo propio, se pierde lo que no se cuida, y lo que se ha perdido, muy rara vez se recupera, sin atender a arrepentimientos ni pesares. Lina lanz�� un nuevo suspiro, profundo, cavernoso, surgido desde el mism��simo est��mago, que la devolvi�� a la realidad y la impuls�� a levantarse. Dej�� su bolso sobre la peque��a mesa de delante del sof��, se encamin�� a la cocina para coger un par de yogures y regres�� al sal��n con ellos en una mano y el az��car y una cucharilla en la otra. Delante de la escalera, pod��a escucharse con claridad a Manuel hablando por tel��fono con Miro. ��Explicaciones y m��s explicaciones��, se lament�� Lina.Una vez sentada en el sof��, la mujer se descalz�� y coloc�� sus zapatos al lado de la mesa. En calcetines, fue hasta el tel��fono y repas�� nueve llamadas perdidas. Tres de cortes��a y las otras seis de Sonia, la asistenta. Descolg�� al instante y la llam��. Sonia, tan joven y llena de vida como leal y discreta, para Lina era como su tercera hija. La chica hab��a o��do la noticia de boca de ��lex y estaba preocupada. Tras una breve conversaci��n, se despidi�� diciendo que al d��a siguiente pasar��a a verla sin falta. Lina acept�� la visita y le sugiri�� que fuese a tomar un caf�� por la tarde, cuando era probable que supieran algo m��s.Tras colgar, regres�� al sof�� buscando un poco de tranquilidad. Pero al cabo de un peque��o rato, se encendi�� una luz en su cabeza. Sonia y ��lex sal��an juntos, y pens�� que el chico bien pod��a acompa��ar a Sonia al d��a siguiente. Quiz�� ��l aportase algo de luz a todas las sombras que habitaban en su cabeza. Y aunque record�� lo que Sergio hab��a dicho, que el lunes ten��a examen y no hab��a salido, descolg�� otra vez el tel��fono y marc�� de nuevo el n��mero de Sonia:�����Est�� contigo ��lex?�������lex? No, pero qued�� con ��l ahora para tomar algo ���contest�� la chica con cierta sorpresa.���Si no te importa, ��podr��as decirle que te acompa��e ma��ana cuando pases por aqu��?���Pues... s��, supongo que s��.���Me gustar��a preguntarle algunas cosas de Santiago ���aclar�� Lina.���S��, se lo dir��, y no creo que tenga ning��n problema.Al acabar la llamada, Lina se estir�� a lo largo del sof��, colocando la cabeza en uno de los apoyabrazos. Desde esa posici��n, la conversaci��n de Manuel en el piso de arriba sonaba menos que un imperceptible susurro. Lina mir�� a los yogures, su est��mago no admit��a comida en aquel momento. A continuaci��n, a la puerta, imaginando la entrada de Sonia y, sobre todo, la de ��lex al d��a siguiente. Sin duda, aquella hab��a sido la primera buena noticia del d��a, pens�� para s��. La primera de un d��a que ya hab��a llegado a su fin. Se acomod�� en su sitio y cerr�� los ojos. Era momento de pensar, de poner en orden todo lo que estaba sucediendo. Hab��an sido muchos sucesos y demasiado deprisa en las ��ltimas horas. La noche se presentaba larga para ella.M��s tarde, subir��a a dormir. O mejor, m��s tarde, se lo pensar��a.
Published on January 03, 2017 01:05
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